EL PROBLEMA DEL AUTOR (2)
1 / 2 La obra debe ser comprendida y conocida en tanto que acontecimiento artístico en los principios mismos de su vida valorativa, en sus participantes vivos, sin haber sido muerta previamente y rebajada hasta la desnuda existencia empírica de una totalidad verbal (es la actitud del autor hacia el héroe, y no la actitud del autor hacia el material, lo que tiene carácter de acontecimiento y posee un significado). Es lo que determina también la posición del autor en tanto que portador del acto de la visión artística y de la creación en el acontecimiento del ser, y dentro del cual puede ser posible únicamente cualquier tipo de creación seria, importante y responsable. El autor ocupa una posición responsable en el acontecimiento del ser, tiene que ver con los momentos de este acontecimiento, y por lo tanto también la obra es un momento del acontecer.
El héroe, el
autor-contemplador: estos son los momentos vivos, los participantes del
acontecer de la obra, y sólo ellos pueden ser responsables, contribuyéndole al
acontecer una unidad e iniciándolo en el acontecimiento único y unitario del
ser. Hemos definido lo suficiente al héroe y su forma: su otredad valorativa,
su cuerpo, su alma, su integridad. Aquí es necesario pormenorizar el problema
del autor.
Todos los valores forman
parte del objetivo estético, pero con un coeficiente estético determinado; la
postura del autor y la tarea artística deben ser emprendidas en el mundo en
relación con todos estos valores. No son las palabras ni el material lo que se
concluye sino el conjunto del ser vivido plenamente; la tarea artística
organiza el mundo concreto: el mundo espacial con su centro en el cuerpo vivo,
el mundo temporal con el suyo que es el alma y, finalmente, el mundo del
sentido; todos ellos se organizan en una unidad concreta en que se penetran
mutuamente.
La actitud estéticamente
creativa hacia el héroe y su mundo es la actitud hacia algo que tiene que morir
(moriturus) , es la oposición de la conclusión redentora a su tensión
semántica; para ello, hay que ver en el hombre y en su mundo precisamente
aquello que él mismo por principio no puede ver en su persona, permaneciendo
dentro de sí mismo y viviendo seriamente su vida; hace falta saber acercársele no
desde el punto de vista de la vida, sino desde otro, que aporta una actividad
fuera de lo vital. El sino desde otro, que aporta una actividad fuera de lo
vital. El artista es precisamente alguien que sabe ser activo fuera de la
existencia cotidiana (práctica, social, política, moral, religiosa) y que la
comprende desde su interior, sino alguien que también la ama desde el exterior,
allí donde ella no existe para sí misma, donde ella está orientada hacia su
exterior y necesita un enfoque activo desde la extraposición y más allá del
sentido. La divinidad del artista consiste en su iniciación en la extraposición
suprema. Pero esta extraposición al acontecer vital de la otra gente y al mundo
de esta vida es, por supuesto, un aspecto específico y justificado de la
participación en el acontecimiento del ser. La tarea del artista consiste en
saber encontrar un enfoque esencial de la vida desde el exterior. De esta
manera el artista y el arte en general crean una visión del mundo absolutamente
nueva, crean la imagen del mundo, la realidad de la carne mortal del mundo, a
la que no conoce ninguna otra actividad creadora cultural. Este determinismo
exterior (internamente exterior) del mundo, que encuentra su suprema expresión
y fijación en el arte, acompaña siempre nuestra visión emocional acerca del
mundo y de la vida. La actividad estética reúne el mundo disperso en el sentido
y lo condensa con una imagen terminada y autosuficiente, encuentra un
equivalente emocional para lo perecedero en el mundo (para su pasado, presente,
para su existencia), un equivalente que vivifica y guarda el mundo; encuentra
una posición valorativa desde la cual lo perecedero del mundo cobra el valor de
un acontecer, adquiere importancia y un determinismo estable. El acto estético
origina el ser en un nuevo plano valorativo del mundo, aparece un nuevo hombre
y un nuevo contexto valorativo: el plano del pensamiento acerca del mundo de
los hombres.
El autor debe permanecer en la frontera del mundo por él creado como su creador activo, porque su intervención en este mundo destruye su estabilidad estética. Siempre podemos determinar la posición del autor con respecto al mundo representado por el hecho de cómo se describa la apariencia, si se da su imagen total transgrediente, por el hecho de qué tan vivos, estables y resistentes sean sus límites, hasta qué punto el héroe se impregne de su entorno, hasta qué punto sea plena, sincera y emocional la solución y la conclusión, hasta qué punto sea calmada y plástica la acción , hasta qué punto sean vivas las almas de los héroes (o si solamente se trata de vanos esfuerzos de un espíritu por convertirse en un alma por sus propias fuerzas). Únicamente cumpliendo con todas estas condiciones, coincide consigo mismo en nuestra activa visión artística del mundo.
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