1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
CAPÍTULO SEGUNDO
HISTORIA Y FICCIÓN
IV. EL FIN DE LOS TIEMPOS
HEROICOS (1)
Este vacío afectivo
sufrido a nivel individual por los héroes onettianos, corresponde con un
sentimiento de abandono colectivo a que no es ajeno el desmoronamiento de las
estructuras familiares. No es casual que obras como Tierra de nadie, Juntacadáveres,
El astillero o Dejemos hablar al viento -parta no citar más que
algunas- desarrollen, paralelamente a una meditación desengañada acerca de la
función del núcleo familiar, irónicamente calificado por el narrador como un “cielo
ambicionado” (64) pero inaccesible, una inquietante reflexión en torno a las
carencias de la Historia. Es de la sensación más o menos aguda de la fisura de
la Historia de donde nacen las teorías filosófico-políticas conscientes o no de
un Llarvi, un Casal o incluso, en un plano más modesto, de un Sam (65).
Aránzuru tampoco escapará de un cierto determinismo histórico: porque si bien
es el único que se abstiene de participar en las arduas y conflictivas
discusiones de Tierra de nadie, su vagabundear no deja de responder a la
inconsistencia de la vida nacional, y aun el absurdo de una política
internacional signada por las luchas fratricidas, la “guerra fría” y la mutua incomprensión.
Si profundizamos, sin
embargo, en el análisis de las causas de este rechazo que experimentan
numerosos héroes onettianos por la política, volveremos a tropezar con lo que parece
constituir para ellos el acontecimiento traumático por excelencia: el
desdibujamiento excesivo y aun la ausencia del Padre. Porque, a pesar de la
desenvoltura frecuentemente ostentada por los protagonistas masculinos, la
sombra del padre pesará en forma obsesiva y por momentos casi dramática en
diversos cuentos y novelas. Este pasaje del diario íntimo de Llarvi resulta
claramente ilustrativo al respecto:
Setiembre 20 -Gran
discusión con Casal, con algunos elementos aprovechables para “Una conciencia
de América”. Sobre el elemento tradicional en América, lo histórico
(prescindiendo de lo precolombino), decía Casal: “que
los héroes, los gigantes padres, españoles casi, nada tienen que ver con la
gente que vive hoy aquí, argentina. Los que pueden sentir la época de la
independencia y poco después, son una minoría que no cuenta. Algunas casas del
Barrio Norte, ramas degeneradas en provincias” (66)
La ausencia del Padre, que
signa la desprotegida y frágil orfandad “rioplatense”, coincide estrechamente
con la ausencia de heroicidad y la carencia de mitos fundadores. Como lo
sugieren las opiniones condensadas por Llarvi, sólo el internarse en el tiempo
hasta la época gloriosa de la conquista española -el valor específico de las
poblaciones indígenas, nómades en su mayoría, es considerado una farsa (66
bis)- podría ofrecer a los habitantes del Río de la Plata ese Padre hacia el cual
se dirigen todas las miradas. Sólo ese lejano pasado es considerado digno de
ser tomado en cuenta según el Casal burlón, ácido y lúcido, cuyos análisis son
compartidos tácitamente por numerosos héroes onettianos. Aquí, como en otros
textos, el modelo evocado muestra deliberadamente su carácter hispánico. Pero
-señalémoslo al pasar- la reivindicación de la Conquista y, en forma general,
del período colonial como etapa decisiva en la historia no descansa en ninguna
fundamentación o justificación racional de orden estrictamente histórico. No es
a través del análisis de los supuestos beneficios del régimen colonial y la
misión civilizadora de España, como Casal desemboca en el elogio de los héroes
de la Conquista. La “Leyenda dorada” no ejerce aparentemente ningún impacto
sobre él. Sólo la necesidad inconsciente de una figura paternal puede explicar
la idealización de estos “gigantes hispánicos” llegados del Viejo Mundo. Así
como los gigantes Patagones y otras criaturas extraordinarias descritas (67)
por los primeros exploradores del Nuevo Mundo remiten a la imaginación
fascinada de una época, la figura de los “gigantes padres” constituyen también
la manifestación de un deseo reprimido y una irreprimible sed de maravillas.
Por otra parte, como se aprecia fácilmente, las humoradas y los juicios mordaces
de Casal encubren un lamento por la pérdida de aquel mundo de los “comienzos” y
las cumbres, de los “padres y ancestros”, “primeros y mejores”. Es la
nostalgia, en suma, por el lejano mundo de la Epopeya lo que asoma aquí. Eso
también explica la reticencia de Casal y de otros héroes onettianos frente a
otro tipo de epopeya -sobre la que volveremos más adelante- que sí podría suscitar
legítimamente su admiración: la guerra de la Independencia de la América
española. Si bien muchos le han reconocido a esta encarnizada lucha por la
libertad una real dimensión épica, Juan Carlos Onetti, por el contrario, apenas
le ha concedido una parsimoniosa atención: el
siglo XIX, juzgado probablemente como demasiado próximo a una época contemporánea
sellada por la mediocridad, parecería excluirse por sí mismo de la esfera de la
Epopeya y vuelve aun más radical la revalorización de aquel “pasado absoluto” y
cerrado sobre sí mismo, sin contactos con el presente, que es el tiempo épico
por excelencia de la Conquista española.
Hay que señalar sin
embargo que el modelo mítico de origen hispánico reivindicado más o menos explícitamente
por los héroes onettianos no opera más que a nivel fantástico y desigual: en
las obras posteriores a Tierra de nadie la alusión a los “gigantes
padres” es casi inexistente. El lector podrá detectar, en todo caso, conmovidos
toques de admiración en las frases que aluden a un personaje español,
descendiente lejano pero indiscutible de la gloriosa raza saludada en Tierra
de nadie. Es el caso de Lanza, el viejo corrector de pruebas de El Liberal.
El personaje es presentado en Juntacadáveres como un hombre de aspecto
bastante modesto, pero su condición de exiliado y veterano combatiente de la Guerra
de España le confiere un prestigio incuestionable. A través del sufrimiento
engendrado por la titánica lucha entre los dos bandos -republicanos y
franquistas- Onetti parece percibir un eco asordinado de los tiempos heroicos
de la conquista, y en ese sentido, todo español recibe, tal vez
inconscientemente, una especial acogida en su obra:
La gran desgracia, las
mudanzas, me sacaron de España y aquí estoy. Ya miré, tuve tiempo sobrado, mi
problema personal desde todos los ángulos, la lógica, el insomnio, la
desesperación. Malas cosas no faltaron. Finalmente no tuve opción. Me empujaron
a echar ancla en Santa María, junto con el doctor Díaz Grey, el amigo Larsen -filatelista
de putas pobres- y muchos otros que no hacen al caso ni a esta noche. Aquí
hasta la muerte -me dice moviendo los hombros, entre los dedos que alzó para
cubrirse la tos (68).
Alcanzaría, además, con
recordar ciertas escenas (69) de Regreso al sur o Para esta noche, inspiradas
en la violencia de la guerra civil, para palpar el interés que Juan Carlos Onetti
manifiesta por España.
Notas
(64) El astillero, La
glorieta-I, p. 23
(65) Cf. Cap. XLV (pp. 126-135) de Tierra
de nadie.
(66) Tierra de nadie,
XX, p. 66. Subrayamos nosotros.
(66 bis) Estas afirmaciones
simplistas, que no provienen del análisis sino de los prejuicios raciales
viscerales son, por supuesto, discutibles: la música folklórica del norte
argentino, en especial, está profundamente marcada por la influencia indígena,
como lo demuestran el “carnavalito”, la “baguala”, la “zamba norteña” o el “bailecito”.
Por otra parte, Lucio Mansilla, en un célebre texto titulado Una excursión a
los indios ranqueles, ya describía, en 1870, con una benévola comprensión,
la vida de estos indios de la región de Córdoba expuestos a la “civilización
sin clemencia” y dignos, por sí mismos, de la nación argentina.
(67) Jean-Paul Duviois, L’Amérique espagnole vue et rêvée. Les livres de
voyages de Christophe Colomb á Bougaimville, Editions Promodis, 1985, 1ª
parte, Cap. 1-5-
(68) Juntacadáveres, XVI, p. 138.
(69) Regreso al sur, en Tiempo de abrazar, p. 82: “Así estaban en el año 38, y así siguieron en el 39, hasta el principio de la guerra, golpeándose los dos sin violencia casi todas las noches contra el muro de Rivadavia, sabiendo por Walter que la avenida “estaba llena de gente gorda y el otro día andaba un torero”. Sabían también que casi cada semana inauguraban un nuevo café, con canciones y música; en todos ellos instalaba Oscar al guitarrista junto a una Perla remozada y locuaz que bebía manzanilla y golpeaba las palmas al compás. ‘Es por la guerra de España’, comentaba Walter.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario