EL NUEVO TESTAMENTO DEL TEATRO
EUGENIO BARBA Y JERZY
GROTOWSKI (9)
Este proceso de análisis
es una especie de desintegración de las estructuras psíquicas. ¿No está el
actor en peligro de trascender el límite de su higiene mental?
No, siempre y cuando se
entregue cien por ciento a su trabajo. Es sólo el trabajo que se hace a medias,
superficialmente, el que se convierte en una cosa penosa psíquicamente y el que
descuadra el equilibrio. Si sólo nos comprometemos superficialmente en este
proceso de análisis y exposición -y esto puede producir efectos estéticos muy
amplios-, es decir, si retenemos nuestra máscara cotidiana de mentiras,
entonces somos testigos de un conflicto entre esa máscara y nosotros mismos.
Pero si este proceso se sigue hasta sus límites más extremos, podremos en absoluta
conciencia arrancarnos la máscara cotidiana, sabiendo desde ahora qué propósito
tiene y qué esconde debajo de ella. Es una confirmación no de lo negativo en
nosotros sino de lo positivo, no de lo que es más pobre sino de lo más rico.
Nos conduce a una liberación de complejos de la misma manera que la terapia
psicoanalítica.
Lo mismo se aplica al
espectador. El miembro de un auditorio que acepta la invitación del actor sigue
hasta cierta medida su ejemplo activándose de la misma manera, dejando el teatro
en un estado de mayor armonía interior. Pero aquel que lucha por conservar su
máscara de mentiras intactas a toda costa abandona la representación aun más
confuso. Estoy convencido de que en lo general, aun en el último caso, la
representación significa una forma de psicoterapia social, mientras que para el
actor sólo lo es si se ha entregado completamente a su tarea.
Hay ciertos peligros. Es mucho menos comprometedor ser el señor Pérez toda la vida que ser Van Gogh. Pero como somos completamente conscientes de nuestra responsabilidad social, desearíamos que hubiera más Van Goghs que Pérez, aunque la vida sea mucho más simple para el último. Van Gogh es un ejemplo de un proceso incompleto de integración, su caída es la expresión de un desarrollo que nunca se logró. Si nos detenemos en algunas personalidades, como por ejemplo Thomas Mann, encontramos a final de cuentas una cierta forma de armonía.
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