EL PROBLEMA DEL AUTOR (1)
En el presente capítulo
hemos de resumir los resultados de nuestro análisis y luego definir más
exactamente al autor como participante del acontecimiento artístico.
1 / 1 Al principio de nuestra investigación nos
hemos convencido de que el hombre es el centro de la visión artística, que la
organiza desde el punto de vista de la forma y el contenido; además, se trata
de un hombre dado en su existencia valorativa en el mundo. El mundo de
la visión artística es un mundo organizado, ordenado y concluido aparte de la
intencionalidad y el sentido, alrededor del hombre dado, siendo su entorno valorativo:
podemos ver cómo en función del hombre los momentos objetivos y todas las
relaciones -espaciales, temporales y semánticas- se vuelven artísticamente significativos.
Esta orientación valorativa y la condensación del mundo en torno al hombre
crean su realidad estética, que se diferencia de la realidad cognoscitiva y
ética (realidad del acto, la realidad moral del acontecimiento unitario y único
del ser), pero que no son, por supuesto, indiferentes a la última. Después nos
hemos percatado de que existe una profunda y fundamental diferencia valorativa
entre el yo y el otro, de carácter de acontecimiento: fuera de
esta distinción no es posible ningún acto valorable. El yo y el otro son
las principales categorías de valor que por primera vez hacen que se
vuelva posible cualquier apreciación real, o, más exactamente, la
orientación valorativa de la conciencia no sólo tiene lugar en el acto como tal,
sino en toda vivencia e incluso en toda sensación más simple; vivir significa ocupar
una posición valorable en cada instante de la vida, significa establecerse
valorativamente. Luego hemos hecho una descripción fenomenológica de la
conciencia valorativa de mí mismo y de mi conciencia del otro en el
acontecimiento del ser (el acontecimiento del ser es un concepto
fenomenológico, porque el ser se le presenta a una conciencia viva como un acontecimiento,
el ser actúa sólo en el marco del acontecer, sólo dentro de este se orienta y
vive) y nos hemos percatado de que únicamente el otro como tal puede ser el
centro valorativo de la visión artística y, por consiguiente, el héroe de una
obra; sólo el otro puede ser formado y concluido esencialmente, puesto que
todos los momentos de la conclusión valorativa -espacial, temporal y semántica-
transgreden valorativamente la autoconciencia activa, no forman parte de la
actitud valorativa hacia uno mismo: yo, permaneciendo yo mismo para mí, no
puedo ser activo en el espacio y el tiempo estéticamente significativo y
condensado; yo no llego a ser, ni cobro forma, ni me determino dentro de ese
espacio y tiempo; en el mundo de mi autoconciencia valorativa no existe el
valor estético de mi cuerpo y mi alma en su unidad orgánica
dentro de un hombre íntegro, este tiempo-espacio no se construye dentro
de mi campo de visión gracias a mi propia actividad y, por consiguiente, mi horizonte
no puede encerrarse, pacificado, y abarcarme como mi entorno valorativo: yo aun
no existo en tanto que dación tranquila e igual a sí misma, dentro de mi
mundo de valores. La actitud valorativa hacia uno mismo es absolutamente
improductiva, y yo para mí soy estéticamente irreal. Yo sólo puedo ser portador
de la tarea de la constitución artística y de la conclusión, pero no puedo ser
el objeto de esta constitución y conclusión, o sea, su héroe. La visión estética
encuentra su expresión en el arte, particularmente, en la creación artística
verbal; aquí aparecen un severo aislamiento, cuyas potencialidades ya estaban
presentes en la visión, lo cual fue señalado por nosotros, y una tarea formal
determinada y delimitada que se realiza mediante un determinado material, en
este caso verbal. La tarea artística principal se lleva a cabo sobre la
base del material verbal (que se vuelve
artístico por el hecho de ser sometido a esta tarea) en determinadas formas de
obra verbal y por medio de determinados procedimientos condicionados no sólo
por la tarea artística principal sino por la naturaleza del material dado, que
es la palabra; este material debe ser adaptado para los fines artísticos (en
este momento llegamos a los dominios de la estética especializada que toma en
cuenta las particularidades del material artístico dado). (Así se cumple la
transición de la visión estética al arte.) La estética especializada no debe
desprenderse, por supuesto, de la actitud artística principal del autor hacia
el héroe, que es la que determina la tarea artística en todo lo importante.
Hemos visto que yo mismo, en tanto que determinismo, puedo llegar a ser sujeto
(pro no héroe) de un solo tipo de enunciado, que es el rendimiento de cuentas
confesional, cuya fuerza organizadora es la actitud valorativa hacia uno mismo,
y por consiguiente es un género absolutamente extraestético.
En todas las formas
estéticas, la fuerza organizadora es la categoría valorativa del otro,
la actitud hacia el otro enriquecida por el excedente valorativo de visión para
una conclusión transgrediente. El autor sólo se aproxima al héroe allí donde no
existe la pureza de la autoconciencia valorativa, donde esta está poseída por
la conciencia del otro, donde se comprende a través del otro que posea
autoridad (a través del amor y del interés de ese otro), y donde el excedente
(el conjunto de elementos transgredientes) se reduce al mínimo y no tiene la
intensidad de principio. Aquí el acontecimiento artístico se realiza entre dos
almas (casi dentro de los límites de una posible conciencia valorativa), y no
entre el espíritu y el alma.
Todo esto determina una obra artística no como un objeto de conocimiento puramente teórico, carente de la importancia que tiene el acontecer, carente de valor, sino como un acontecimiento artístico vivo, como momento significante del suceso único y unitario del ser.
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