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EDUCACIÓN PARA EL FUTURO - JORGE LIBERATI para elMontevideano Laboratorio de Artes


No son las únicas, pero, entre todas las propuestas de los expertos en educación y docentes, especialmente de Primaria y Secundaria, prevalecen dos clases de concepciones. La que parece más recomendada tiene el propósito principal de introducir al joven de la manera más conveniente en la sociedad y en el mercado de trabajo. Otra, algo dejada de lado y acorde con criterios tradicionales, tiene como propósito principal la formación del carácter y la personalidad, y cuenta con una historia de aciertos y pausados impulsos en la movilidad social.

 

Para cumplir con la primera concepción es necesario vislumbrar la sociedad del futuro, al menos disponer de cierto conocimiento de lo que tendrá que enfrentar mañana quien hoy es un niño o un joven, de modo de asegurarle el éxito. La segunda consiste en facilitar el tránsito de una generación a otra en lo que es el perfil cultural de la sociedad tradicional, lo que exige al sistema el dominio de una formación general e ilustrada. Es fácil advertir que ambas posiciones son complementarias y no contradictorias, por lo que puede desconfiarse un poco de cualquier orientación educativa que tienda a respaldarse en solo una de ellas.

 

La tendencia que parece prevalecer contiene el riesgo de que la educación y el educando privilegien el esfuerzo por adaptarse a las estructuras vigentes en detrimento del libre desarrollo de aptitudes creativas e impulsos originales. A pesar de su dirección orientada hacia lo social y económico, deja que el sistema quede por delante de la persona. La segunda tendencia peca de cierto idealismo y parece soslayar la incorporación de lo necesario en lo práctico, pese a que privilegia a la persona por encima del sistema. Pero, de ambas puede resultar, como ya han sugerido algunos autores, la feliz asociación entre un favor hecho a la originalidad individual y otro a la unidad y prosperidad social. Otras variantes enumeran que la educación debe asegurar al individuo la preparación para convivir, formarse como ciudadano de una democracia y para desarrollarse en todas sus aptitudes potenciales.

 

¿Con qué nos quedamos? Esta pregunta remite a esta otra: ¿qué educación queremos? Que, a su vez, conduce a una tercera: ¿qué educación es necesaria para el futuro? Ésta última es la pregunta que intenta responder la mayoría de entendidos en educación. Pero, ¿es oportuna esta pregunta? Porque ¿alguna vez se ha tenido conocimiento seguro del mañana, por más que hoy despunten sus ángulos más predecibles? Se ha tenido pálpito o intuición una vez conocidas las tendencias sociales, estadísticas, proyecciones, inducciones. Implantar en la educación lo que se supone será necesario para la vida de los jóvenes exige poseer el don preclaro de leer el porvenir, es decir, el presente de las futuras generaciones adultas.

 

Convendría, pues, dotar a la educación para que pueda preparar para el futuro partiendo de mejorar el presente, organizando los conocimientos y ayudando a la inteligencia. De modo que, bajo cualquier circunstancia, la formación prestada pueda generar el funcionamiento autónomo del cerebro y con cierta chance de salir victorioso. De lo contrario, no se podrá evitar cierta coerción, una forma inevitable de prescribir la vida, de condenar el destino de cada uno de la misma manera que lo condena el sistema en tanto lo tiene como objeto y lo condiciona a su gusto.

 

La persona responde en general a lo que se le pide sin chistar y hasta con agrado, aun cuando se trata de lo peor a través de los medios y redes. Se la induce a olvidarse un poco de sí misma y a entregar su presente sin condiciones a quien lo reclame, para el trabajo, el empleo, el sacrificio, las obligaciones familiares y los afectos, y para el entretenimiento estéril. El sistema es eficaz al succionar de cada persona lo que lo beneficia, y la persona dócil en brindárselo hasta sin darse cuenta. ¿Por qué, entonces, hay tanta dificultad en que la educación se consagre y cumpla con sus fines específicos? ¿Por qué se le agregan otros fines, el empleo, lo práctico, la preparación para satisfacer necesidades inmediatas? Quienes desean una educación para el futuro vislumbran el mundo tecnológico que supone preparación especializada, pero olvidan que también supone preparación general.

 

La revolución industrial, ¿acaso determinó la muerte de la preparación general? Todo lo contrario, el individuo tuvo que adaptarse al mundo de las máquinas, como hoy tiene que adaptarse al mundo de los chips y robots. En el mismo país en que nació florecieron los colegios y las universidades, se multiplicaron las formas de la cultura general y enciclopédica y abundaron las inteligencias adaptadas a la época y provistas de lo necesario para desempeñarse (ingenieros, científicos, técnicos, artistas, filósofos). Y para eso se necesitó cultura general y personalidad, como se necesita ahora; no sirve para mucho la preparación para el empleo. Precisamente, el empleo es lo que se está perdiendo en forma soslayada y en un desierto en que nadie puede ayudar si no es con una menguada tarjeta social o con una ilusoria renta básica universal que será simbólica y efímera.

 

Quienes defienden la “educación práctica” no aclaran en qué sentido usan las palabras, si en el sentido figurado o en el real. Sentido figurado: preparar para lo que venga; sentido real: preparar para ser alguien. Preparar para lo que venga y obligue a adaptarse o preparar para lo que valga la pena luchar según cada uno lo determine. Sería del caso, pues, pensar en la educación para hoy, una posible y tercera alternativa. Concebir un prototipo humano del futuro es confundir al niño y al joven con un electrodoméstico, una casa o un automóvil. Pues no se lo puede planificar ni predecir ni intuir. Cada uno será lo que no se puede adivinar, y vivirá y se enfrentará a lo que nadie puede prescribir ahora.

 

Así, toda educación es solo para el tiempo presente, para ese mismo día en que alumnos, maestros y profesores entran a clase para comenzar con el famoso y ancestral encuentro. Lo que deben y pueden hacer es para ahora; organizarse, pensar y aplicar los saberes y responder a las emociones. Con la palabra “para” ya se incurre en un decir oblicuo y sospechoso, porque sugiere finalidades, utilitarismos y finalismos. En lo administrativo y en la infraestructura, tan jerarquizados hoy, puede considerarse todo lo que se quiera. En lo que concierne a lo pedagógico, dimensión en la que las cantidades, muebles e inmuebles, utensilios, gobiernos, corporaciones no tienen nada para ofrecer, la teleología no tiene lugar. Por eso, ¿qué hay para proponer para el futuro? Nada.

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