7 (3)
Encuentro con Timothy Leary
Leary vivía con su esposa en Villars-sur-Ollon, un lugar de veraneo en el
Valais. Por mediación del Dr. Mastronardi, el abogado del Dr, Leary, se arregló
un encuentro conmigo. El 3 de setiembre de 1971 me encontré con él en el bar de
la estación ferroviaria de Lausanne. El saludo, bajo el signo de la comunidad
de destino debida al LSD, fue cordial. De mediana estatura, delgado, flexible,
movedizo, la cara enmarcada por cabello castaño, entrecano, levemente ondulado,
de aspecto juvenil, con ojos claros y sonrientes… Leary parecía más bien un
campeón de tenis que un antiguo docente de Harvard. Viajamos en coche a
Buchillons, donde en el cenador del restaurante A la Grande Forêt, con
pescado y una botella de vino blanco, se inició el diálogo entre el padre y el
apóstol del LSD.
Le dije que lamentaba que las promisorias investigaciones con LSD y
psilocybina en la Universidad de Harvard hubieran tomado un rumbo que hacía
imposible su prosecución en el marco académico.
El reproche más serio que le formulé a Leary se refirió, sin embargo, a la propagación
de LSD entre los jóvenes. Leary no intentó refutar mis opiniones acerca de los
peligros especiales de LSD para la juventud. Con todo, opinó que mi reproche de
haber seducido a personas inmaduras al consumo de drogas no estaba justificado,
porque los teenager estadounidenses se podrían equiparar a europeos
adultos en lo que respecta a información y a experiencia vital exterior.
Alcanzarían muy tempranamente un estado de madurez, pero también un simultáneo
estado de saturación y de estancamiento espiritual. Por eso consideraba que la
experiencia de LSD también tenía sentido y era útil y enriquecedora para esas
personas relativamente jóvenes.
Luego le critiqué a Leary
en esta conversación la gran publicidad que les daba a sus experimentos con LSD
y psilocybina, al invitar a periodistas de diarios y revistas, movilizar a la
radio y la televisión y hacerles informar al gran público. Lo que allí
importaba no era la información objetiva sino el éxito publicitario. Leary
defendió esta exagerada actividad publicitaria argumentando que era su papel
providencial hacer conocer el LSD en todo el mundo. Ello habría tenido efectos
tan positivos sobre todo en la generación joven de la sociedad norteamericana,
que no debía entrar en cuenta los pequeños prejuicios y los lamentables incidentes
causados por un empleo equivocado del LSD.
En esta conversación pude
comprobar que se es injusto si se califica a Leary sin más ni más como apóstol
de las drogas. Leary distinguía severamente las drogas psicodélicas -LSD,
psilocybina, mescalina,, hashish-, de cutos efectos beneficiosos estaba
convencido, de los estupefacientes conducentes a la toxicomanía: morfina,
heroína, etc., y alertaba repetidamente contra el uso de estos últimos.
Este encuentro personal
con Leary me dejó la impresión de una personalidad afable, convencida de su misión,
que defiende sus opiniones a veces bromeando, pero sin transigir y que,
trasuntado por la fe en los efectos mágicos de las drogas psicodélicas y del
optimismo resultante, navega entre nubes y tiende a subestimar o incluso a no
ver las dificultades prácticas, los hechos desagradables y los peligros. Esta
despreocupación Leary también la evidenciaba frente a las acusaciones y
peligros que afectaban a su propia persona, como lo muestra patentemente su
vida en los años siguientes.
Durante su estancia en
Suiza volví a ver a Leary casualmente en febrero de 1972 en Basilea, con motivo
de una visita a la casa de Micharl Horowitz, el curador de la Fitz Hugh
Ludlow Memorial Library, una biblioteca de Chicago especializada en
literatura sobre drogas. Viajamos juntos a mi casa en el campo, donde
proseguimos nuestra conversación de setiembre. Leary parecía haber cambiado. Se
mostraba inquieto y distraído, de modo que en esta oportunidad no se dio un diálogo
productivo. Este fue mi último encuentro con el Dr, Leary.
Abandonó Suiza a finde
año con su nuevo amor, Joanna Harcourt-Smith, tras haberse separado de su
esposa Rosemary. Después de una breve estancia en Austria, donde Leary
participó en una película esclarecedora sobre la heroína, Leary siguió viaje
con su amiga a Afganistán. En el aeropuerto de Kabul fue detenido por agentes
del servicio secreto norteamericano y llevado de nuevo a California a la cárcel
de San Luis Obispo.
Después que ya no se hablaba de Leary, reapareció su nombre en los diarios en el verano de 1975. Leary habría conseguido que lo pusieran en libertad antes de tiempo. Pero fue liberado sólo en la primavera de 1976. Sus amigos me contaron que estaba ocupándose ahora en problemas psicológicos de la navegación espacial y en la investigación de las correspondencias cósmicas del sistema nervioso humano en el espacio interestelar, es decir, en problemas cuyo estudio seguramente ya no le acarreará problemas con las autoridades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario