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Igor tenía un coche y
cuatro litros de ron. Nos encontramos frente a la casa de Baldy. Igor nos pasó
la botella. Era un buen licor: te quemaba la garganta, realmente. Igor manejaba
el coche como si fuera un tanque, sin prestarle atención a los semáforos. La
gente frenaba tocándole bocina y él les mostraba una pistola que era una
réplica de las verdaderas.
-Mostrale la pistola a Hank
-dijo Baldy.
Igor me la alcanzó. Nosotros
íbamos sentados atrás y me quedé mirándola.
-¡Es fantástica! -dijo
Baldy. -La talló en madera y la pintó con betún de zapatos. ¿No parece de
verdad?
-Sí -contesté, mientras
la devolvía. -Y hasta tiene el cañón perforado. Es muy linda.
Igor me volvió a pasar el
ron. Me zampé un trago y le pasé la botella a Baldy. Él se quedó mirándome y
dijo:
-¡Heil Hitler!
Fuimos los últimos en
llegar. La casa era linda y muy grande, y en la puerta nos atajó un gordo que parecía
haberse pasado toda la vida comiendo castañas al lado del fuego. Se llamaba
Larry Kearny. Me dio la impresión de que los padres no estaban, y lo seguimos
hasta terminar bajando por una escalera larga y oscura. Lo único que yo podía
distinguir eran los hombros y la nuca de Kearny. Evidentemente, era un tipo
mucho mejor alimentado y más saludable que nosotros. Pensé que a lo mejor se
podría aprender algo allí.
En el sótano encontramos
varias sillas. Fenster nos saludó haciendo un gesto aprobatorio con la cabeza.
Habia otros siete tipos que yo no conocía. Entonces Larry subió a un estrado y
se plantó muy erguido detrás de una mesa.
-¡Ahora vamos a hacer el
juramento de lealtad! -dijo señalando una gran bandera americana que se
extendía a lo largo de la pared del fondo.
¡Dios mío! -pensé: -¡Me
equivoqué de lugar!
Nos paramos para corear
el juramento, pero después de decir “juro por…” yo me quedé callado.
Nos sentamos. Larry se
parapetó atrás de la mesa y nos explicó que él iba a presidir esta primera
reunión, y que cuando nos conociéramos bien entre nosotros podríamos elegir a
cualquier otro. Pero mientras tanto, no.
-En América nos enfrentamos
a dos terribles amenazas contra nuestra libertad: el azote del comunismo y la
rebelión de los negros. Muchas veces trabajan juntos y nosotros, los verdaderos
americanos, estamos reunidos aquí para defendernos de esta conspiración. ¡Las
cosas llegaron hasta el punto de que ninguna muchacha blanca y decente puede
andar por la calle sin ser acosada por un macho negro!
Igor pegó un salto:
-¡Tenemos que matarlos!
-Los comunistas quieren
arrebatarnos la riqueza por la que se desvivieron trabajando nuestros padres y sus
padres. ¡Y se la quieren entregar a cuanto negro, homosexual, vagabundo,
asesino y exhibicionista encuentren por la calle!
-¡Los vamos a matar!
-¡Hay que frenarlos de
una vez!
-¡Y armarse!
-Sí. ¡Nos tenemos que
armar y reunirnos aquí para elaborar un Plan Maestro que salve a América!
Todo el mundo aplaudió y
dos o tres aullaron “¡Heil Hitler!”. Entonces llegó el momento-de-conocernos-entre-nosotros.
Larry nos alcanzó unas cervezas frías y formamos pequeños grupos para charlar, aunque lo único que decíamos era que necesitábamos practicar mucho tiro al blanco para cuando llegara el momento del ataque.
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