por Carlos Javier González Serrano
Fina Birulés, profesora de Filosofía
en la Universidad de Barcelona, es una de las más reconocidas especialistas en
la obra de Hannah Arendt, a quien ha estudiado a través de los temas de
investigación que más le interesan: historia, acción y subjetividad política, así
como la teoría feminista y el estudio de la producción filosófica femenina.
Editora y autora de diversos volúmenes (entre los que destacan su biografía
filosófica de Arendt), ha publicado recientemente junto con Ángela Lorena
Fuster el texto arendtiano Más allá de la filosofía.
Escritos sobre cultura, arte y literatura. Una de sus últimas obras
es Entreactos. En
torno a la política, el feminismo y el pensamiento.
A pesar de las diversas
reivindicaciones que se han dado en estos últimos meses, la filosofía, como
disciplina teórica, sigue amenazada por los planes de estudio y las postreras
reformas educativas. ¿Qué papel ocupa –o debería ocupar–, a su juicio, social y
políticamente la filosofía?
Vivimos en sociedades donde todo
parece estar destinado a ser consumido rápidamente y a mostrar, mientras dure,
su funcionalidad. De ahí que las humanidades parezcan tener poco espacio, ya
que el terreno en el que nacen y crecen es el liberado de la utilidad, de la
inmediatez de las urgencias: su tiempo es el postergado, el diferido. Las
humanidades y el pensamiento tienen que ver con aplazamientos e interrupciones
de los procesos naturales, sociales e históricos. Por ello, la cultura es algo
más que el fruto de individuos que se viven a sí mismos en una suerte de
plenitud autosuficiente, a la que no cabe aportar nada y en que no se echa en
falta nada: la cultura es expresión del deseo de añadir algo propio al mundo o
de la voluntad de pasar cuentas con lo heredado.
Frente a la aspiración del
conocimiento científico a obtener resultados y a llegar a verdades que se van
revisando, el pensar trata de aclarar, desenredar, sin pretender determinar la
decisión o la acción. Así, hay quien ha dicho que la filosofía es el arte de
formar, inventar, de fabricar conceptos; los conceptos son centros de
vibraciones de nuestra red discursiva y la tarea de quien se dedica al
pensamiento es tratar de despertar un concepto dormido, representarlo de nuevo
en un escenario inédito. Pensar es salir del círculo trazado, interesarnos por
lo no dicho, atrevernos a ir más allá y, con ello, descubrimos una de las
formas de movernos libremente en el mundo. De nuestra capacidad de pensar, de
valorar afirmativa o negativamente lo que ocurre, de especular sobre lo
desconocido o lo incognoscible.
Quizás es el momento de decir que, a
la pregunta “¿para qué sirve el pensamiento filosófico?”, no cabe ya contestar
con aquello de que su grandeza radica en el hecho de que no sirve para nada,
porque esto sería una muestra de coquetería o directamente de mala fe. Quizás
tratar de responder reflexivamente nos obliga a interrogarnos sobre el concepto
de utilidad, su lugar en nuestras redes conceptuales y su estatuto de criterio
único de valoración en nuestro mundo.
Es usted una de las especialistas más
reconocidas a nivel internacional sobre Hannah Arendt. ¿Qué podemos aprender
aún de la pensadora alemana?
En mi opinión y por lo que concierne
a los estudios arendtianos, nos hallamos en un momento de normalización de un
pensamiento, no fácilmente reducible a los lugares comunes del discurso actual.
Frente a esta voluntad de domesticar un pensamiento que arranca de la
heterogeneidad entre las modernas herramientas conceptuales y la experiencia
política contemporánea, conviene leer y releer los textos de Arendt. En ellos
hallaremos un deseo de comprender los acontecimientos que le tocó vivir junto
con unos ejercicios de pensamiento que parten del supuesto de que el pensar
nace de la experiencia viva y que, sin ofrecer algo parecido a un modelo
teórico cómodo que permita dar cuenta de cualquier hecho, nos invitan a pensar.
En la obra de Arendt podemos encontrar también una mirada crítica hacia gran
parte de la tradición filosófica, un diagnóstico de la modernidad en términos
de progresiva alienación del mundo, así como una fuerte apuesta por repensar la
especificidad de la libertad política.
Acaba de publicar, en edición conjunta
con Ángela Lorena Fuster, Más allá de la filosofía. Escritos sobre
cultura, arte y literatura (Trotta, 2014), de la propia Hannah Arendt.
¿Qué tienen en común y qué límites separan la filosofía de la literatura? Aun
cuando poseen un método distinto, ¿persiguen la misma finalidad?
Cuando, junto con Lorena Fuster,
empezamos a preparar esta antología de artículos poco conocidos de Arendt
queríamos mostrar a través de su publicación que, para Arendt, el relato, el
poema, son en muchas ocasiones caminos de aproximación a la vida y a los hechos
históricos. De hecho, parece como si una de las fuentes de irrigación de su
obra fuera la literaria, como si pensara con los narradores y los poetas.
Incluso en los tiempos más difíciles,
Arendt afirmaba que para ella Alemania era “la lengua materna, la filosofía y la
poesía. De todo esto puedo y debo responder”. Así, a lo largo de su vida,
parece haber preferido la compañía de artistas y escritores que, a pesar de ser
conscientes de la impotencia de sus artes para cambiar lo real, empeñan su
imaginación en captar una chispa de su verdad. Recientemente Bérénice Levet ha
escrito, refiriéndose a Arendt: “Preferir la compañía de artistas es ‘una
cuestión de gusto’, de gusto en el sentido fuerte, noble y kantiano del
término, es decir de juicio”.
También investiga asuntos feministas y
ha abogado por la defensa de la filosofía que llevan y han llevado a cabo
diversas mujeres. ¿En qué momento se encuentran los estudios feministas? ¿Hacia
dónde se encaminan?
Junto con Rosa Rius y otras
investigadoras, desde 1990 hemos trabajado en la recuperación de la obra y el
pensamiento de las filósofas. Yo me he dedicado básicamente a pensadoras del
siglo XX (Hannah Arendt, Simone Weil, Sarah Kofman, Rachel Bespaloff, Simone de
Beauvoir, Françoise Collin,…), la mayoría de las cuales difícilmente se pueden
considerar feministas. Pero su pensamiento -situado en un lugar entre dentro y
fuera de la tradición filosófica- nos ayuda a pensar, porque con sus
interrogaciones nos aparta de la tentación de transitar con comodidad por los
caminos más frecuentados.
Por lo que respecta a la teoría
feminista, en este momento está, por una parte, en un proceso de progresiva
institucionalización y, por otra, se enfrenta a quienes hablan de
“postfeminismo”. En cualquier caso, una de las cuestiones centrales e
interesantes que interpela a la teoría feminista es la planteada por los
discursos que enfatizan el lugar central que debería ocupar el cuestionamiento
a la heteronormatividad y que ponen el acento en la desnaturalización del
género y en un pensamiento crítico, un activismo que no excluya a nadie por
motivos de género, raza o clase. Este reconocimiento de todas las diferencias
parece dejar entrever que nos hallamos ante una nueva apuesta por la
indiferencia de los sexos, o por la provocadora «mezcla de los sexos», que
socialmente siempre ha generado un cierto desasosiego.
Hace no mucho publicó, junto a Rosa
Rius, una excelente e imprescindible compilación de textos sobre Simone Weil (Lectoras
de Simone Weil). En Reflexiones sobre las causas de la libertad y
de la opresión social, explicaba que “el poder encierra una especie de
fatalidad que se abate tan implacable sobre los que mandan como sobre los que
obedecen; más aún, en la medida en que subyuga a los primeros, se sirve de
ellos para aplastar a los segundos”. ¿Qué vigencia encierran todavía estas
palabras de Weil, y en qué sentido?
Simone Weil es otra pensadora
irreductible a nuestro discurso político contemporáneo pero, a la vez, en
tiempos de privación, en que sentimos la necesidad de palabras que contengan
verdad, sus escritos nos resultan imprescindibles. Ella recomendaba sentir
desconfianza y recelo hacia las palabras adornadas con mayúsculas, nunca
definidas y que empujan a los humanos a repetirlas y a derramar sangre sin
obtener nada que les corresponda.
Tanto Weil como Arendt se interesaron
abierta y explícitamente por la cultura griega. ¿Qué patencia esconde aún el
pensar y actuar griegos en su sentido más clásico?
La polis griega
seguirá existiendo en el fondo de nuestra existencia política, siempre que
sigamos usando la palabra “política”, nos recuerda Arendt. Ambas pensadoras,
desde enfoques muy distintos, encuentran en el pensamiento y la poesía griegas
alimento para su pensar y decir la experiencia de su propio tiempo, en la Ilíada o en la tragedia, por ejemplo. Y podríamos
decir que en su obra asoma la pregunta: si no somos griegos, ¿qué clase de
ciudadanos somos?
¿Qué pensadoras, a su juicio, habría
que sacar a la palestra que aun no son suficientemente conocidas? Por ejemplo,
el CSIC acaba de publicar algunos de los escritos más importantes de Marie de
Gournay.
Me parece una muy buena noticia la
edición de Marie de Gournay hecha por Montserrat Cabré y Esther Rubio así como
que haya sido publicada en la colección Clásicos del pensamiento del CSIC. Sí,
todavía hay que publicar y estudiar muchos textos importantes de pensadoras de
todos los tiempos, pues en su recuperación no sólo se juega el paliar una
injusticia histórica (su exclusión de la cronología), sino el poder subsanar
importantes lagunas teóricas del discurso dominante De ahí que no baste con
colocar la obra de las pensadoras como un apéndice en las Historias del
pensamiento, como si su estudio y análisis sólo fuera un gesto epocal.
En la introducción de Más allá de la filosofía. Escritos sobre cultura, arte y
literatura se explica que “toda acción acaece, pues, en una
trama de relaciones y referencias ya existentes, de modo que siempre alcanza
más lejos: pone en relación y movimiento más de lo que el propio agente podía
prever”. ¿Nos aboca esta afirmación, en última instancia, a un determinismo
difícil de salvar?
Más bien se trata de partir de un
hecho al que, a menudo, la filosofía no ha atendido, la temporalidad y la
contingencia del estar con los demás es el contexto en el que actuamos. La
propia Arendt afirma que la contingencia no es un modo deficiente de ser, como
han creído los filósofos, sino el modo de ser de la comunidad política. Para
explicarlo brevemente se puede decir que calificamos de contingente lo que
podría ser de otra manera y que parece que podemos cambiar de forma
intencionada, como por ejemplo que yo conteste a esta entrevista o no; pero
contingente es también aquello que, a pesar de poder ser de otra manera, no
está en nuestras manos cambiar; una muestra de ello serían los golpes de
fortuna o el tipo de concepción del mundo en que nos ha tocado crecer. En este
último caso, nos pasa algo que no hemos elegido ni deseado y que no nos es
posible modificar de forma totalmente libre. Los humanos somos siempre más
nuestras contingencias y casualidades que nuestras elecciones y es a partir del
reconocimiento de este hecho que Arendt trata de repensar la libertad y la
acción políticas.
En la misma publicación de Trotta,
Arendt dedica un extenso apartado a la poesía de Rilke. Ya conocemos la
reticencia de Platón por la labor de los poetas en la polis (expresada, por
ejemplo, en el diálogo Ion), pero más allá de las disputas por hacerse con el
dominio cultural de una época, ¿supone la poesía, como la filosofía, un tipo de
conocimiento?
El artículo sobre Rilke, escrito
junto con Günther Stern y publicado en 1930, nos sitúa en el inicio de una
década en la que los acontecimientos interrumpieron la juventud de Arendt y la
alejaron de la filosofía, pero no de la poesía. Como ha subrayado Lorena Fuster
en otras de sus publicaciones, Arendt apreciaba la cualidad poética del
pensamiento de Walter Benjamin, Franz Kafka o Martin Heidegger; sin embargo
—como muestra el ejemplo de Heidegger—, el pensamiento poético puede
desentenderse del mundo con facilidad, embelesado en su propia poiética
productiva. Por eso Arendt parece preferir otra relación con el mundo, la que
además de pensarlo en su singularidad, lo cuida activamente a través de la
atención hacia los seres y los objetos que ingresan en el espacio de
apariencia, consciente de su precariedad. Las consideraciones arendtianas están
habitadas por una tensión entre poeisis y praxis, quizás porque para ella la
literatura, y cualquier arte, es entendida y valorada en términos de
pensamiento político. De ahí que en sus últimos escritos subrayara la cercanía
de lo poético y lo político.
Teniendo en cuenta el aparente éxito de
las nuevas alternativas políticas, ¿se ha modificado de alguna forma la noción
que teníamos de cuerpo político, de comunidad, más allá de constituir un vasto
e indiferenciado conglomerado de personas? ¿Es posible contrarrestar los
perjuicios del neoliberalismo más agresivo a través de fórmulas políticas?
Creo que hace ya algún tiempo que, no sólo en nuestro país, muchos son los que han manifestado el cansancio con respecto a la política actual y la voluntad de experimentar nuevos caminos para el ámbito público. Además, se multiplican las protestas frente al predominio de las decisiones impuestas por supuestos “expertos” que presentan la crisis económica como un fenómeno de características casi-naturales y que tienen como efecto no sólo el empobrecimiento de la población, sino también la desaparición de buena parte de las relaciones políticas y de los derechos adquiridos. Ante la alarmante emergencia de nuevas formas de servidumbre, entiendo que ciertamente hay que repensar la noción de espacio público, de comunidad política, pero básicamente hay que arriesgarse, tomar decisiones, tratar de intervenir.
(El vuelo de la lechuza / 13-3-2015)
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