1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
HISTORIA Y FICCIÓN
I. EL IMPACTO DE LA
HISTORIA (7)
Por otra parte, la importancia
que adquiere en las últimas obras de Juan Carlos Onetti la temática del exilio
no resulta menos significativa. Del exilio interior, ligado en los primeros
relatos a una experiencia eminentemente subjetiva -la percepción adolescente y
exaltada del mundo, fundada sobre el férreo rechazo a los valores establecidos-
se pasa insensiblemente a nuevas y más crueles formas de desarraigo. Ahora el
exilio no afecta sólo a Raucho, Lorenzo, Jason o Jorge Malabia, sino también a
los adultos: el protagonista de Para esta noche, Kirsten, la nórdica instalada
contra su voluntad en el Río de la Plata, la rubia y enigmática Mabel de las
primeras líneas de Tierra de nadie, y hasta el Díaz Grey de La casa
en la arena, la Frieda de Justo el treintaiuno y de Dejemos hablar
al viento, el ex-campeón de Los adioses y la extraña pareja de Historia
del Caballero de la Rosa y la virgen encinta que vino de Liliput. Vale
decir: a la mayor parte de los personajes de las ficciones onettianas. ¿Pero puede
esto asombrarnos cuando recordamos el parentesco etimológico que existe entre “exilio”
y “desgracia”? Por otra parte, cuanto más se diversifica la semántica del
exilio, más se intensifican sus connotaciones sociopolíticas. Así en la última
novela de Juan Carlos Onetti campean las formas más duras y tortuosas del
desarraigo: Medina, el ex-comisario de Santa María se refugia en principio en
Lavanda por cuestiones afectivas, aunque la decisión final -como queda
particularmente claro en el capítulo XXI- no carece de una importante dimensión
ideológica. En la lucha contra el fraude, el representante del orden da
muestras de una benevolencia insólita frente a un culpable, intentando así desnudar
la hipocresía y la corrupción de los notables de Santa María. Su lucidez y su
espíritu contestatarario lo llevan, en efecto, a facilitar la fuga de un
conocido traficante a quien la comunidad se disponía, cobardemente, a transformar
en un chivo expiatorio. La incompresible “traición” del comisario Medina aparece
como totalmente opuesta a una célebre traición en la que probablemente haya
pensado Juan Carlos Onetti: la de Silvio Astier abandonando, a cambio de un
hipotético reconocimiento social, a su compañero El Rengo al rigor fariseico de
la justicia burguesa:
Inesperadamente, con voz
enflexiva me preguntó:
-¿Cuánto le debo por sus
servicios?
-¿Cómo…?
-Sí. ¿cuénto le debo?,
porque s usted sólo se le puede pagar.
Comprendí todo el
desprecio que me arrojaba a la cara.
Palideciendo, me levanté.
-Cierto, a mí sólo se me
puede pagar. Guárdese el dinero que no le he pedido. Adiós.
-No, venga, siéntese…
dígame, ¿por qué ha hecho eso?
-¿Por qué?
-Sí, ¿por qué ha
traicionado a su compañero?, y sin motivo. ¿No le da vergüenza tener tan poca dignidad
a sus años?
Enrojecido hasta la raíz
del cabello, le respondí:
-Es cierto… Hay momentos
en nuestra vida en que tenemos necesidad de ser canallas, de ensuciarnos hasta adentro,
de hacer alguna infamia, yo qué sé… de destrozar para siempre la vida de un
hombre… y después de hecho eso podremos volver a caminar tranquilos (38).
A través de su decisión
aparentemente arbitraria, el comisario Medina, lejos de integrarse, como el
joven héroe de Roberto Arlt, a la sociedad burguesa, expresa de manera tajante
su deseo de romper con un mundo cuyo funcionamiento rechaza. El exilio (voluntario
pero igualmente inevitable) de Medina aparece entonces como el corolario de la
libertad del pensamiento, como una acusación a todo un orden social y un
negarse a continuar sirviendo a los valores corrompidos de Santa María:
Huido de Santa María en
la lancha de Manfredo, tránsfuga sin pasaporte ni permiso. El Pibe Manfredo,
justo el hombre que yo tenía que detener o matar. Órdenes superiores, delito
contrabando. Yo, Medina. Y justo cuando lo encuentro en el rancho de terrón que
tenía la abertura tapada por árboles o arbustos que jamás crecieron al borde
ese río, en el momento en que soy un héroe, avanzo solo y pongo sobre la mesa
la mano con la pistola antes que él pueda manotear el revólver (celoso guardián
del orden detiene a peligroso contrabandista), justo entonces. (…) Y fue justo entonces
y cuando, queridos animales, sin posibilidad de conocer nunca la causa, que me
guardé la idiotez de la pistola, destapé el revólver porque comenzaba a
sentirse el frío y quería abrigarme la cabeza. Sentí de pronto, sin alivio ni
tristeza, que yo había dejado de tener motivo. Me serví otro vaso y le pregunté
al Pibe Manfredo:
-¿A qué hora cruzamos? (39)
*
* *
Como hemos podido
apreciarlo, la obra novelesca de Juan Carlos Onetti se ve atravesada de punta a
punta -más allá de las diferencias de matiz surgidas en cada texto- por la Historia.
Podríamos distinguir tres fases principales en esa evolución. Entre 1932, año
que señala el inicio de su carrera literaria y 1941, cuando Juan Carlos Onetti
publica su primera gran novela urbana, la penetración de la realidad exterior,
fragmentaria y aun tímida en los relatos de juventud, no deja de acentuarse. Tierra
de nadie, a través de los debates estéticos e ideológicos que la
caracterizan, convirtiéndola en un texto audaz para le época, corresponde a la
culminación de este proceso de apertura a la Historia. Durante la siguiente década,
por el contrario, se registra cierto retraimiento del interés por el mundo
exterior y objetivo. La disminución de esta incidencia será pujantemente
contrabalanceada por una profunda investigación de los resortes íntimos del
alma humana. Lo imaginario, que comienza a operar con discreción en no pocos
relatos cortos, llega a su apogeo con La vida breve, novela que, según
la opinión general, consagra definitivamente a Juan Carlos Onetti como un escritor
de la subjetividad. Por fin, desde 1950 hasta nuestros días, la obra de Juan
Carlos Onetti vuelve a abrirse a la llamada de una Historia cuya acelerada y
dramática degradación son claramente perceptibles en todas las últimas novelas.
Tal vez el exilio el escritor a Madrid, a partir de 1975, se haya constituido en
una razón suplementaria para acrecentar la permeabilidad de sus textos a los
avatares sociales y políticos de los países del Río de la Plata. Comoquiera que
sea, resulta evidente que la supuesta indiferencia y el menosprecio sistemático
de Juan Carlos Onetti frente a la Historia, pertenecen a la leyenda: el
novelista jamás se ha apartado de la realidad objetiva, así como jamás ha
negado su impacto sobre la existencia individual. Y si ha surgido un
malentendido al respecto -alimentado en parte por declaraciones demasiado
terminantes del autor- alcanzaría, para acabar con él, con que la crítica se
negara a reducir mecánicamente el texto a un simple calco de la realidad
exterior y rechazara toda concepción mimética de la obra de arte.
Notas
(37) Dejemos hablar al
viento, Cap. XII, p. 87
(38) El juguete
rabioso, Cap. 4, p. 120.
(39) Dejemos hablar al viento, Cap. XXII, pp. 125 y 128.
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