miércoles

SIMPATÍA POR EL DEMONIO: EL DÍA QUE KEITH RICHARDS NO PUDO CON SU MAESTRO

 

por Felipe Retamal

 

A veces no basta con las palabras. El rock and roll suele jugarse en otros campos en que los códigos se reducen a pequeños fragmentos de sonido. En filosos riffs, frases y “yeites", está la identidad musical de una canción, sus caminos y variaciones. Y a partir de estos, la influencia. Así pues, el rock and roll pasó desde los marginales bares de Chicago a las piezas de los adolescentes británicos de posguerra, quienes como una marca de su época, lo elevaron como estilo de vida pop; las melenas agitadas al grito de “Yeah”, las camisas floreadas, las drogas recreativas.

 


A veces ambos mundos se encuentran; el de las viejas leyendas con sus dionisiacos apóstoles. Como un duelo a guitarra batiente, en que uno le recuerda su deuda al otro. En 1986, el documental Hail! Hail! Rock 'N' Roll, tuvo como excusa el homenaje a Chuck Berry para echar mano al recurso de reunir a viejas estrellas de rock y dejar que los egos, las tensiones y los demonios internos hicieran el resto. Algo así como un reality show, antes de los reality show.

 

Uno de los convocados fue Keith Richards. Resultó simple. A mediados de los ochentas, peleado a muerte con su media naranja, Mick Jagger, no tenía mucho que hacer, salvo degustar cócteles y quemar las horas en un cigarrillo tras otro. “No había señales de los Stones en el horizonte y yo estaba perdido  recuerda con esa sonrisa socarrona que lo hace ver como un viejo pirata, en el documental Under the Inlfuence, disponible en Netflix-.”Me llamaron para hacer el film de Chuck Berry, Hail! Hail! Rock 'N' Roll. Obviamente tenía que participar. La vida no estaría completa. Se habría roto el círculo".

 

Richards era un declarado admirador de Berry. Muchos de sus fraseos, como los que lanza en “Brown Sugar", “Honky-Tonk Women”, entre otros, tienen su sello. El día en que el destino lo reunió con Mick Jagger en un vagón de tren, en 1960, este llevaba bajo el brazo precisamente un disco del hombre de “Roll Over Beethoven” y otro de ese profeta del blues de Chicago llamado Muddy Waters; dos influencias definitivas para la banda que acordaron crear, tras compartir un trayecto juntos. El mundo les conocería como los Rolling Stones.

 

“En ese momento, teníamos hambre de música -recuerda Richards en el documental-. El modo en el que [Berry] nos movió el piso, aun me estoy recuperando. Con letras increíbles y una actitud alegre y despreocupada. Influyó a todos los guitarristas aunque ellos no lo sepan”.

 

En una secuencia de Hail! Hail! Rock 'N' Roll, Berry y la banda de acompañamiento reunida para la ocasión -él no tenía músicos de apoyo propios, porque asumía que todos se sabían sus canciones así que el contratante debía proporcionarle un grupo- se disponen a ensayar “Carol”, uno de sus hits que en su momento fue la cara B de “Johnny B.Goode”. Los Stones la versionaron en su álbum debut de 1964. No sería la última; también cubrieron “Come on” -de hecho fue su primer single-, “Around and Around” y “Little Queenie”.

 

Apenas Richards toca la característica introducción, con el clásico fraseo en dos tonos propio de Berry, este lo mira y lo corrige. Richards lo intenta de nuevo. “¡Perfect, perfect!”, certifica Berry. Arremeten con la canción. Pero no hay caso. “Lo tienes que hacer bien”, le insiste el de Misuri. Richards aprieta la mandíbula. Mastica el agrio sabor de la rabia. Vuelven a intentarlo, pero Richards lanza palabrotas al aire tras fallar nuevamente. La cámara alcanza a tomar la tensión que se dibuja en los rostros del pianista Johnnie Johnson y el baterista Steve Jordan.

 

No fue la única vez. En una oportunidad el asunto terminó a los puños. Y también fue por una guitarra. “Yo estaba en su camerino y la caja de la guitarra estaba abierta con la guitarra adentro -recuerda Richards hacia el final de Under the influence-. Yo lo estaba esperando, me dijeron que llegaría en un minuto. Estaba inclinado, tocando las cuerdas. Él vino y me golpeó...fue uno de sus más grandes éxitos”.

 

Antes, en 1972, Berry expulsó del escenario a Richards. Sucedió en Black Oak Arkansas, cuando este último integró una banda de soporte para un concierto de Berry junto al pianista Nicky Hopkins. Apenas arrancaron, el hombre de “Roll ove Beethoven”, detuvo el set y ladró al micrófono de forma terminante que no necesitaba ni al guitarrista ni al tecladista. Contrariado, humillado, Richards debió salir. Según afirma Bruce Pegg en el libro Brown Eyed Handsome Man: The Life and Hard Times de Chuck Berry, fue porque el Stone tenía su amplificador a un volumen muy alto, pero otros dicen que simplemente no quería verse opacado por una estrella de rock.

 

Berry, un tipo rudo que endureció su carácter tras una estadía en prisión por un asunto relacionado con una menor de edad que trabajaba en su club nocturno -que no hacía segregación racial, por lo que estaba en la mira-, de alguna manera hacía gala de su carácter contradictorio. Desconfiaba de esa generación de jóvenes blancos que lo idolatraba, pero también disfrutaba mucho de los honores que estos le brindaban.

 

Al fin y al cabo, fue gracias a las versiones de los Stones, los Beatles, los Animals, los Yardbirds, los Beach Boys, The Band, y otros tantos, que Berry se hizo conocido para una generación que lo reconoció como un referente. “Fue el mayor intérprete del rock, el mayor guitarrista y letrista del rock más puro”, escribió Bruce Spirngsteen en su cuenta de Twitter al enterarse de la muerte de Berry en 2017. En su juventud, él mismo había participado en una banda de apoyo del músico, y sufrió su trato frío y no siempre amable.

 

Pero el mayor desafío, como siempre, fue lo musical. “No muchos quieren tocar como Chuck porque no es nada fácil -agrega Richards a modo de una confesión-. Yo sí quiero”.


(LA TERCERA / 28-4-2020)

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