(Esta nota complementa la 3ª edición de Yo el Protector / Memorial
personal de Pepe Artigas de Hugo Giovanetti Viola, con prólogo de Maryse
Renaud y presentada por primera vez en un formato conjunto virtual y de
audiolibro a nivel mundial por elMontevideano Laboratorio de Artes y Estudio El
Liebregal.)
“LA CARNAVALIZACIÓN DEL MITO DE PEPE ARTIGAS ERA LA MEJOR FORMA DE BUCEAR
EN LA GRANDEZA COMARCANA Y UNIVERSAL DE SU ARQUETIPO HEROICO”
¿El
proyecto de escribir tu libro sobre Artigas surge en forma espontánea frente a
una coyuntura histórica o fue algo que ya venías planificando?
Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas fue escrito entre octubre de 2010 y abril de
2011, y la “bajada del cielo” (Onetti dixit) de ese proyecto se produjo tres o
cuatro meses antes, al empezar el invierno. Y sucedió lo mismo que cuando
concebí Morir con Aparicio en 1980, porque en cierto momento la visión
de una caballada saravista me relampagueó en el estómago (o mucho mejor
dicho: en el chakra ventral) y paf. de golpe te sentís el Adán de la Capilla
Sixtina, que tiene que decidirse a estirar la última falange del índice de su
mano izquierda para que Dios lo toque. Puro libre albedrío. Yo estaba en
la Escuela de Cineastas del Uruguay, donde dirigía los talleres de guión, y un
mediodía, después de bajar a comprar unas empanadas en la calle Colón (a tres
cuadras de donde nació Artigas) sentí aterrizar de golpe a la idea madre de
Yo el Protector, lo que me provocó un vértigo espantoso: te
aseguro que durante uno o dos meses, por lo menos, tuve la casi total seguridad
de que concretar aquella patriada literaria iba a ser imposible.
Pero ojo: la obsesión por explorar los contraluces de nuestro mito-guía
había empezado en 2004, cuando leí el voluminoso Artigas católico de
Pedro Gaudiano, al que su prologuista -nada menos que Arturo Ardao- define como
una enjundiosa obra que viene a llenar a plenitud un grande vacío
historiográfico. El propio autor, además, en el prólogo a la primera
edición, había denunciado que con Artigas se cometió una doble injusticia
histórica. La primera se remonta al “libelo de Cavia” de 1818, fundador de
la leyenda negra del supuesto anti-héroe cuya tinta ha tratado de seguir
enchastrándolo con malabarismos de pulpo hasta nuestros días, y actualmente más
incentivado que nunca por la pandemia espiritual posmoderna. La otra
injusticia histórica, señala Gaudiano, consistió en arrojar un manto de
silencio acerca de la fe católica que profesó Artigas.
Y después de leer el apéndice que contiene algunos extraordinarios
fragmentos de La conversación consigo mismo del marqués Louis-Antoine
Caraccioli (o Caracciolo) que Artigas rumiaba todos los santos días en Ibiray pensé,
evocando al Imperator de la Torre de los Panoramas: Tontovideo nunca
ha dejado de ser un chiquero cultural sobrevolado por el iscariótico caranchaje
positivista. Y me puse a estudiar
todo lo que tenía a mano, hasta que en 2006 publiqué una ucronía policial
titulada: 1809: Artigas y la barbarie ilustrada y el alma cimarrona / Lo que
el materialismo neurótico quiso escondernos sobre nuestra grandeza. Y allí
el Capitán de los Blandengues aparece como un personaje de relativa importancia,
aunque es clarísimo que mi inconsciente se estaba preparando para desembocar en
la casi imposible cuajadura de Yo el Protector / Memorial personal de
Pepe Artigas.
El título parece ser la contracara de Yo el Supremo de Augusto
Roa Bastos. ¿Es así? ¿Pensás que Artigas representa realmente la contracara del
dictador Francia o se trata solamente de un giro literario?
Pienso que Artigas representa la suprema contracara de Francia, por
supuesto. Aunque lo que me “anzueló” ipsofactamente fue la posibilidad de
plantear un enfoque narrativo “en espejo” (para hablarlo futbolísticamente):
eso me solucionaba nada menos que la visualización del planteo
macroestructural, que hay que tener resuelto antes de escribir la primera frase
de cualquier narración.
¿Y por eso estructuraste la obra en forma de auto balance?
Sí. Se trata del monólogo pensante de un moribundo tratando de
reconstruir su viaje histórico y psicológico espiralado ascendentemente hacia
la PAX-LUX que nos produce la boda interior de nuestros opuestos: el Verbum del
falo logoico adultizado fecundando a la renovada Femineidad pos-amniótica. Y
aquí radica la más profunda contraposición entre los dos héroes narrativos.
Porque la enfermiza acumulación de poder fue haciendo espiralar
descendentemente al dictador paraguayo hacia el más desasosegado de los
infiernos, como le pasaría en el siglo XX al Generalísimo Franco que, según
cuentan, en los momentos de lucidez final aullaba de horror en vez de orar,
igual que el sacerdote apóstata de Saura en La noche oscura. Entonces utilicé
la rigurosamente matemática (y gótica) compartimentación dantesca a la que
había recurrido al estructurar mis memorias, publicadas en 2004 con el título
de El taller de la vida / Confesiones: porque tanto Las alas del
infierno como El amor del purgatorio y La soledad del paraíso constan
de 33 capítulos de 40 líneas cada uno, sumándose un colofón (que sustituye al
canto introductorio de la Commedia) donde el viajero contempla
desasidamente L’amor che move il sole e l’altre stelle. En el caso de mi
Artigas, sintetizo ese éxtasis final con una memorable frase glosada por Álvaro
Moure Clouzet: Con Dios ni ofendo ni temo.
¿Y qué criterios utilizaste en el momento de elegir el lenguaje del
protagonista?
Bueno, ese era el salto al dulce abismo (Silvio Rodríguez dixit)
más difícil que tenía que asumir, y lo solucioné cuando en cierto momento visualicé
la concatenación de párrafos como islotes contados (pensados) en primera
persona por un Pepe moribundo bajo un mosquitero, en Ibiray. Artigas hablaba
varias lenguas, y entonces decidí dejar fluir un menjunje de español castizo
entreverado con giros gauchescos (que él utilizaba a menudo y muy astutamente,
según el interlocutor que le tocara cuerpear), portugueses, charrúas, minuanes
y guaraníticos, aunque en cierto momento el personaje se adueñó de un
imprevisible yeito propio que yo no había planeado y mi conciencia
simplemente lo tenía que seguir. Y eso fue maravilloso. (El Peludo Espínola
Gómez, cuando compuso cerca de 100 boligrafías en un par de meses,
decía, con las cejas muy encrespadas: “Qué lo parió. Se ve que tuve el chorro apretado
con la pata demasiado tiempo y ahora salió todo junto”.)
Claro que exactamente en la última línea del primer capítulo apareció un
verso de Vallejo (la miseria de amor) que escribí con itálicas -como si
no le perteneciera al personaje- y de a poco empezaron a colarse citas de todo
tipo hasta que desemboqué en una intertextualidad más o menos sistémica y
realmente aquelárrica y la dejé fluir, también. (“Se dice que hay varias
maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la
verdad, ocultando el alma de los hechos” nos advirtió el pater Eladio Linacero
en 1939: “Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la
forma del sentimiento que los llene”.) En este caso, historiar la verdad del
alma de Pepe Artigas me exigió acumularle esclarecimientos ajenos a su
magín, y esto no es nada nuevo. En uno de sus últimos libros, por ejemplo,
Raymond Carver fue intercalando dialécticamente fragmentos de Chejov como si
tal cosa. Y Gidon Kremer produjo unos de los discos más conmovedores que
escuché en mi vida intercalando Las cuatro estaciones de Vivaldi con Las
cuatro estaciones porteñas de Piazzolla (y hasta incrustando compases de una
de las sagas en los movimientos de la otra).
¿Pero por qué algunos de esos textos son citados íntegramente y otros
modificados en parte?
Eso ni yo lo sabo. El Lucho Suárez confesó una vez que en las
situaciones más difíciles ha llegado a cerrar los ojos antes de patear. Con los
cual quedan desorientados el marcador, el golero y hasta el relator que está
trasmitiendo el partido y no tiene tiempo ni para gritar el gol. Pero la pelota
entra.
Este entramado-collage parece estar mostrando una necesidad de
“carnavalizar”, en cierta forma, el mito artiguista. ¿Esa fue la intención?
Totalmente. Porque la carnavalización del mito de Pepe Artigas era la
mejor manera de bucear en la grandeza comarcana y universal de su arquetipo
heroico. ¿Y cómo elaborarla? A través de su lenguaje, precisamente. Es el
propio monólogo pensante el que, como señalaba Mijail Bajtin, talla sobre el
muro de la caverna la tan soñada igualdad mesiánica, instaurando un paisaje
narrativo coloquial y dialógico que isomorfiza una forma especial de
contacto libre y familiar entre individuos normalmente separados en la vida
cotidiana por las barreras infranqueables de su condición, su fortuna, su edad
y su situación familiar. Se trata de una carnavalización analógica, por
supuesto. Pero si detenés y sosegás poéticamente al tempo mítico, se abre
el portal de otra dimensión del ser, satinada (Paco
Espínola dixit) por la especificidad del discurso estético
(simbólico) que funciona en triangulación con el científico y con el ético,
aunque subordinándolos epistemológicamente. De lo contrario, estaríamos cayendo
en la insufrible seudodliteratura sociologista de Zola, Vargas Llosa y
todos los castrati a los que la ceguera endémica del establishment de la
modernidad considera artistas. Y a aplaudirlos, que hay quórum. Pero lo
atroz es que lo que realmente les interesa a esos eunucos enlaurelados es acceder
a la “glorieta” (Guillermo Fernández dixit): ponerse “de moda”, ganar plata y premios
internacionales, cuando la mayor recompensa que existe para un legítimo
escarabajo pelotero (que se alimenta alquimizando estiércol) es coronarse con
el Halo Espinoso de la Cruz. Y si no preguntáselo a Lautréamont, a Van Gogh, a
Kafka o a Torres-García. Y por qué no a José Gervasio Artigas, que fue un superdotado
orfebre de la geopolítica.
Lo que estaría indicando, además, que vos te identificás con la historia
del alma de Pepe.
¿Y por qué te creés que este apartamento en el que me exilié hace ya una
década, completamente solo y con 62 años, se llama el Cuartel Artiguista de la
calle Lepanto? Recordemos, con Carl. G. Jung, que la heroicidad no se constela
como un lujo sino por necesidad. No tuve más remedio -como cuando en mi
juventud viví 20 meses en París y Saint-Tropez pasando el plato con la
guitarra- que atravesar un ventarrón de soledad compacta sin dejar de escribir
y militar vocacionalmente en elMontevideano Laboratorio de Artes. Claro que en
este caso cargaba en la mochila el contrapeso de una familia casi completamente
despedazada y un tornado de incomprensión y disgustos que terminaron por
generarme, en 2013, la explosión de un bocio folicular y un tumor de diez por
quince en el riñón derecho más maligno que el manzanazo que le encajaron a
Gregor Samsa en el lomo. Y pensar que en estos casos siempre se te arrima gente
bienintencionada a papagayear ese versito gancheramente bondadista que repite
hasta la exasperación No te rindas, No te rindas, No te rindas, No te
rindas, como si estuvieran cantando un Que los cumplas feliz. ¡Pero
carajo! ¡Lean a Elisabeth Kübler-Ross y entiendan de una vez que sin
aprender a rendirse y a resignificar los fracasos de la personalidad no se
puede crecer! ¡Lo que importa es no darse por vencido! ¡Y
Artigas no huyó valientemente al Paraguay, como anda diciendo un enchastrador
puesto al servicio de la prospectiva del cobarde y copetudo Cavia y los
logieros que lo manipularon! Artigas es el hombre más importante de las tres
Américas, como lo vienen comprobando historiadores de la talla de John Street,
que fue un brillante discípulo de Toynbee. Y tuvo que rendirse frente al
infame acorralamiento masónico-imperial, pero cuando Frutos -el máximo traidor
y exterminador que existió en el Uruguay del siglo XIX- lo mandó buscar para maquillar
el lautreámontiano desastre de la Guerra Grande, no le dio ni pelota. Y supo
morir solo, derrotado y digno. Igual que Jesucristo.
¿Y compartís también el misticismo que impregna toda la obra o quisiste
acompasarte con el espíritu de la época?
Yo me defino como un católico junguiano, kierkegaardiano y místico desde
hace treinta años, cuando me sumergí para siempre en la obra teológica de San
Juan de la Cruz por recomendación de mi terapeuta, Demian Díaz Torres (que
también trató a Levrero). Y esa forma radical de vivir te conduce a la búsqueda
de la boda interior de los opuestos de la que te hablé antes. Y además me
considero un pobre de espíritu inspirado históricamente por el propio
Pepe Artigas, que no se conformaba con menos de Dios. Nuestra cultura
con cielorraso es incapaz de comprender que la pobreza de espíritu es el
desasimiento de todo tesoro terrenal que no nos guíe hacia la completud
interior donde reina la libertad inefable que te otorga la fe en
el misterio. Y si no lográs irte purificando de los deseos sedientos
de paraísos artificiales nunca encontrás la cosa, esa indoblegable
PAX-LUX que te lleva a vivir en un estado de adoración cósmica muchísimo más profundo
que la simple alegría. Y aquí desembocamos en otro muy papagayeado texto
de Benedetti (que lamentablemente involucra al gran Serrat) que nos reclama defender
la alegría a pesar de Dios y de la muerte. ¡Pero carajo! ¡Eso es lo que
pretende el consumismo salvaje! ¡Que consideremos a la alegría como a una
especie de satisfacción o ilusión optimista, utopista y en definitiva
escapista! En suma: olvidarnos de Dios y de la muerte (los dos puentes
supremos hacia la trascendencia) apoderándonos de un bienestar
irremisiblemente volátil y pasajero. ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Lo que reclamaba
Federico en Nueva York era que diéramos la vida para acceder al reino de un
más allá interior donde el cráneo sonríe con una felicidad inmune al
envenenamiento de los yertos paisajes de cicuta que sigue imponiéndonos el
capitalismo! ¡Y ese es un desafío místico, como lo fue bautizar a la
capital de la Liga Federal de los Pueblos Libres evocando el día de la Purificación
de la Virgen en el templo!
¿No te parece arriesgado polemizar con los detractores de Artigas desde
tu propio libro? Porque hay unas cuantas alusiones bastante directas a figuras
contemporáneas.
Bueno, eso lo hicieron Dante Alighieri, Cervantes y Tolstoi, entre otros
tantos leones. Así que no me siento muy mal acompañado.
Es evidente que la dimensión que le das al prócer contrasta con la de
los que dicen: 1) que no es un verdadero héroe porque no murió peleando; 2) que
es un mito que hay que alimentar permanentemente porque ni no se cae; 3) que en
un momento de su vida persiguió a indios y a revolucionarios; 4) que se subió
al carro de la revolución porque se peleó con el poder español por razones
menores; 5) que su reparto de tierras fue intrascendente; 6) que sus tratados de
comercio sentaron las bases de otros actuales, lesivos a los intereses
orientales y 7) que se inventó un Artigas con una sensibilidad social que no
era tal, entre otras muchas críticas. ¿No tenés miedo de estar alimentando con
tu novela una leyenda edulcorada, como dicen algunos, para simplemente
reafirmar la nacionalidad?
Te contesto por orden. 1) Los verdaderos héroes patrios (que no tienen
por qué ser próceres) viven y mueren -para glosar a Antonio Machado- en guerra
con sus entrañas, y se despiden en paz. ¿O vamos a inventar una especie de
aristocrático y exitista ATP de prohombres acribillados? Eso es cosa de esnobs
seductores que quieren figuretear minimizando a los escasísimos imprescindibles
(Bertolt Brecht dixit) que guían a cada pueblo hacia la indoblegable
luminosidad. 2) Artigas es un mito al que hay que defender permanentemente
porque si no los traidores serían capaces de seguirlo enchastrando hasta la
pulverización. ¡Los sicarios de Cavia, Walt Whitman, los maricas filosóficos
de Cavia and Company! 3) Ya es un hecho
irrebatible que el cuerpo de Blandengues fue inventado para no llevar preso al
“coquito de la campaña”, que era el líder más importante de los
contrabandistas. Y es a partir de ese momento, según lo sugiere el historiador
inglés John Street -con una insólita gracia de profundidad- que Artigas “se
enamora” de la Banda Oriental y tiene que empezar a reprimir a cualquier clase
de saqueador, sea indio o sea matrero levantisco. Vale decir: que ese giro
providencial lo hizo desarrollar un sentido de pertenencia más alto y más hondo
que desembocará en la prospectiva de una Liga Federal craneada en Arerunguá al
abandonar el Segundo Sitio y compaginando diferentes modelos de constituciones
de la revolucionaria confederación norteamericana, como está comprobado hace
mucho tiempo. Una vez escuché a Vázquez Franco en la televisión acusando a
Artigas de haberse ido a “papar moscas” en el desierto que él llamaba el “centro
de sus recursos” mientras Alvear tomaba Montevideo. Y la pobre Sonia Breccia lo
escuchaba fascinada. Porque en el Uruguay no se enseña la verdadera historia
del fundador y le podés vender espejitos a cualquiera porque casi nadie sabe
nada, y menos que menos los “seudoculturosos” ávidos de ponerse “à la page” de
los seductores que se lucen desparramando mala leche. 4) Existe un
documento firmado por el rey de España negándole una licencia por enfermedad a
Artigas, al que le sacaron el jugo durante años negándole un mísero ascenso, desde
que empezaron a discriminarlo como a un “español de segundo orden”. Esas no son
razones menores. Y Pepe nunca fue un gil. Por lo menos terminó por
arreglárselas para canjear los interminables “padecimientos” que le acarrearon
las “changas” donde les sacaba las papas del fuego a los maturrangos como
Javier de Viana con la adquisición de un precioso territorio (destinado a
proteger a los charrúas) cuyo nombre significa “La alegría de estar en Dios”.
Con él no se jodía. Y yo no diría que se incorporó tardíamente a la Revolución,
sino que los porteños demoraron mucho en entender -gracias al brillante y
desgraciadísimo Mariano Moreno- que en la Banda Oriental había un solo
candidato con cabeza y güevos de Jefe. Lamentablemente, le encajaron de ladero
a Mamita Rondeau, que era un “tibión” servil. 5) El hazañoso reparto de tierras
(cuya impronta profunda está inspirada en Santo Tomás de Aquino y el suarismo
jesuítico) se logró emborrachando en Purificación a los dos cajetillas (Juan
León y León Pérez) que le mandó el Cabildo de Tontovideo para negociar
“ventajeramente”, y se hizo lo que se pudo, con el humillante riesgo de tener
que bancarse la bronca de gente tan cojonuda como el Pardo Encarnación, que se
le retobó al Protector con sobradas razones. Claro que si comparamos la reforma
agraria artiguista con los extraordinarios repartos revolucionarios de tierra que
hicieron José Batlle y Ordóñez, Tabaré y Vázquez y José Mujica, resulta poca
cosa. Encantamientos cínicos veredes, queridísimo Sancho. 6) ¿Así que ahora
estamos acusando a Artigas hasta de sentar las bases de los calzones que nos
bajamos para que nos encajaran el chuco de las papeleras? Lo triste es que es
gracioso. 7) Esa apreciación es realmente repugnante. Revisen nada más que el
episodio de Ana Gasquén, muchachos. Y por lo menos lávense la boca con alcohol
en gel después de escupir la piedad de los que supieron arrodillarse frente a
la tribu triste.
Con respecto a mi
novela-poema, te diré que sólo intenta reafirmar sin el menor edulcoramiento la
parte de nuestro país que se llama República Oriental, único arquetipo que pesa
históricamente en el inconsciente colectivo de lo que bien podría llamarse Ponsonbylandia
en lugar de Uruguay.
¿Cuáles fueron los historiadores que
resultaron más influyentes en tu trabajo?
Todos tienen su cuota
de importancia, pero Alberto Methol Ferré, Pedro Gaudiano y Juan Zorrilla de
San Martín (cuya Epopeya yo me daba el lujo de menospreciar por considerarla rebasada
a nivel investigativo) me resultaron anímicamente imprescindibles. (También
fueron muy útiles las pesquisas realizadas in situ por Nelson Caula y
Ana Ribeiro en el Paraguay, y por supuesto, tu invalorable colaboración como
consejero, diagramador de portada, presentador en el lanzamiento del Cabildo y
la Escuela de Cineastas del Uruguay y distribuidor del libro en las
instituciones y las cooperativas. Es por eso que el “letrado” Ricardo Arocena
aparece mencionado por el Protector como un personaje agitativo en los pagos
sorianenses donde se gestó “El grito”).
Pero el horcón ideológico fundamental es el invalorable Tucho, que en un
artículo escrito en 2009 -que se llama La vuelta de Artigas y fue
republicado en elMontevideano Laboratorio de Artes- plantea como única salida
la recuperación del soplo federal aplastado por el cielorraso logiero que cada
día nos ahoga más. Es un problema geopolítico y filosófico que fatalmente
tendremos que replantearnos si queremos espiralar ascendentemente hacia una
América-Nación capaz de existir con fuerza y fisonomía propia en este tramposo
(y tétrico) reordenamiento mundial que se avizora entre la nebulosidad de la
pandemia. Por otra parte, esa vuelta de Artigas ya pudimos verla
materializada holográficamente en una extraordinaria miniserie cordobesa de
cuatro capítulos que se estrenó en Canal Encuentro: Artigas / Guerrero de la
libertad. El guión y la dirección es de Mauricio Minotti y la actuación de
Iván Espeche Gil, dos fenómenos realmente consustanciados con la cosa. Claro
que en Ponsobylandia la vio muy poca gente, porque el único canal que se
interesó en comprarla fue la semifundida y prácticamente inadvertida TV Ciudad.
O sea que siempre estamos en lo mismo: los burócratas del chiquero que juegan a
la democracia ejemplar en el Palacio de los Sueños Perdidos siguen arrimando
flores a los monumentos para ningunear con más elegancia al fundador de la garra
celeste y chau Pepe: tu radicalismo estorba. Bueno, ya es muy sabido que
donde manda la masonería lo sagrado se agrieta. ¡Y el año pasado terminamos por
hacerles la vista gorda a las mismísimas confesiones de los torturadores!
¿Cómo viviste la
experiencia de registrar el primer audiolibro que incluye una novela completa
performatizada por su autor en nuestro país?
Fue algo maravilloso,
que le debo a la generosidad de “Jardín humano”, que integran los militantes
culturales multimediáticos Haugussto Brazlleim y Federico Coore y me
propusieron “performatizar” (dijiste bien) la novela-poema en su estudio, “El
Liebregal”, adosándole pequeñas cortinas musicales entre capítulo y capítulo.
Fue un trabajo arduo y tan conmovedor que terminé por cantar, toser, aullar y
llorar al encarnar la voz de Pepe el moribundo. Y cuando lo entregamos en
elMontevideano tuvo muchísima audiencia, lo que realmente te caldea la vida.
Ved ahí el fruto de los desvelos de quien nos guió.
Cuartel artiguista de la calle Lepanto / 12-2020
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