50
Todo el mundo hacía
gimnasia a la misma hora. El casillero de Baldy estaba en la misma fila que el
mío, cuatro o cinco lugares más allá. Yo me adelanté a todos. Baldy y yo
teníamos el mismo problema. Odiábamos los pantalones porque picaban
terriblemente, pero a nuestros padres les encantaba que usáramos ropa de lana. A
mí se me ocurrió solucionar el problema usando el pijama abajo de los pantalones,
y se lo conté en secreto a Baldy.
Abrí el casillero y me
desvestí. Después de sacarme los pantalones escondí el pijama en el estante
alto del casillero y me puse el de hacer gimnasia justo cuando los demás
estaban llegando.
A Baldy y yo nos pasaron un
montón de cosas por usar un pijama escondido, pero la mejor anécdota era una
que contaba él. Una noche estaba bailando con una muchacha y de golpe ella le
preguntó:
-¿Qué es eso?
-¿Lo qué?
-Esa cosa que te
sobresale del pantalón.
-¿Qué?
-¡Dios Santo! ¡Usás el pijama
abajo de los pantalones!
-¿Sí? Se ve que me olvidé
de sacármelo…
-¡Yo me voy ahora mismo!
Y nunca más quiso salir
con él.
Baldy llegó mientras los
otros se estaban poniendo la ropa de hacer gimnasia y abrió su casillero.
-¿Cómo te va, compañero?
-le pregunté.
-Hola, Hank.
-Tengo clase de Inglés a
las 7 de la mañana. Para empezar el día no está mal, aunque se tendría que
llamar “clase de apreciación musical”.
-Ah, sí, con Hamilton. Ya
me hablaron de él. Je, je, je…
Entonces me le acerqué y
le desabroché y le bajé los pantalones de un tirón. Abajo usaba un pijama con
rayas verdes y trató de cubrírselo, pero yo tenía mucho más fuerza que él.
-¡MIREN, MUCHACHOS!
JESUCRISTO, ¡ESTE TIPO VIENE A CLASE CON EL PIJAMA PUESTO!
Baldy siguió forcejeando
y se puso muy colorado. Pero lo peor se lo hice cuando llegaron dos compañeros a
mirarlo: le pegué un manotazo y le bajé el pijama.
-¡MIREN ESO! ¡NO TIENE NI
UN PENDEJO Y CASI NO TIENE PIJA! ¡QUÉ VA A HACER CUANDO SE LA TENGA QUE METER A
UNA MINA?
Y el petizo que estaba
más cerca me dijo:
-¡Sos un sorete,
Chinaski!
-Sí -dijeron los otros
tipos. -Sí… sí…
Entonces Baldy se subió
los pantalones, llorando.
-¡Chinaski también usa
pijama! ¡Y fue a él que se le ocurrió la idea de usarlos! ¡Los tiene aquí!
Y abrió las puertas de mi
casillero y sacó toda mi ropa, pero los pantalones pijama no aparecieron.
-¡Los escondió! ¡Los
tiene que haber escondido!
Yo dejé mi ropa tirada y
salí al campo mientras pasaban la lista. Estaba en la segunda fila. Hice un par
de flexiones y noté que atrás mío había otro petizo que se llamaba Sholom
Stodolsky.
-Sos un sorete, Chinaski
-me dijo.
-No te metas conmigo,
loco. Tengo muy mal carácter.
-Me meto contigo todo lo
que quiero.
-No te pases, gordito.
-¿Conocés el pasaje que
hay entre el edificio de Biológicas y las canchas de tenis?
-Sí, lo conozco.
-Te espero allí después
de la gimnasia.
-Bueno -le contesté.
Pero no fui. Falté a las clases que había después de gimnasia y me tomé dos tranvías para llegar a la plaza Pershing, a ver si había algo de acción. Tuve que esperar sentado mucho rato hasta que al final un ateo y un religioso empezaron a discutir. Pero no eran muy buenos. Y además yo era agnóstico, y los agnósticos no tienen mucho para discutir. Salí del parque bajando por la Séptima hasta llegar a Broadway, donde estaba el centro de la ciudad. Aparte de la gente que se amontonaba a esperar que cambiaran los semáforos, no encontré más nada. Entonces me empezaron a picar las piernas. Había dejado el pijama escondido en el casillero. Aquel día fue jodidamente estúpido desde el principio al fin. Me trepé a un tranvía de la línea “W” llegué hasta mi casa sentado en la parte de atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario