para Sergio Viera y Carlos Chorbatjian
La pelota no se mancha.
DIEGO ARMANDO MARADONA
1
La primera vez que el Negro Yeladian me habló de su
sobrina Iaia estábamos sentados en un café del Boul Mich, observando cómo
amanecía plateadamente sobre Notre Dame.
-Parezco Borges -pedí otra leche fría tratando de amansar
el reflujo de whisky y champagne que me taladró después de una recepción
ofrecida por la embajada a los plumíferos compatriotas invitados al Coloquio
Francia-Uruguay que organizaron La Sorbonne y la Unesco en 1987.
-Pobre Borges -se rio el poeta y pintor que vivía en
París desde el 73, aunque no estaba exiliado. -¿Te das cuenta que el genio
nunca supo si tenía fe verdadera o se conformaba con el paupérrimo Dios
spinoziano de Einstein? Yo prefiero ser un bolche puro y duro que acepta la
metafísica de los símbolos pero no cae en el agnosticismo cagón.
-Bienaventurados los que no se conforman con menos del
Dios vivo -eructé.
-En mi familia los únicos que no se conforman con menos
del Dios vivo son mi viejo y mi sobrina Iaia. ¿Te acordás de ella?
-No -volvió a hacerme a hipar la acidez. -De la que me
acuerdo bien es de Odette. Y un poco de tu viejo.
-Iaia siempre fue la Niña de mis Ojos, loco. En enero
cumple los quince y ya estoy ahorrando para ir al bailar el vals con Nuestra
Señora de Bzommar. Mi única patrona es Ella. Cómo adoro a esa Niña. El día que
tomó la comunión en la Iglesia Apostólica de Agraciada tuve la sensación de que
aquel resplandor me había vuelto a colocar por un rato la cabeza creyente que
nos guillotinó Robespierre.
-Robespierre y los Pepes Batlle y Stalin.
Ahora el amanecer invernal se le había constelado casi
fluorescentemente en los ojos a mi amigo, y nos quedamos un rato contemplando
en silencio la todopoderosa humildad de Notre Dame.
-El padre de Giovanetti pintó un cuadro precioso de la
Iglesia Apóstolica antes de morir -incrusté el vaso de leche en la luz de
vitral del alba parisina y me sentí feliz. -Hace tiempo que tengo ganas de
pedírselo prestado a Hugo para colgarlo en el refugio de Atlántida.
-No te podés imaginar cómo extraño a mi familia -pidió la
segunda leche caliente con ron mi amigo, que había resistido bien el alcohol de
la embajada. -Europa es otro planeta, de verdad. La semana pasada soñé que
Notre Dame se incendiaba y me desperté muerto.
-Menos mal que sos un ateo puro y duro.
-A veces pienso que lo único que me hace aguantar este
infierno es la adoración que siento por mi sobrina. Parecerá muy loco, pero es
así.
-Tendrías que escuchar una canción de Darnauchans que se
llama Del rojo pelo. La letra es de Benavides y la encontrás en una
antología de Sondor, porque fue grabada en el 80 y como se pelearon con el arreglador
el disco nunca salió entero. Allí está todo dicho.
-Lo qué.
-Lo que te pasa cuando alguien o algo se transforma en
una ventana que te hace ver el paraíso. Y te aseguro que eso lo podés sentir
sin ser religioso, Negro. Quien lo probó, lo sabe.
2
Odette Yeladian terminó de hablar por teléfono con su
hermano y le preguntó a una quinceañera que contemplaba un cuadro de la Iglesia
Apostólica Armenia San Nerses Shnorhall pintada por Hugo W. Giovanetti Sanna:
-Te gusta.
-Ese azul. Me parece estar viéndole los ojos a Iaia
-sonrió la chiquilina vestida con un uniforme liceal en pleno enero. -Pa: me
imagino que una llamada tan larga desde París debe salir carísima.
-Bueno, el Negro nos llama una hora por día desde hace un
año. Se gasta medio sueldo en eso, pobrecito.
-Y el poeta que va a hablar hoy es el que presentó el
libro de tu hermano en el Ministerio, ¿no? Me acuerdo que a Iaia y a mí nos
encantó lo que dijo, aunque teníamos que aguantar la risa porque era obvio que
estaba medio borracho.
-¿Pero viste qué cuadro tan precioso que nos trajo
después del accidente? -se acercó al templo sosegado por un azul lunar la mujer
vestida y maquillada como para ir a una fiesta. -Nos trajo un poco de paz.
-Él es judío, ¿no?
-Por parte de padre. Y el padre era muy místico, también.
-¿Y qué quiere decir ser místico? -se puso
colorada la chiquilina. -Yo de eso no entiendo nada. Mirá que a mí la
catequesis del colegio me aburrió horrible.
-No te preocupes que acá en casa siempre fuimos ateos.
Menos mi padre y Iaia.
-Pero cuando tomamos la comunión estaban todos
contentísimos.
-Y no sabés cómo se emocionó mi hermano -señaló el
teléfono Odette. -Y te puedo asegurar que lo único que adora de París es la
catedral de Notre Dame. La nombra a cada rato.
En ese momento apareció en el comedor un hombre
luctuosamente entrajetado que recogió y envolvió un ramo de rosas blancas que
había al lado del cuadro mientras recitaba:
-Hora de vigilar. / La noticia con cabeza de pez irrumpió
entre los pulpos para que se brindara por una Tribu Nueva. / Un místico es un
borracho que atravesó el espejo. / Su trabajo es pulir la Purificación. Perdonen
que me meta en la conversa, pero las estaba escuchando desde la cocina y me
acordé de estos versos de Jerónimo Rabí.
-Ese poema es demasiado complicado, mi amor -prendió un
cigarrillo Odette, con más pena que fastidio.
-A mí me suena lindo -sonrió la chiquilina. -Se parece a
las cosas que dijo cuando presentó el libro del Negro. ¿Y cuál sería el espejo
que atravesó el borracho?
-El que te hace entrar en el reino donde nada es
imposible, Yoselem.
-¿Como Alicia en el país de las maravillas?
-Algo así.
-Después se lo explicás mejor, Ariel -le sacó las rosas
Odette a su marido y señaló el ventanal muy amarillo: -Bueno, ahí llegó el
remise.
3
Cuando volvimos del Coloquio Francia-Uruguay me animé a
pedir prestado el cuadro de Giovanetti y su hijo Hugo lo descolgó
inmediatamente para recostarlo contra el escritorio de La trinchera
estrellada, como le llamaba a la piecita donde escribía.
-Los templos que pintó mi viejo antes de morir no tienen
dueño, hermano -aclaró abriendo la tercera caja de rosado Santa Teresa: -Así
que ponelo a trabajar todo el tiempo que se necesite. Estos cuadros trabajan.
-¿Terminaste de leer a Victor Frankl? -me empecé a
desbarrancar espinolianamente hacia la borrachera.
-Voy por la mitad.
-Escuchá. Me lo sé mejor que a Guimarâes Rosa: El
hombre no actúa para satisfacer un impulso moral y tener una buena conciencia -se
me llenó la cabeza con el estrellerío de los campamentos que organizaba mi
padre en la Sierra de las Ánimas: -Lo hace por amor de una causa con la que
se identifica, o por la persona que ama, o por la gloria de Dios. Si obra para
tranquilizar su conciencia será un fariseo y dejará de ser una persona
verdaderamente moral. Creo que hasta los mismos santos no se preocupan de otra
cosa que no sea servir a Dios y dudo siquiera de que piensen ser santos. Si así
fuera serían perfeccionistas, pero no santos. Cierto que, como reza el dicho
alemán, “una buena conciencia es la mejor almohada”, pero la verdadera moral es
algo más que un somnífero o un tranquilizante. ¿Toma otra, Sosa?
-Se agradece en lo que vale, Juan Pedro. Salú. Y no se
olvide que esta clase de cuadro es capaz de acomodar las miserias del
mundo porque fue hecho por alguien que murió enamorado del atardecer.
Es como el Elogio a Alcides de María que leyó el divino Julio en el
cementerio del Buceo cuando los cipreses todavía eran enanos.
Eso me desconcertó:
-Yo pensé que lo había leído frente al mismo Panteón
Nacional donde Zum Felde latigueó a la perrada.
-No. Fue en el Buceo, compañero. Y nunca pude entender
cómo encontró la fuerza para leerlo en el estado en que estaba el 23 de mayo de
1909.
Entonces nos zampamos la tercera caja de rosado hablando del misticismo heroico
del imperator y cuando le pedí que llamara un taxímetro para llevarme el cuadro
supe que aquello iba a terminar provocando una carambola cósmica, y al llegar a
mi casa encontré la postal del Negro Yeladian donde me contaba que a su sobrina
Iaia la había matado una Vesololex tres semanas antes de festejar el cumpleaños
de quince.
-Esto es peor que si se hubiera incendiado Notre Dame y ahora me
siento literalmente muerto -terminaba confesando el ateo puro y duro. -Ni
siquiera puedo tomarlo como un “golpe del odio de Dios”, hermanito.
Yo esperé al otro día para contestarle y le puse que Víctor Frankl
acababa de regalarme la idea de poner a trabajar el cuadro en la casa de su
familia y me comuniqué esa misma mañana con Odette, que me invitó a pasar la
Nochebuena juntos.
-Acá no se festeja nada -suspiró: -Pero igual te esperamos.
4
Los
padres de Iaia Yeladian bajaron del remise junto con el abuelo Rassi y su amiga
Yoselem en el cementerio del Buceo, donde ya los esperaba la mayor parte de la
familia y los condiscípulos de la chiquilina atropellada por una Velosolex
frente al Liceo Alex Manoogian exactamente un año y tres semanas atrás.
-Acabo
de ver a Jerónimo Rabí parado frente a una tumba donde hay una escultura
espantosa -les avisó otra de las chiquilinas que también había ido a la
presentación del poemario del Negro. -Estaba hablando solo.
-Debía
de estar rezando -agarró del brazo Odette a Ariel y a su padre para entrar al
cementerio donde muchos jacarandás todavía conservaban la floración primaveral.
-De
eso no me di cuenta. Pero.hablaba en voz bastante alta.
-A
la gente que vive sola muchos años le pasa eso, Tatiana. Y él reza a toda hora:
un Avemaría y un Padrenuestro sin parar, como si fuera un mantra.
La
escultura frente a la que estaba parado el hombre muy narigón y de cara poceada
por las cicatrices del acné juvenil era La piedad que Eduardo Díaz Yepes
había hecho por encargo.
-Salú,
poeta -tuvo que prensarle un antebrazo Ariel a Jerónimo, que arrancó los ojazos
color uva chinche de un Cristo monstruosamente esquelético abrigado por la
curvatura de una mujer-muchacha antes de disculparse: -Llegué media hora antes.
Esta Virgen me hace bien.
Después
el grupo integrado por la familia Yeladian y los condiscípulos de Iaia fue
cruzando el cementerio hasta una zona de nichos nuevos desde donde se podía ver
el lomo del estuario y Odette depositó las rosas blancas frente a una tumba y
se adelantó para explicar:
-Quisiéramos
agradecerle a todos la presencia en este homenaje a nuestra hija. La persona
que les va a hablar es un amigo de la familia que ni siquiera la conoció pero
tiene fe en la inmortalidad del alma.
-Me
parece que hoy también está medio borracho -le secreteó Yoselem a la otra
chiquilina.
-Sí.
Huele a whisky.
Y
el abuelo Rassi se cubrió la boca para murmurarle a Ariel:
-¿Vos
te acordás que Jerónimo nos dijo que tenía prohibido entrar a los cementerios
desde que se suicidó la madre? Eso lo hizo volverse un alcohólico total.
El
hombre luctuosamente entrajetado fingió toser para apantallarse una semisonrisa
protocolar:
-Y
el otro día el Negro me contó que cuando nos trajo el cuadro ya había tenido un
infarto. Nació con una cardiopatía congénita, igual que Herrera y Reissig. Pero
tu hija es muy terca.
-O
muy sabia.
Y
mientras el poeta de nariz discepoliana y pelambre motuda avanzaba hacia el
centro del grupo Rassi se besó una medalla de Nuestra Señora de Bzommar.
5
La
Tardebuena de 1987 llegué en taxímetro a la casa de los Yeladian y cuando
colgamos el cuadro en el living el viejo Rassi se persignó mientras Odette
sonreía sondeando el cielo de espesura gótica:
-Está
lleno de paz.
Fue
recién en el comedor que me enfrenté a una constelación de fotografías de Iaia
y no tuve más remedio que empezar a rezar mentalmente mientras observaba la
etiqueta roja de un Johnnie Walker con una vergonzosa necesidad de zambullirme
en aquel oro mortífero hasta terminar escondido en el estómago de Moby Dick.
-Esta
es una modesta pero verdadera picada armenia -me sirvió un jaibol el marido de
Odette y señaló un círculo de platos que rodeaban el velón navideño. -A los
entremeses nosotros le llamamos el mezze. Aquí podés ir eligiendo entre
la ensalada tabule, el hummus o estos rollitos envueltos en hojas
de parra que se llaman dolma o sarma. Y fueron preparados en
homenaje al Papá Noel que vino a iluminarnos con el cuadro de San Gregorio.
Nosotros no pensábamos comer nada más que un vulgar lehmeyun. Porque hoy
acá no festejamos nada.
-Bueno,
ahora a mí me dio hambre -me hizo una guiñada el abuelo creyente. -Sientesé,
por favor.
Yo
empecé a retener los tragos largos abajo de la lengua tratando de que me hicieran
efecto más rápido y después de terminar el segundo jaibol se me desenfrenaron
unas extrasístoles que parecían patadas de caballo y pedí para ir al baño.
-Esta
es la noche; quien no pudo sentirla así no la conoce -salmodié el final de El
pozo sentado en el water y dándome cuenta que las quince o veinte fotos de
la Niña con numinosidad de madonna que colgaban en el comedor eran capaces de
trastornarme muchísimo más que una botella entera de Johnnie Walker: -Todo
en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin
comprender.
-No,
Linacero -me respondí enseguida: -A la mierda con tu mierda. Ahora lo que
precisamos es orar. ¿Entendiste? Precisamos construir una buena tanka rimada
porque San Gregorio el Iluminador y Papá Noel podrán sentirse muertos pero
jamás abandonan una casa donde se sufre como está sufriendo esta gente.
¿Entendiste, cagón?
Y
me puse a buscar rimas y a barajarlas sabiendo que la única solución en estos
casos es seguir trabajando hasta que Dios nos toque el índice como en la
Capilla Sixtina y que eso siempre se cumple.
-¿Te
sentís bien, Jerónimo? ¿Precisás algo? -dio un par de golpecitos en la puerta del
baño Odette y después supe que había estado media hora pariendo una tanka que
terminé por bautizar Oración de Linacero.
-Ya
voy -sonreí sintiendo el clic del poema terminado.
Y
cuando reventó el festejo callejero de las doce tomamos un café con cognac
Ararat frente al cuadro de Giovanetti y pude recitarles, en lugar de brindar:
-Perla
caída / en la vulva del alba: / volvé a mi vida. / Esta vez te lo ruego. /
Estoy demasiado ciego.
6
Jerónimo
Rabí contempló el lomo del estuario que se veía desde la parte nueva del
cementerio antes de declamar entrecortado por la disnea cardíaca:
-Ley
suprema de solidaridad incontrastable, evangelio divino de altruismo y amor
cristiano. Ley de correspondencia y de mutua eufonía, de espiritualización
pitagórica y de gravitación molecular. Platón completado por Newton. El cerebro
ratificado por el astro. El Evangelio y la Astronomía. El corazón y la ciencia.
Los números y las lágrimas. Las matemáticas y los versos. El alma y la fuerza.
La moral y la física. El amor y la inmortalidad. Y Dios en el centro de todo.
Entonces los familiares y los condiscípulos de Iaia
se miraron asustados y Tatiana codeó a Yoselem murmurando:
-Está borrachísimo.
-Pero si ni siquiera le patina la lengua.
-Tranquilo,
Ariel -trató de recomponerse el rimmel con un pañuelito apelotonado Odette.
-Hoy el Negro me pidió que le tuviéramos fe.
-Acabo
de recitar un párrafo de un larguísimo discurso que Julio Herrera y Reissig
leyó en este cementerio hace casi un siglo, unos meses antes de morir -aclaró
el hombre cincuentón de mirada saltonamente estrábica. -Todos los que están
aquí lo deben haber escuchado nombrar como uno de los poetas más importantes
del Uruguay, pero no saben que en aquel momento tenía el cuerpo infectado por
las inyecciones de morfina que se encajaba a cada rato para soportar los
dolores que le producía una cardiopatía congénita. Y estoy segurísimo de que lo
leyó lleno de felicidad, como me siento yo en este momento. ¿A alguno de los
presentes se le ocurrió pensar que Iaia Yeladian abandonó este mundo llena de
felicidad?
Durante
unos momentos se escuchó nada más que el alboroto del pajarerío y Jerónimo Rabí
señaló el Río de la Plata y declamó, aprovechando las pausas de la estrofa para
recuperar el aliento:
-El
aire es de terciopelo. / Por el camino violeta, / cual a través de una grieta /
se ve cómo piensa el cielo.
-Eso
está en La muerte del pastor -sonrió el abuelo Rassi.
-¿A
alguno de ustedes se le ocurrió que el cielo puede pensar como
cualquiera de nosotros? -insistió el hombre alto que usaba una bermuda a rayas
más inapropiada que ridícula.
-Este
choborra está despegado -le agarró una mano Yoselem a Tatiana, que de golpe
parecía divertirse.
-Dios
mío, cómo le hubiera gustado a la nena escuchar estas locuras -le comentó Ariel
a Odette, mientras la mujer se seguía pañueleando el rimmel ya
irreversiblemente chorreado.
-¿Y
saben por qué Julio Herrera y Reissig y Iaia Yeladián abandonaron este mundo
llenos de una fe indestructible? -hizo una especie de reverencia
sacerdotal el poeta que olía a whisky. -Simplemente porque sabían que el cielo
está vivo.
7
Carlos
Yeladián recién pudo viajar al Uruguay en marzo del 88, y en plena semana Santa
vino a visitarme a Atlántida rechazando con sequedad comer un asadito y
quedarse a pasar un par de días.
-Vine
a encerrarme un mes con mi familia en lugar de llamarlos todos los santos días
de doce a una, y esta es la única salida que pienso hacer porque necesitaba
entregarte este cuadro y esta botella -explicó desenvolviendo un paisaje apenas
figurativo que a mí me había gustado mucho cuando lo vi en París y una botella
de cognac Ararat. -Así que lo único que te acepto son unos mates y me voy
enseguida.
-Cómo
está tu gente.
-Lo
único que estamos tratando de demostrar es que somos muertos muy fuertes, como
te gusta decir a vos. Pero yo vine a Atlántida porque el cuadro que les llevaste
en Nochebuena sirvió, loco. No me preguntes cómo. Pero sirvió. Trabaja.
Entonces
abrí la botella para festejar la noticia pero el Negro siguió emperrado en
tomar nada más que unos mates.
-¿Tuviste
novedades sobre ese cateterismo electro fisiológico que te podría curar?
-escarbó de repente.
-Parece
que es viable -me paré para desgajar la última magnolia que se conservaba
impoluta, y sonreí bombardeado por una extrasístoles caballuna: -Llevásela a tu
hermana, por favor. Estas corolas también trabajan mucho.
-¿Y
al final averiguaste si ese síndrome de nombre raro que tenés es el mismo que
mató al divino Julio?
-Es
imposible saberlo, porque Wolf, Parkinson y White lo descubrieron recién
en el 40. Y además yo duré unos cuantos años más que el imperator. Qué cognac
del carajo.
Carlos
se levantó para ir al ir hasta el jardincito del chalé familiar y cuando volvió
con las manos en los bolsillos al estilo de Gregory Peck en La princesa que
quería vivir se animó a preguntar:
-Te
cuesta mucho mantener la fe en la inmortalidad.
Yo
hice tiempo envolviendo la magnolia para ponerla en un tapper y me tuve más
piedad a mí mismo que a él cuando desembuché:
-Es
que eso es lo más difícil del mundo, Negro. Y no depende solamente de uno.
-¿Y
si no creés en Dios?
-Dios
te mete en la cancha, igual. Y tenés que estar más entrenado que aquel
malabarista francés que vimos en la cancha de Liverpool cuando le ganamos a
Nacional con un gol del Toro Gómez, ¿te acordás?
-Sí,
con un tremendo pase de Brandón. Contra el arco que da a Carlos de la Vega.
-¿Pero te acordás que ese día en el
entretiempo actuó un malabarista francés con una camiseta que decía Oyama y
recorrió toda la línea de la cancha sin dejar caer la pelota?
-Sí.
Y tu viejo se emocionó mucho.
-Lástima
que cuando volvimos a casa y se lo contamos a mi madre ella nos contestó que no
podía entender qué le podíamos ver de extraordinario a un payaso vintenero.
8
-Yo
me di cuenta que el cielo está vivo y que piensa en el Estadio de
Belvedere, un día que fuimos con mi padre y el tío de Iaia -agregó Jerónimo,
con los ojos entelarañados por el sudor.
Y
mientras contaba la historia del malabarista futbolístico promocionado por el
vermut Oyama Ariel murmuró sonriendo:
-Un
místico es un borracho que atravesó el espejo.
-Pobre
flaco. No sé por qué se me ocurrió pedirle que viniera -empezó a morder el
pañuelito Odette. -¿Te acordás cuando se encerró media hora en el baño para
componernos una tanka?
Entonces
el hombre que usaba chancletas playeras empezó a dar zancadas fingiendo que
sostenía en el aire una pelota y al pasar cerca del abuelo Rassi jadeó con un
chillido muy bronquítico:
-El
año pasado el Negro me preguntó en Atlántida cómo hacía para conservar la fe y
me acordé que cuando el francés se resbaló y cayó sentado en un charco tuvo que
sostener la pelota ahuecando el estómago hasta que se las arregló para pararse
y seguirla dominando, con el culo lleno de barro.
-Este
no es un momento para reírse, Tatiana -le clavó las uñas Yoselem a la
chiquilina que parecía estar viendo La fiesta inolvidable de Peter
Sellers.
-Pero
dice cosas geniales.
Ahora
ninguno de los condiscípulos de Iaia podía aguantar la risa y Ariel le pasó el
brazo a su esposa murmurando:
-Te
quiero.
-¿Y
al final pudo recorrer toda la línea de la cancha sin que se le cayera la
pelota? -se acarició la medalla de la Patrona armenia el abuelo Rassi.
-Sí
-levantó los brazos Jerónimo como si estuviera sosteniendo un trofeo. -La fe no
se le manchó.
Y
aunque faltaban años para que Diego Armando Maradona se despidiera del fútbol
con una frase muy parecida a esa, los compañeros de Iaia lo aplaudieron igual
que si estuvieran en un estadio.
-Este
sí que es un borracho que atravesó el espejo -suspiró Yoselem.
-Lo
malo es que cuando terminó de dar la vuelta a la cancha para salir por el túnel
una cantidad de hinchas de Liverpool y de Nacional empezaron a chiflarlo y a
gritarle si no le daba vergüenza haberse cagado arriba -se frotó la bermuda
tragicómicamente el hombre de nariz discepoliana. -Entonces mi padre se puso a
llorar y me dijo que el franchute se había bancado las burlas como un verdadero
profeta.
-No
sé cómo lo lograste -le dio un abrazo Odette a Jerónimo apenas terminó el homenaje.
-Pero es la primera vez en un año que me siento en paz.
-Y
hubo un momento en el que yo supe que Iaia también estaba oyéndote
-agregó su marido, mientras el abuelo Rassi se abrazaba con los otros parientes
y los ex-alumnos del Liceo Alex Manoogian se acercaban a saludar al hombre de
rostro muy mojado.
Cuartel artiguista de la calle Lepanto / setiembre de 2020.
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