La aplicación de LSD en psiquiatría (3)
Terminado este primer ensayo de oscuridad comencé a caminar por el cuarto.
Mi andar era vacilante y volví a sentirme peor. Tenía frío y le agradecí al
director que me envolviera en una manta. Me sentía abandonado, no afeitado y
sin lavar. El cuarto parecía ajeno y lejano. Luego me senté en la silla del laboratorio,
y pensaba continuamente que estaba sentado como un pájaro en una estaca.
El director del ensayo recalcó mi mal aspecto. Parecía extrañamente
delicado. Yo mismo tenía manos pequeñas y sutiles. Cuando me las lavé, ello
ocurrió lejos de mí, en algún sitio abajo a la derecha. Era dudoso que fueran
las mías, pero ello carecía de importancia.
En el paisaje que me era bien conocido parecía haber cambiado una cantidad
de cosas. Al lado de lo alucinado pude ver al principio también lo real. Luego
eso ya no fue posible, aunque seguía sabiendo que la realidad era distinta…
Un cuartel y el garage situado delante a la izquierda de pronto se
convirtió en un paisaje de ruinas derribadas a cañonazos. Vi escombros de paredes
y vigas salientes, sin duda desencadenados por el recuerdo de las acciones de
guerra habidas en esa zona.
En el campo regular, extenso, veía sin cesar unas figuras que traté de
dibujar, sin poder superar los primeros trazos burdos. Era una ornamentación
inmensamente rica, en flujo continuo. Sentí recordar todo tipo de culturas
extrañas, vi motivos mejicanos, hindúes. Entre un enrejado de maderitas y
enredaderas aparecían pequeñas muecas, ídolos, máscaras, entre los que
curiosamente de pronto de mezclaban “Manöggel” (hombrecillos de cuentos)
infantiles. El ritmo era ahora menor que durante el ensayo de oscuridad.
La euforia se había perdido; me deprimí, lo cual se mostró especialmente en un segundo ensayo de oscuridad. Mientras que en el primer ensayo de oscuridad las alucinaciones se habían sucedido con la mayor velocidad en colores claros y luminosos, ahora predominaban el azul, el violeta, el verde oscuro. El movimiento de las figuras mayores era más lento, más suave, más tranquilo, si bien sus contornos estaban formados por una llovizna de “puntos elementales” que giraban y fluían a gran velocidad. Mientras que en el primer ensayo de oscuridad el movimiento a menudo se dirigía hacia mí, ahora a menudo se alejaba de mí, hacia el centro del cuadro, donde se dibujaba una abertura succionadora. Veía grutas con paredes fantásticamente derrubiadas y cuevas de estalactitas y estalagmitas, y me acordé del libro infantil “En el reino maravilloso del rey de las montañas”. Se combaban tranquilos sistemas de arcos. A la derecha apareció una serie de techos de cobertizos y pensé en una cabalgata vespertina durante el servicio militar. Se trataba significativamente de un cabalgar a casa. Allí no había nada de gana de partir ni de sed de aventuras. Me sentía protegido, envuelto en maternidad, estaba tranquilo. Las alucinaciones ya no eran excitantes, sino suaves y amansadoras. Un poco más tarde tuve la sensación de poseer yo mismo fuerza maternal; sentía cariño, deseos de ayudar y hablaba de manera muy sentimental y cursi sobre la ética médica. Así lo reconocí y pude dejar de hacerlo.
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