CAPÍTULO III / TRANSFORMACIONES DEL HÉROE
2
/ LA INFANCIA DEL HÉROE HUMANO (3)
La
leyenda popular hebrea del nacimiento del padre Abraham proporciona un ejemplo
del exilio infantil francamente sobrenatural. El suceso del nacimiento había
sido leído por Nemrod en las estrellas, “pues este rey impío era un hábil
astrólogo y le fue revelado que en su época un hombre habría de nacer que se
levantaría en contra suya y que triunfalmente desmentiría su religión.
Aterrorizado por el destino que le habían predicho las estrellas, mandó llamar
a sus príncipes y gobernantes y les pidió consejo en el asunto. Ellos
contestaron y dijeron: ‘Nuestro consejo unánime es que debe debes construir una
gran casa, poner una guardia a la entrada y hacer saber a todo tu reino, que
todas las mujeres embarazadas y las parteras que hayan de atenderlas deberán
venir a vivir en ella. Cuando los días de la espera terminen y las mujeres den
a luz, será deber de la partera matarlo, si es un varón. Pero si la criatura es
una niña, ha de vivir, y la madre recibirá regalos e indumentos costosos, y un
heraldo proclamará: “Esto se hace con una mujer que a da a luz una hija”.
El
rey se sintió agradado con este consejo y publicó una proclama por todo su
reino, llamando a todos los arquitectos para que construyeran una gran casa
para él, de sesenta codos de alto y de ochenta de ancho. Cuando estuvo
terminada dictó una segunda orden, llamando a todas las mujeres embarazadas
para que vivieran en ella y allí permanecieran hasta después del parto. Fueron
enviados guardas para llevar a las mujeres a la casa y se colocaron vigilantes
en ella y alrededor para evitar que las mujeres se escaparan. Después envió las
parteras a la casa y les ordenó que asesinaran a sus hijos varones en el pecho
de sus madres. Pero si una mujer daba a luz una niña se la adornaba con
lienzos, sedas y vestiduras de encaje y se la sacaba de la casa en que había
estado detenida, en medio de grandes honores. Por lo menos setenta mil niños
fueron así asesinados. Entonces los ángeles aparecieron ante Dios y dijeron: ‘¿No
ves lo que hace se pecador y blasfemo? Nemrod, el hijo de Canaán, asesina muchos
niños inocentes que nunca han hecho daño.’ Dios contestó y dijo: ‘Ángeles
benditos, lo sé y lo veo, porque ni dormito ni duermo. Contemplo y sé las cosas
secretas y las cosas que se revelan y habéis de atestiguar lo que haré con este
pecador y blasfemo, pues volveré Mi mano hacia él para castigarlo.’
En
ese tiempo fue cuando Terah casó con la madre de Abraham y ella iba a tener un
hijo… Cuando el parto se acercó, dejó la ciudad llena de terror y huyó hacia el
desierto, caminó por la orilla de un valle hasta que llegó a una cueva. Toda la
cueva se iluminó con la luz del rostro del niño como el esplendor del sol, y la
madre se regocijó extremadamente. El niño que dio a luz era nuestro padre
Abraham.
La
madre se lamentó y dijo a su hijo: ‘¡Ay! te he dado a luz en la época en que
Nemrod es rey. Por ti, setenta mil niños han sido asesinados, y estoy llena de
terror por ti, porque él podría saber de tu existencia y matarte. Es mejor que
perezcas en esta cueva y no que mis ojos hayan de contemplarte muerto sobre mi
pecho.’ Tomó el traje con que estaba vestida y envolvió con él al niño. Y lo
abandonó en la cueva diciendo: ‘Que el Señor sea contigo, que no te olvide ni
te descuide.’
Así
fue abandonado Abraham en la cueva, sin nadie que lo alimentara y empezó a
llorar. Dios mandó a Gabriel para que le diera leche y el ángel la hizo salir
del meñique de la mano derecha del niño, y él se lo chupó hasta que tuvo diez
días de edad. Entonces se levantó y caminó y dejó la cueva hasta que estuvo a
la orilla del valle. Cuando el sol se puso y las estrellas salieron, él dijo: ‘¡Estos
son los dioses!’ Pero llegó el amanecer y las estrellas ya no se veían, y
entonces dijo: ‘No las adoraré porque no son dioses.’ Entonces salió el sol y
dijo: ‘Este es mi dios y he de alabarlo.’ Pero el sol se puso y él dijo: ‘No es
un dios’. Y cuando salió la luna, la llamó el dios a quien habría de prestar
los homenajes divinos. Luego la luna se oscureció y él gritó: ‘¡Este tampoco es
un dios. Pero hay Uno que los pone a todos en movimiento!” (8)
Notas
(8) Louis Ginzberg, The Legends of the Jews (Filadelfia, The Jewish Publication Society of America, 1911, vol. III, pp. 90-91).
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