CAPÍTULO III / TRANSFORMACIONES DEL HÉROE
2
/ LA INFANCIA DEL HÉROE HUMANO (1)
El
héroe cultural primitivo de cuerpo de serpiente y cabeza de toro llevaba con él
desde su nacimiento la fuerza espontánea creadora del mundo natural. Ese era el
significado de su forma. El hombre héroe, por otra parte, debería “descender” a
restablecer las conexiones con lo infrahumano. Este es el sentido, como hemos
visto, de la aventura del héroe.
Pero
los creadores de la leyenda raras veces se han contentado al considerar los
grandes héroes del mundo como meros seres humanos que traspasaron los
horizontes que limitan a sus hermanos y regresaron con los dones que sólo puede
encontrar un hombre con fe y valor tales. Por lo contrario, la tendencia ha
sido siempre dotar al héroe de fuerzas extraordinarias desde el momento de su
nacimiento, o aun desde el momento de su concepción. Toda la vida del héroe se
muestra como un conjunto de maravillas con la gran aventura central como
culminación.
Esto
está de acuerdo con el punto de vista de que el heroísmo está predestinado, más
bien que simplemente alcanzado, y abre el problema de la relación entre la
biografía y el carácter. Jesús, por ejemplo, puede aceptarse como un hombre que
por medio de severas austeridades y meditaciones obtuvo la sabiduría; por otra
parte, también puede creerse que un dios descendió y tomó sobre sí mismo la
realización de una carrera humana. El primer punto de vista conduciría a imitar
al maestro literalmente a fin de traspasar, de la misma manera que él lo hizo,
la experiencia trascendente y la redención. Pero el segundo afirma que el héroe
es más bien un símbolo para contemplarse que un espejo para seguirse literalmente.
El ser divino es una revelación del Yo omnipotente, que vive dentro de todos
nosotros. Así, la contemplación de la vida debe entenderse como la meditación
en nuestra propia divinidad inmanente, no como un preludio para precisar la imitación.
La lección no es “haz esto y sé bueno”, sino “conoce esto y sé Dios”. (4)
Notas
(4)
Esta fórmula, por supuesto, no es precisamente la de la enseñanza cristiana
común en que, a pesar de que se dice que Jesús declaró que “el reino de los
cielos está entre vosotros”, las iglesias mantienen que, puesto que el hombre
ha sido creado sólo “ a la imagen” de Dios, la distinción entre el alma y su
creador es absoluta, y retiene así, en el último paso de su sabiduría la
distinción dualista entre el “alma eterna” del hombre y la divinidad. La
trascendencia de esta pareja de contrarios no es apoyada (hasta es negada como “panteísmo”
y algunas veces ha sido recompensada con la hoguera); sin embargo las plegarias
y los diarios de los místicos cristianos abundan en descripciones extáticas de
la experiencia unificadoras que sacude el alma (supra, pp. 43-44),
mientras que la visión de Dante a la conclusión de la Divina Comedia (supra,
p. 176) va por encima del dogma ortodoxo, dualista y concreto de la
finalidad de las personalidades de la Trinidad. Donde este dogma no es
trascendido, el mito del Retorno al Padre se toma literalmente, como la última
meta del hombre (ver supra., p. 236, nota 5)
En cuanto al problema de imitar a Jesús como a un modelo humano, y de meditar sobre Él como un dios, la historia de la actitud cristiana puede resumirse grosso modo como sigue: 1) un período de seguir literalmente al maestro, Jesús, renunciando al mundo en la forma en que Él lo hizo (cristianismo primitivo); 2) un período de meditación sobre Cristo Crucificado como una divinidad dentro del corazón, llevando la vida en este mundo como la de un sirviente de este dios (cristianismo antiguo y medieval): 3) rechazo de la mayor parte de los instrumentos que sustentan la meditación, pero continuando, sin embargo, la propia vida en el mundo como sirviente o vehículo del dios que se ha dejado de imaginar (cristianismo protestante); 4) un intento de interpretar a Jesús como un ser humano modelo, pero sin aceptar su camino ascético (cristianismo liberal). Comparar supra, p. 140, nota 83.
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