PREFACIO / PETER BROOK (*)
Grotowski es único.
¿Por qué?
Porque nadie en el mundo, que yo sepa, nadie desde Stanislavski, ha
investigado la naturaleza de la actuación, sus fenómenos, sus significados, la
naturaleza y la ciencia de sus procesos mentales, psíquicos y emocionales tan
profunda y tan completamente como Grotowski.
A su teatro lo llama Laboratorio. Lo es. Es un centro de investigación. Es
quizá el único teatro de vanguardia cuya pobreza no es un obstáculo, cuya
carencia de dinero no es una excusa para justificar los medios inadecuados que
quebrantan automáticamente los experimentos. En el teatro de Grotowski, como en
todos los laboratorios, los experimentos son científicamente válidos porque se
observan las condiciones esenciales. En su teatro existe la absoluta concentración
de un grupo pequeño y tiempo ilimitado. De tal modo que si se tiene interés en
descubrir su sentido hay que ir a Polonia.
O hacer lo que hicimos nosotros: trajimos a Grotowski aquí. Trabajó durante
dos semanas con nuestro grupo. No describiré ese trabajo. ¿A qué se debe?
Primero que nada, ese trabajo puede ser espontáneo sólo si trabaja en confianza
y la confianza depende de que sus confidencias no se revelen. En segundo lugar
porque el trabajo es esencialmente no verbal. Verbalizar significa complicar y
hasta destruir los ejercicios que son simples y claros cuando se indican
mediante un gesto y cuando son ejecutados por la mente y por el cuerpo como un
todo.
¿Qué resultados tuvo el trabajo?
Le produjo a cada actor una serie de choques. El choque de enfrentarse a
desafíos simples e irrefutables. El choque de advertir sus propias
escapatorias, trampas y clisés. El choque de intuir algunos de sus propios y vastos
recursos aun inexplorados. El choque de verse forzado a cuestionar su propia
profesión de actor. El choque de verse forzado a reconocer que esas preguntas
existen y que, a pesar de que una larga tradición en Inglaterra le quita
seriedad al teatro, ha llegado el tiempo en que deben enfrentarse los
problemas. Y al comprobarlo quiere enfrentarlos.
El choque de ver que en alguna parte del mundo de la actuación existe un
arte de absoluta dedicación, monástico y total. Que la frase, ahora tan sobada
de Artaud, “Cruel hacia sí mismo”, se vuelve genuinamente una forma de vida en
algún lugar, por lo menos para cerca de doce personas.
Con una condición: esta dedicación no hace del arte de la actuación un fin
en sí mismo. Al contrario. Para Grotowski la actuación es un vehículo. ¿Cómo
decirlo? El teatro no es un escape, un refugio. Una forma de vida es un camino
para descubrir la vida. ¿Suena a eslogan religioso? Está bien. Y con eso lo
hemos dicho todo. Nada más ni nada menos. ¿Los resultados? Improbables. ¿Son
mejores nuestros actores? ¿Se han vuelto mejores como hombres? No en el
sentido, en la extensión en que algunos pretenden, por lo que he podido
apreciar (y por supuesto que no todos estaban fascinados con esta experiencia,
algunos se aburrían).
Pero como decía Arden:
For the apple holds a seed will grow,
in live and lengthy joy
to raise a Flourishing tree of fruit
forever and a day. (**)
La labor de Grotowski y la
nuestra tienen paralelos y puntos de contacto. A través de ellos, de la
simpatía, del respeto, nos entendimos.
Pero la vida de nuestro
teatro es en todos sentidos diferente de la de él. Necesita del público
ocasionalmente, en grupos pequeños. Su tradición es católica o anticatólica, y
en este caso los dos extremos se tocan. Está creando una forma de servicio. Trabajamos
en otro país, con otra lengua y otra tradición. Nuestro objetivo no es crear un
nuevo tipo de Misa, sino una relación del tipo de la isabelina que ligue lo
privado a lo público, lo íntimo con lo abigarrado, lo vulgar y lo mágico. Para
esto necesitamos una multitud tanto dentro del escenario como en el público y,
dentro de esa multitud, individuos que trabajen en la escena y ofrezcan su
verdad más íntima a los individuos que forman el público, para compartir una
experiencia colectiva con ellos.
Hemos logrado avanzar
bastante para desarrollar un patrón supremo, la idea de un grupo, de un
conjunto.
Pero nuestro trabajo es
demasiado apresurado, demasiado rudo para el desarrollo de los individuos que lo
componen. Sabemos en teoría que cada actor debe impugnar diariamente su arte,
como los pianistas, los danzarines, los pintores, y si no lo hace,
invariablemente se atascará, se quedará en los clisés y declinará seguramente.
Lo sabemos y podemos hacer muy poco, de tal manera que estamos siempre a la
caza de sangre nueva, de vitalidad juvenil, con excepción de los más
talentosos, que obtienen por supuesto las mejores oportunidades y absorben la
mayor parte del tiempo disponible.
El estudio de Stratford es
una respuesta a ese problema, pero continuamente estamos amenazados por el
exceso de repertorio que tiene una compañía abrumada por el trabajo excesivo;
nos abruma la fatiga, en breve. El trabajo de Grotowski nos recordó que lo que
él logra, casi milagrosamente, con un puñado de actores, debe aplicarse en el
mismo sentido a cada individuo de nuestras dos compañías gigantes, que trabajan
en dos teatros situados a noventa millas de distancia uno del otro.
La intensidad, la
honestidad y la precisión de su trabajo nos plantean fundamentalmente un
desafío, pero no para una quincena, no para una vez en nuestra vida, sino para
todos los días.
Notas
(*) Este artículo ha sido
publicado en Flpourish, periódico del Royal Shakespeare Club (invierno
de 1968)
(**) La manzana, llena de semillas, crecerá / con gozo vital y duradero, / y un árbol de fruta florecido / ha de levantarse para siempre.
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