1ra edición: Editorial Roca Viva / Julio 1996
1º edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019
ESPACIO Y TIEMPO EN EL
AUTISMO (4)
HÉCTOR GARBARINO
Diversos juegos, como el “está,
no está” o esconderse, u otros similares, están destinados a establecer la
existencia del objeto permanente, y con ello, la existencia del otro, ajeno a
uno.
Junto a estas
transformaciones espaciales que venimos relatando se operan también mutaciones
en la noción de tiempo. Desde el no tiempo de la instancia del Ser donde el
instante es la eternidad, ya que no hay sucesión de los instantes, se evoluciona
hacia el tiempo circular del yo-Ser, para finalmente acceder al tiempo
diacrónico, lineal, propio del ser humano.
En un principio todo
sucede como si cada encuentro con el terapeuta fuera el primer encuentro,
viviendo el niño en un presente eterno. No hay otro tiempo que el instante, no
hay ausencia hasta que la presencia del mismo objeto junto a la regularidad
constante de las sesiones, produce la discontinuidad del tiempo de tal modo que
ahora el objeto desaparece y se vuelve a encontrar en una circularidad sin fin.
Aquí es donde se dan las manifestaciones que atestiguan que el niño extraña al
objeto, es decir, que su ausencia es una presencia potencial.
La continuidad lineal del
tiempo es mucho más lenta en adquirirse, y acceden a ella sólo los autistas que
evolucionan favorablemente. La desaparición definitiva de personas y objetos
así como el crecimiento sin regresión del cuerpo terminan por imponer el tiempo
lineal irreversible.
Los autistas son niños
que no hablan. Se comprende que esto se así, ya que es un cuerpo que carece de
límites y no hay un yo constituido de modo que no reconocen la existencia de
otros cuerpos y sujetos independientes.
El grito y el llanto iniciales
son acontecimientos corporales, fisiológicos, que la madre convierte en signo
al responder al llamado. Primero es un signo mágico que produce el objeto, no
lo nombra, sino que lo crea, ya que no hay distancia con el objeto. Es el
lenguaje que llamamos presentacional del yo-ser, porque no representa al objeto,
sino que está en continuidad con él.
Son los fonemas, como “f”,
por el cual una niña expresaba, mirando por una ventana, su continuidad con el
aire y su dilución en el espacio exterior. Y también los monemas, como ma, por
mamá, o las vocalizaciones.
Cuando se adquieren los
límites del cuerpo y se establece una distancia con el objeto, entonces se lo
puede nombrar, lo que constituye el lenguaje presentacional, y con él se entra
en el registro de lo simbólico que da lugar al proceso de mentalización.
Estamos en la tercera
dimensión, que establece una distancia entre la imagen de sí y la imagen del
objeto, dando lugar a las representaciones de sí que forman el yo instancia.
El reconocimiento del
propio cuerpo da lugar a las primeras palabras referidas al cuerpo, como “mano,
pata” y al objeto,”mamá”.
De cualquier manera, los autistas siguen oscilando entre la tercera y segunda dimensión, y a veces mismo se ubican en el registro multidimensional. Quizás sea este uno de los motivos, junto a posibles dificultades de orden orgánico que no les permite desarrollar el lenguaje de modo de alcanzar la aptitud para la comunicación verbal propia del ser humano.
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