por
Francisco Doménech
Considerados los dos padres de la mecánica cuántica, Heisenberg
y Schrödinger tienen muchas cosas en común. Como al
alemán Werner Heisenberg, al austríaco Erwin Schrödinger
(1887–1961) se le conoce más por su huella en la cultura popular que por su
verdadera contribución a la ciencia, esa por la que recibió el premio Nobel
de Física. Si Heisenberg es famoso por su principio, Schrödinger lo es por
su gato. Además, ambos realizaron importantes trabajos en muy
diversas ramas de la física y ambos coquetearon con las interpretaciones
filosóficas de la teoría cuántica.
Sin embargo Schrödinger es único en una cosa, quizás la más desconocida
de su legado: fue el físico que inspiró una revolución en la biología,
al anticipar ideas tan importantes como la existencia de un ‘código genético’,
diez años antes del gran descubrimiento de Watson y Crick sobre
el ADN.
En 1926 él había desarrollado una formulación de la teoría cuántica
alternativa a la original de Heisenberg (1926), que se condensa en la ecuación
de ondas de Schrödinger. Con ella aportó una manera muy práctica de describir
el comportamiento de sistemas cuánticos como átomos y moléculas; y por eso
recibió el Nobel en 1933, un año después que Heisenberg.
Ahí comenzaron a separarse sus caminos paralelos. Erwin Schrödinger,
contrario al antisemitismo de los nazis, acababa de abandonar su puesto en
Alemania. La Universidad de Oxford lo recibió al principio con los brazos
abiertos, pero no encajó bien ahí debido en
parte a su vida personal poco convencional: vivía en la misma
casa con su mujer Annemarie y con su amante Hilde March, con la que tuvo
entonces una hija. Con ellas tres inició un periplo por universidades de EEUU,
Escocia y Austria; y fue en aquella época cuando en 1935, tras un intenso
intercambio de cartas con Einstein, ideó su famoso experimento
mental: el gato de Schrödinger, con el que
pretendía ilustrar un problema de aplicar la teoría cuántica a nuestra realidad
cotidiana, pues plantea una situación en la que el gato estaría al mismo tiempo
vivo y muerto. Igual que el principio de incertidumbre de Heisenberg, el gato
de Schrödinger dio lugar a multitud de interpretaciones físicas y filosóficas
que poco tenían que ver con las intenciones del autor.
Al comienzo de la II Guerra Mundial, los Schrödinger y Hilde March se
asentaron finalmente en Dublín, donde en febrero de 1943 él dio un
ciclo de conferencias que cambió la manera de estudiar la biología. Schrödinger
quiso mirar el fenómeno de la vida desde el punto de vista de la física,
centrándose en el todavía verde campo de la genética. Por aquel entonces ya se
conocía el ADN (desde 1869), pero no su estructura ni tampoco su papel en la
herencia genética. Los biólogos llevaban décadas buscando el material genético
y Schrödinger lo vio claro: tenía que estar en una molécula compleja,
cuya estructura molecular guardaba la información genética en una especie de
código, que determinaría el desarrollo y el funcionamiento de cada ser vivo.
Schrödinger fue el primero en sugerir claramente la idea de un
código genético y marcó el camino a seguir para encontrarlo. Su intuición
dio además una buena pista: pensaba que aquella molécula debía terner una
estructura regular pero no repetitiva (justo como la del ADN). El libro “¿Qué es
la vida?” (1944), que recopiló aquellas conferencias de Schrödinger, fue una
gran inspiración para James Watson y Francis Crick. Los descubridores de la
estructura del ADN (1953) reconocieron luego que fue ese libro lo que despertó
su interés por la genética. Sobre esa estructura en doble hélice de Watson y
Crick fue tomando forma la revolución que culminó en los años 1960,
cuando la ciencia logró descifrar el código genético gracias a
los avances que fueron realizando, paso a paso, científicos
como el español Severo Ochoa, el estadounidense Marshall
Nirenberg o el indio Har Gobind Khorana.
¿Qué es la vida? Hoy sabemos que la vida es química, que la
vida es información. Ese
secreto de la vida comenzó a desvelarse por fin con
la intuición de Erwin Schrödinger y el empujón que dio su manera diferente de
ver la biología. Mientras una nueva generación de científicos siguió ese
camino, él ya estaba a otra cosa.
En los últimos años de su carrera científica se centró en desarrollar
una teoría del campo unificado, igual que hizo su compañero cuántico
Heisenberg. Ambos “se reencontraron” en la búsqueda de esa “teoría del todo”
para unificar la gravedad, el electromagnetismo y las fuerzas nucleares. Ambos
creyeron haberlo conseguido, cada uno por su lado, y lo anunciaron demasiado
pronto. Ambos fracasaron en esa unificación que hoy sigue siendo el gran reto
pendiente de la física.
(Ventana al conocimiento / 4-1-2016)
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