por Jacinto Antón
Decía en la pasada entrega de esta
serie, que he encontrado mucho sexo en la Odisea. A ver, ocho años pasa Ulises con
Calipso en la isla de ella, Ogigia… la ninfa lo retendría con algo más que
magia. Pero es que Homero lo explicita. “Retirándose al fondo de la cóncava
gruta gozaron del trato amoroso, acostándose juntos”, escribe en el canto V.
Subrayando pasajes como este espero poner mi granito de arena en la difusión de los clásicos. A destacar, por cierto, el
carácter de Calipso, que no solo retiene a Ulises porque le gusta, qué pasa,
sino que suelta un indignado discurso protofeminista a los olímpicos cuando
Hermes, con sus “bellas sandalias, de oro, imperecederas” (Homero las describe
con detalle de influencer), le trae el mandato de Zeus de dejar
partir al héroe para que pueda regresar a su casa. “Sois crueles, dioses
envidiosos en extremo, que os irritáis contra las diosas que se acuestan con
hombres sin reparos, cuando alguna hace a uno compañero de lecho”.
Aparte de Calipso, que promete un
inmortal polvo, Circe es la otra gran escala erótica de Ulises, pródigo en
ardides: “Entonces yo me metí en el muy hermoso lecho de Circe”, explica sin
ambages el héroe, que permanece un año con ella haciendo también algo más que
disfrutar de banquetes. Se le acredita al héroe haber tenido al menos un hijo
con la maga, Telégono, que en otros poemas mata a Ulises sin saber que es su
padre y utilizando una lanza con una espina de raya. De esta manera, se
cumpliría la profecía de Tiresias en el canto XI de la Odisea de
que la muerte le llegaría a Ulises del mar.
Mientras Ulises viaja y se deja
seducir, en Ítaca, Penélope torea la lubricidad de los Pretendientes, muy
explícita también. Cuando aparece ante el grupo arreglada, “a ellos se les
estremecieron los miembros, y la pasión les perturbó el ánimo. Todos sintieron
anhelos de acostarse a su lado en un lecho”. Pero probablemente la escena de mayor
voltaje erótico de la Odisea sea la de Ulises desnudo ante
Nausicaa y sus doncellas. El héroe acaba de vivir uno de sus peores episodios,
el naufragio a lo Robinson Crusoe, del que se salva por los pelos de morir
ahogado y entonces, arrojado a la playa, se encuentra a la princesa y sus
amigas. Es fácil compartir ese afortunado pero embarazoso momento -Ulises va en
pelota picada, Homero dixit: mostrando “sus vergüenzas de varón”-,
si has emergido de las olas en, pongamos, Migjorn a la altura del Pelayo, donde
el traje de baño aún es una rareza, y te das de bruces con un grupo de
jovencitas que, como las de la Odisea, juegan a pelota. “Así
Odiseo iba a acercarse a las muchachas de hermosas trenzas, aun estando
desnudo, pues le obligaba la necesidad”. La necesidad puede ser hoy recuperar
el bañador e ir a beber algo al chiringuito. “Terrible apareció ante ellas,
desfigurado por el salitre, andando como un león montaraz, confiado en su
fuerza”.
Un monje en Formentera
En tanto la imagen sensual de
la Odisea se acrecienta con esta intensa relectura, la de
Formentera, paradójicamente, palidece hoy un punto con las estrecheces que
impone la covid-19. Se ven pocas efusiones y avances. De hecho, la referencia
erótica se mantiene en Lucía y el sexo (2001). Yo he ido
incluso más atrás, a 1340 para dar con una historia de gran carga sexual. La
cuenta José Luis Gordillo en el tan imprescindible como inencontrable Las
leyendas de Formentera (Valencia, 1987), y seguramente se la inventa,
pero tiene un estupendo aire así como al Decamerón. Se trata de la
leyenda de un monje en Formentera, que ya es penitencia, émulo del eremita
Rústico de El infierno de Alibech, uno de los cuentos más intensos
del libro de Boccaccio. Nuestro hombre, Guiu, cae vencido por la concupiscencia
-lo que no es raro en la isla en verano- al ver cada día junto a su monasterio
en la Mola a una vecina tan joven como atractiva. El monje busca paz de
espíritu en la oración y la disciplina, pues aún no existe el paddle
surf. Pero la noticia de que la chica se desposa lo saca de sus
casillas y va, se carga al novio, natural de Es Caló, y se precipita con rijosa
intención en la vivienda de ella. La ve desnuda en el lecho, trata de
introducirse por la ventana y entonces nota que una insólita torpor se le
extiende por los miembros todos. Y se convierte en árbol, en una sabina, que
aún puede verse, se dice, en las ruinas de una casa junto a los escasos restos
del Monestir d’es frares…
Volviendo a la Odisea, tras veinte
años de ausencia, el regreso de Ulises a Ítaca tiene también un colofón erótico
al recuperar con Penélope el tiempo perdido. Después de masacrar a los
Pretendientes y de lidiar con los recelos de su esposa, que parece haber visto
muchas veces El regreso de Martin Guerre, “volvieron felices a la
costumbre de su antiguo lecho”, para “gozar del placentero amor”. Tras lo cual,
nos dice Homero, se entregaron al “deleite de los relatos” y a un cigarrillo
(esto último lo imagino yo).
Las sirenas
Desde siempre, muchos lectores hemos
visto en las sirenas de la Odisea figuras eróticas. Es la
influencia de las muchas imágenes que ha producido el episodio, en el canto
XII. Por ejemplo, la famosa pintura de Herbert James Draper, con las hermosas
criaturas subiendo al barco desnudas o casi ante la mirada alelada de Ulises,
que no las oye, pero verlas las ve un rato. En realidad, la Odisea no
nos describe a las sirenas. Nos dice que son solo dos, que hechizan con su
bella voz, con su canto fascinante y que viven en una isla, en un prado
florido. En torno a ellas amarillea un enorme montón de huesos y se acumulan
renegridos pellejos humanos putrefactos, lo que no contribuye a su buena fama,
precisamente. Los mitógrafos posteriores las consideran mitad mujer y mitad ave
(y así las pintó Waterhouse), pero como Homero no nos las describe podemos
imaginarlas como queramos.
Curiosamente, se recuerda poco a otra
criatura de la Odisea que se parece más a la idea popular de
las sirenas, Ino Leucótea, hija de Cadmo que fue metamorfoseada en nereida y
que se le aparece a Ulises en el canto V cuando el héroe está pasando las de
Caín en una balsa que se desmonta en medio de la tormenta desatada por el
tridente de Poseidón, apodado, en plan Rocky Marciano, el Sacudidor. Leucótea,
ex mortal convertida en divinidad protectora de los marinos, surge de las
aguas, “semejante a una gaviota voladora”, y, tipo La sirenita, le
da al náufrago un velo mágico que es el primer chaleco salvavidas de la
literatura. Ulises se quita la ropa, se coloca el velo bajo el pecho en plan plancha
de surf “y se zambulló de cabeza al mar poniendo por delante sus manos,
dispuesto a nadar” (no se nos dice con qué estilo). El protagonista sufre de lo
lindo para llegar a tierra, y Homero describe su odisea natatoria de manera
reconocible para cualquiera que haya vivido un trance semejante. No encuentra
punto por donde salir del agua embravecida pues todo lo que ve son escollos.
Finalmente, una gran ola lo arroja contra la áspera costa, dejándose el
náufrago literalmente la piel en las rocas a las que se aferra
desesperadamente.
No podemos despedir esta relectura de
la Odisea sin mencionar a algunos de los más curiosos
personajes del poema. Uno de ellos es el desgraciado Elpénor, del que el propio
Ulises dice que era “no demasiado valiente en el combate ni muy equilibrado de
mente”. El muy cenizo se rompe el cuello al caer borracho del tejado de la casa
de Circe -vaya muerte heroica, pudiendo ser devorado por Escila o destripado
por Polifemo- y se le aparece luego al héroe cuando este visita el Hades, el
infierno, y le pide que le den un entierro digno, pues lo habían dejado insepulto
en el patio de Circe. Penoso también el caso de Éurito de Ecalia, al que Ulises
menciona con admiración al hablar de los pocos que manejaban el arco mejor que
él (Hércules, Filoctetes). El gran Éurito murió pronto pues Apolo,
quisquilloso, lo mató por desafiarle imprudentemente a ver quién disparaba
mejor. Y es que con según quién es mejor no tirar al arco. También Apolo, se
explica en la Odisea, asaeteó a otro carácter interesante del
poema, Frontis Onetórida, el mejor navegante del mundo y que cayó bajó las
flechas del dios, sin que se especifique por qué, mientras pilotaba la nave de
Menelao al pasar frente al cabo Sunion. Este verano en Formentera, con tanto
drama marino, incendios y choques de veleros y lanchas (el tráfico de
embarcaciones es intenso pese a todo), no es mala idea encomendarse al tal
Frontis Onetórida al navegar por las azules aguas.
(EL PAÍS / 16-8-2020)
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