“ALGUNOS TIENEN UNA SENSIBILIDAD SUPERIOR, ESO LES DA PLACERES Y SUFRIMIENTO”
por Verónica Abdala
Casada con el diplomático Maury Gurgel Valente, a quien acompañaría en
sus viajes por el mundo hasta su separación en 1959, la escritora Clarice Lispector (Ucrania
1920-Río de Janeiro, 1977), de cuyo nacimiento se cumplen 100 años este 2020,
se trasladó varias veces, de Inglaterra a París y a Berna, entre 1944 y 1959.
Su hijo Paulo -a quien llamó así en homenaje a su propio padre- nació en
Washington. De ciudad a ciudad, este sábado Paulo participará desde San Pablo
del homenaje que se hará a su madre en la Feria de Editores, un encuentro
porteño que -qué remedio- ahora se hace completamente online.
De regreso a Río, en 1959, la ucraniana-brasileña retomó su actividad periodística mientras en paralelo fue forjando un estilo narrativo que terminaría convirtiéndola en una leyenda. Dueña de un aire indescifrable y de una obra que prueba una versatilidad poco frecuente –cronista, novelista y cuentista-, es reconocida como una autora mítica por la trascendencia de su legado literario. Y que en últimos años, y hasta ahora, encarnaría, además, un fenómeno de ventas en el mundo entero: escribió sobre el amor, la muerte, los límites de la vida, el placer, el ser mujer, la escritura misma. "Escribiendo me libro de mí y puedo entonces descansar", decía ella, para quien no parecía haber cosas insignificantes: lo más banal podía provocar el fuego de la escritura, la desmesura, la epifanía.
"Leer a Clarice era como conocer a una persona", escribió Caetano Veloso, que en los años 60 aprendió de memoria sus textos como si fueran canciones y se representaba como "momentos perfectos”. En el plano personal, la maternidad fue para ella una obsesión más: “Desistiría de la literatura. No tengo dudas de que como madre soy más importante que como escritora”, admitía Clarice.
“La recuerdo con una máquina de escribir en su regazo, tecleando absorta en medio del salón principal de la casa entre los ruidos de los niños, el teléfono o la empleada", reveló alguna vez su hijo Paulo Valente. "Un día le pedí una historia para mí y ella escribió El misterio del conejo pensante, una ficción y una realidad, sobre una mascota que tenía una familia que siempre escapaba y nunca sabían cómo", contó él.
Economista y autor de libros de investigación, una novela con visos policiales y otros textos infantiles, Valente hablará este sábado a las 16,30 con Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar, ambos traductores, y con la editora de Corregidor Fernanda Pampín. Antes, accedió a un intercambio con Clarín.
En todo el mundo, el verdadero fenómeno literario que encarna Clarice prueba que se vuelve una obsesión para quien la lee. ¿A qué características personales de ella atribuye usted esa profunda identificación que se produce entre los lectores y su obra?
Creo que Clarice nos contacta con experiencias personales y emocionales que ninguno de nosotros, y me refiero tanto a los lectores como a mí mismo, sabemos que llevamos dentro. Para mí arte es reconocer que no estamos solos en el universo y que el otro no es tan diferente, y en ese sentido, creo que ella producía una suerte de identificación con lo que se dice incluso por fuera de las palabras.
Se le atribuye a su madre la cualidad de haber sido una autora -y una mujer- enigmática, en parte porque su obra literaria se vuelve en alguna medida inclasificable y por una sensibilidad fuera de lo común. ¿Por qué sigue siendo un misterio Clarice Lispector?
No es un misterio, ciertas personas nacen con una sensibilidad superior a otras, y esto tiene consecuencias buenas y malas, trae aparejado placeres no siempre comunes y corrientes, pero también un alto nivel de sufrimiento.
En ese sentido, uno de los episodios más duros para ella fue la muerte de su madre, e incluso el hecho de haber sido concebida para curar, según una falsa creencia de la época, la sífilis que padecía. ¿Ese podría ser origen de esa melancolía que también define muchos de sus escritos?
Todas las historias de refugiados son tristes: partir de un lugar hacia otro, en otra parte remota del planeta, con otro idioma diferente, no es nunca una experiencia alegre, es una apuesta por la vida. Y quienes fueron perseguidos arrastran esa marca, esto queda por siempre en ellos. Creo que ella, (N.deR.. de origen ucraniano, que perdió a su madre a los 9 después de ver durante años enferma a su madre y que creció en Recife, Brasil, marcada por la pobreza) cargaba también con esas tristezas.
¿Cómo era como madre?
No era diferente de todas las madres del mundo para quien sus hijos son la preciosidad mayor, su cuidado y preocupación por nosotros eran constantes. Ahora en Brasil se publican las cartas que espero se editen pronto en Argentina: en una de ellas Clarice me explica cómo fue matricularme en el curso de Economía el primer año de la facultad, y las colas que enfrentaba en el calor de marzo en Río de Janeiro, en un momento en que yo estaba fuera del país, y lo hacía porque esa sería mi entrada al medio universitario.
En paralelo, desplegaría una carrera como autora con la que fascinaría al mundo. ¿Cuál diría que era su intención predominante al momento de sentarse a escribir? En lo personal, ¿el periodismo fue para ella también un motivo de disfrute, así como la composición de ficciones?
Su intención era comunicarse con el mundo. No le gustaba el periodismo, todos los escritores en Brasil eran periodistas pero porque los derechos de autor eran insuficientes para mantener un presupuesto doméstico simple. Ella lo hacía por la misma razón.
Brasil atraviesa actualmente una situación que puede calificarse como dramática, en relación a la pandemia por coronavirus. ¿Cómo definiría usted el presente de su país en este sentido y qué opinión le merece Jair Bolsonaro?
Será seguramente calificado como autor de crímenes contra la humanidad, nada menos que por esto: cien mil muertos en Brasil cuando, si hubiera seguido las instrucciones de la OMS, posiblemente no hubieran ocurrido.
Para entender a Clarice Lispector
Durante tres días de septiembre de 1966 los médicos estuvieron a punto de amputarle la mano derecha a Clarice Lispector, la mano con la que escribía. Sus dos adicciones se habían cruzado fatalmente a sus 46 años: las pastillas para dormir le habían hecho efecto cuando todavía no se había consumido su último cigarrillo y el accidente le produjo quemaduras gravísimas.
El humo la despertó a las tres y media de la mañana en su apartamento de
Río y su primer impulso fue salvar sus textos.
Uno de sus traductores, Gregory Rabassa, sobre ella: “Si Kafka fuera
mujer y brasileña, si Marlene Dietrich escribiera...”
Benjamin Moser escribió, seguramente, su biografía definitiva: Por qué este mundo (Siruela). Allí nos invita a releer su obra a la luz de su vida -o viceversa-, desde 1966 hasta su muerte.
(Clarín / 7-8-2020)
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