por José Antonio Luna
La editorial Taschen publica una
magnífica monografía que recorre trayectoria del dibujante holandés y las
incógnitas que todavía hoy despiertan su arte grotesco
La partitura de una canción pintada en un trasero,
dos orejas atravesadas por un cuchillo, cuerpos desnudos en el interior de un
mejillón… Al holandés Jheronimus van Aken (1450-1516), más conocido como el
Bosco, solo le bastaron 20 pinturas y 9 dibujos para crear una de las
iconografías más reconocidas de la historia del arte. Es considerado como el
pintor fantasmagórico por excelencia de los sueños. Pero también de su reverso
más tenebroso: el de las pesadillas.
A finales del siglo XV, época que
algunos denominan gótico tardío y otros Prerrenacimiento, la corriente
artística parecía buscar cada vez más aspectos como la armonía, el ilusionismo
o la monumentalidad. Sin embargo, el camino del Bosco fue totalmente diferente.
No encaja ni en la pintura flamenca sobre tabla habitual de entonces ni en el
arte pictórico al norte de los Alpes, que seguía más las coordenadas
renacentistas. Entonces, ¿de dónde beben sus influencias?
Es una de las preguntas a las que trata
de dar respuesta El Bosco: la obra completa, un monográfico que
recorre la vida y obra del pintor holandés a la vez que intenta desentrañar
muchas de las incógnitas que todavía hoy despierta. De ello se encarga el
historiador del arte y especialista en pintura holandesa Stefan Fischer, que
con este tomo se atreve a arrojar luz sobre del proceso de creación tanto
material como intelectual del autor de El jardín de las delicias.
No es una tarea fácil. Como se indica
entre las páginas de libro, muchos detalles del Bosco siguen estando rodeados
de misterio. Los investigadores no han conseguido encontrar documentos que
expliquen su vida ni su arte de forma directa, por lo que su perfil ha tenido
que ser elaborado a partir de pequeños retazos históricos de su
biografía.
De hecho, ni siquiera hay un retrato
del Bosco que podamos asegurar que representa fielmente su aspecto. Uno de
ellos fue el realizado por el grabador holandés Cornelis Cort y, al igual que
otros, sigue un modelo desconocido que corresponde a la idea que se tenía de un
pintor de temas religiosos y lúgubres. Mostraba así a un hombre delgado, con
media melena, los ojos grandes y de aspecto austero, una imagen que podría estar
perfectamente idealizada.
La familia de
pintores Van Aken
El Bosco creció en Bolduque (al sur de
los Países Bajos), ciudad a la que estuvo muy unido y en la que se estima que
pasó la parte más importante de su vida o incluso toda ella. No existe nada que
pruebe su estancia en otro lugar.
Lo que sí se sabe es que la familia Van
Aken comenzó a vivir en Bolduque desde 1427 y que fue el abuelo del Bosco,
Thomaszoon van Aken, quien fundó el taller del que posteriormente se nutrirían
sus cinco hijos (todos ellos pintores). Este era el pintor por excelencia de la
ciudad a mediados del siglo XV, ya que trabajó para una de las organizaciones
más importantes de la región en torno a la que se reunía la élite espiritual,
religiosa y política: la Hermandad de Nuestra Señora. De hecho, en la bóveda de
la iglesia principal de la ciudad se puede encontrar un Cristo
crucificado con donantes que, a pesar de no estar atribuido a ningún
artista, coincide en muchas líneas con el cuadro de título homónimo que el
Bosco realizaría años más tarde (1480 – 1485).
La dinastía de pintores Van Aken
alcanzó cierto reconocimiento en Bolduque a lo largo del siglo XV, lo que les
permitió vivir en una posición económica y social segura desde prácticamente la
generación del padre del Bosco, Antonius van Aken. De este se sabe todavía
menos que de su hijo. Lo poco que se conoce apunta a que vivía desde 1492 con
su familia en una casa de piedra de pequeño tamaño cercana al mercado, donde
también se alojaban otros artesanos y comerciantes como carniceros o alfareros.
Allí fue donde en torno a 1450 nació
Jheronimus, el cuarto de los cinco hijos de Antonius. Sobre sus primeros 20
años no se sabe prácticamente nada porque, entre otras cosas, un incendio en
1463 acabó destruyendo parte de la ciudad y su casa paterna. Curiosamente, en
la parte superior del panel derecho de El jardín de las delicias es
representada una ciudad en llamas con edificios rodeados por llamas. ¿Fue este
el suceso que le inspiró? Es una suposición.
Se desconoce el tiempo y la intensidad
con la que el Bosco colaboró en el taller de su padre ni si en los años
siguientes recibió alguna formación superior, pero lo cierto es que un factor
determinante de su vida fue el matrimonio que contrajo con Aleid van der
Mervenne (entre 1480 y 1481).
Desde entonces el Bosco se trasladó a
la casa de su esposa, de un estrato social superior, e instaló allí su propio
taller con el que se convertiría en un pintor autónomo al margen de su familia.
Gracias a Aleid no solo mejoró el estatus económico del artista, sino también
sus relaciones sociales: la familia de ella formaba parte de un grupo de
mercaderes empresarios.
Las bases de
lo grotesco y lo jocoso
La obra más antigua que se conserva del
Bosco es el ya mencionado Cristo crucificado con santos y donantes,
lo que significa que sus primeros trabajos no están probados hasta que este
alcanzó los 30 años.
Otro de sus trabajos tempranos es San
Jerónimo en oración (1485 – 1490), al que el resto de pintores solía
representar sentado mientras estudiaba en su gabinete. No fue lo que hizo el
Bosco. El autor holandés optó por hacer gala de su conocimiento diferenciado de
temas bíblicos, de la vida de los santos y de los bestiarios que más tarde se
convertirían en su sello de identidad.
De esta forma, muestra a un San
Jerónimo rodeado de simbolismos. Por ejemplo, el modo en el que abraza el
crucifijo es interpretado como una manera de arrojarse a los pies de Cristo. Lo
hace tumbado bajo una roca en alusión al costado del Mesías y que, a su vez,
sirve de protección al igual que un nido para las aves. Mientras, el rojo de la
tela derecha hace referencia al color de las llagas de Cristo, tumbadas sobre
un tronco en alusión a la corona de espinas. Sobre la madera también hay una
lechuza, un símbolo del mal seductor a punto de atacar a un pequeño herrerillo
común posado en una de las ramas. Los animales, por tanto, encarnan la muerte
corporal por el pecado del que Jerónimo busca sustraerse por medio del ayuno y
la oración.
Hay que tener en cuenta que incluso los
historiadores difieren a la hora de fechar con exactitud ciertas obras del
Bosco, pero se sabe que el autor comenzó con muchos de sus encargos para la
Hermandad de Nuestra Señora de Bolduque después de haber ingresado en ella en
torno a 1486. Esta situación le permitía disfrutar de la vida burguesa de
casado mientras que, por otro lado, podía recurrir a los estudios de la orden.
Con ello el Bosco comenzó una nueva
etapa en su vida, como ciudadano y como pintor, pero que fue fundamental para
lo que vino después: el arte basado en lo grotesco y lo jocoso. El pintor
consiguió trasladar estos conceptos, considerados propios de artes marginales,
a la pintura sobre tabla. Paradójicamente, fueron estas formas “inferiores” las
que abrieron las posibilidades del Bosco que conocemos hoy día, la de poner
ante el espectador un espejo con las deficiencias morales y pecados capitales
de entonces. O, lo que es lo mismo: el infierno.
(elDiario.es / 3-8-2020)
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