A la memoria de María Cristina Díaz Marrero
10 DE JULIO. Desde que
una vez siendo niña la llevaron a una feria durante las vacaciones, Gloria
nunca había vuelto al Cilindro, por eso, ahora que cruzando el pasto se acerca
a él, lo siente majestuoso, sobre todo porque la niebla parece absorber la
parte superior y crea un cuadro fantasmal. Cerca de la puerta principal, unos
soldados, que calientan sus manos en torno a un tanque con fuego, le indican
adonde dirigirse. Luego de hacer una cola a la intemperie que la deja aterida,
consigue ingresar al estadio deportivo, pero una vez más queda esperando. Desde
donde la ubicaron constata que el techo no es cerrado y que el olor a humo
llega a ser asfixiante, a tal punto que la pone nerviosa. Al cabo de un rato de
la nube emerge el Tito. La primera impresión de Gloria es que está mucho más
flaco, pero que no ha perdido su porte curtido durante las extensas jornadas de
carga y descarga en el Frigorífico, pero cuando lo tiene más cerca ve los ojos
de su marido hinchados, como si estuviera llorando. Tito se da cuenta de la
preocupación de su mujer y antes de abrazarla, le aclara que es por el fuego
que mantienen encendido durante todo el día para combatir el frío. Hace dos
semanas que no se ven y hablan al unísono, las preguntas se entrecruzan, se
agolpan, se amontonan:
-“¿Y los chiquilines?”; “¿Cómo te detuvieron”?;
“¿Estás bien?”; “¿Cómo está tu hermano?”; “¿Y Carolina”? -son tantas las cosas
que echan a reír los dos, con lágrimas que esta vez no son por el humo.
-¿Y cómo estás? –pregunta Gloria luego de llorar, más
tranquila.
-Llegan cientos de compañeros por día, algunos quedan,
a otros los largan, está claro que usan el Cilindro porque ya no tienen adonde
poner más gente. A mí me retuvieron en varias comisarías antes de traerme para
acá.
-¿Y cómo los tratan…? –indaga Gloria.
Los presos formamos un comando y llevamos una lista de
los que llegan. Poco a poco fue mejorando la situación, cuando trajeron a los
primeros compañeros no había agua, la bombeaban con una manguera hasta el
tanque, no había luz, no andaban los baños, pero en general se fueron
solucionando todas esas cosas.
-Te traje comida… -dice tímidamente Gloria a su
marido.
-Por suerte no nos ha faltado. Todos los días nos
traen comestibles las organizaciones sociales de la zona –responde el Tito, que
habla sin parar.
Necesita hacerlo mientras retiene las manos de su
mujer entre las suyas. Se siente obligado a explicarle lo que está pasando de
forma que lo entienda, pero ella lo interrumpe para contarle de su contribución
al 9 de Julio. Lo hace con pasión:
-¡Fue una pueblada! La gente bajaba por Agraciada
gritando “Tiranos Temblad”. Y después seguía manifestando por los barrios,
quería pelea, pero sentía mucha impotencia.
Tito queda sorprendido, antes Gloria parecía
indiferente a lo que pasaba en torno suyo, solamente le preocupaban sus hijos y
su familia. Y ahora resulta que no solamente se interesa, sino que por lo visto
ha participado activamente. Mientras la mujer habla, al hombre le renace un
cariño que creía aplacado. Luego de escucharla se siente obligado a dar una
opinión terminante, que aclare el panorama.
-Van para dos semanas de huelga y hay sindicatos que
están flaqueando. No podemos seguir con esta medida mucho más, porque
desgastamos las herramientas populares.
Pero Gloria lo sorprende nuevamente.
-Pienso lo contrario. Creo que hay condiciones de
seguir. Podemos estirar la huelga todavía más, lo que nos ha desgastado es que
nos faltó organización y planes de lucha, ¿por qué no hicimos otras puebladas
antes?
Tito no piensa retrucarle. Es evidente que durante las
últimas semanas su esposa ha crecido y que maneja argumentos bien fundados.
***
Ni bien abre la puerta y ve que la recién llegada es
su hija, Doris lleva su mano al pecho:
-¡No te esperaba! ¿Pasó algo? –se alegra y se preocupa
la mujer a la vez.
Andrea no quita trascendencia al momento:
-Ahora conversamos. ¿Adonde está papá? –pregunta.
-En el escritorio. Con Amílcar Muñoz –informa Doris.
-¿Con Muñoz? ¿Tan temprano? –ahora la preocupada es
Andrea, que rápidamente camina por el corredor con su madre detrás.
Ni bien entra al escritorio, su padre y Muñoz se
levantan para saludarla.
-Los vi en la concentración. Estaban los tres y
Miguel. Pero me fue imposible acercarme –dice con seriedad, mientras toma asiento.
Los demás intuyen que algo está pasando y esperan lo
que Andrea fue a comunicar.
-No tengo buenas noticias. Me acaban de avisar que
Carlos y Clara cayeron durante el allanamiento a El Popular. Lo importante es
que ya ubicamos adonde los tienen. A ella en Jefatura y a él en el Cilindro
Municipal.
Doris salta:
-¿Y con quién están los nenes?
-Con la otra abuela –tranquiliza Andrea.
-Decime la verdad. No me escondas nada que igual me
voy a enterar. No voy a quedarme quieta. Ya mismo me cambio y vamos a verlos
-responde la madre.
Andrea frena a sus padres:
-Es lógica la inquietud, pero ellos están bien. No es
necesario que salgan corriendo.
-Tiene razón Andrea –intercede Muñoz -, hay que tomar
las cosas con calma.
-Si no vamos a ir enseguida, aprovecho para cocinarles
algo –agrega Doris mientras se levanta para ir a la cocina.
Andrea quiere retenerla, pero su padre interviene:
-Dejála. Así está entretenida…
-Me imagino que ya sabés que detuvieron a Seregni,
Licandro y Zufriategui después de la concentración –comenta Muñoz.
-Ya lo sabía –responde Andrea, quien intuye que algo
está ocurriendo. Y pregunta:
-¿Y a qué se debe que estén reunidos tan temprano?
-Por suerte viniste. Te íbamos a llamar… -dice
Vázquez.
Intrigada Andrea se recuesta en el sillón.
-Me avisaron de la Comisaría… Murió Mina –informa su
padre.
La información golpea cruelmente a Andrea.
-¿La mataron? –pregunta.
-No sé nada más. Yo sospecho que sí, pero habría que
investigar. Y dada la situación no es nada fácil hacerlo –comenta su padre.
-¡Le pedí que se apartara…! –protesta Andrea
impotente.
Doris entra en la habitación:
-Las pascualinas están casi prontas. ¿Vas a venir con
nosotros? –pregunta la mujer mirando a su hija.
-Mandales un abrazo. No puedo ir, me está por pasar a
buscar un compañero para llevarme en moto al entierro de Walter Medina, el
estudiante que mataron.
-¿Y tiene nombre ese compañero? –pregunta Doris,
haciendo gala de su olfato de mujer.
Andrea ríe.
-Por supuesto. Se llama Javier.
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