por Marta Ailouti
Martin Scorsese dijo en una ocasión sobre La edad de la inocencia que aquella fue, de todas sus películas, sin duda la más violenta. Adaptación de la novela homónima de Edith Wharton, en ella la escritora narraba la historia de Newland Archer, un joven abogado atrapado por las rígidas convenciones sociales del Nueva York de la década de 1870 que, después de comprometerse con May Welland, se reencontraba con la prima de su prometida, la condesa Ellen Olenska, de vuelta en Estados Unidos tras un matrimonio fallido e infeliz.
Publicada por primera vez en 1920, cien años después Cátedra reedita
esta historia, traducida al español por Martín Schifino, que consagró a la
escritora como la primera mujer en obtener un Premio Pulitzer. Escrita después
de la I Guerra Mundial, entre septiembre de 1919 y marzo de 1920, la
novela, que debe su título a un cuadro de 1788 de Joshua Reynodls, constituyó
una de las obras más íntimamente ligadas a la biografía de la autora que
a lo largo de su vida llegó a escribir 25 novelas, con títulos como La
casa de la alegría o Ethan Frome, y 188 relatos
-además de libros de viaje, arte y arquitectura doméstica, poesía y teoría de
la ficción-, y que cruzó el Atlántico 66 veces, fue nominada en tres ocasiones
al Nobel y recorrió la línea del frente durante la Primera Guerra Mundial en
una motocicleta, entre otras muchas proezas.
“Lo que siempre se me quedó grabado en la cabeza –confesó el director
de Taxi Driver al crítico Roger Ebert del Chicago
Sun-Times sobre la historia de Wharton- es la brutalidad que se
escondía debajo de los buenos modales». A aquel retrato violento, “de
sangre fría”, sobre una alta sociedad de la época, culta y encorsetada en unos
viejos ideales, contribuyó sin duda la mirada analítica, ácida y crítica de
Wharton. Ella misma, que provenía de una familia burguesa, tuvo que vivir toda
su vida haciendo frente a las rigurosas costumbres sociales en aquel Nueva York
de sus primeros años que recelaba de cualquier desviación de la norma. Su
historia es el relato de las apariencias y de las buenas formas. Un férreo
control de las vidas ajenas a través de las aparentemente inofensivas
conversaciones, llenas de dobles o triples sentidos, en los descansillos de la
ópera y bailes de salón que se irá estrechando alrededor de las vidas y de los
sentimientos de sus protagonistas.
Retrato de época, “tal vez el rasgo más autobiográfico de La
edad de la inocencia radica en ese volver con la escritura a esta
ciudad ‘de intolerable fealdad’ que contempló de niña en 1872, cuando
volvió de Europa a los diez años, sintiéndose de pronto exiliada en los Estados
Unidos”, explica Teresa Gómez en la introducción de la edición de Cátedra.
Aunque no era la primera vez que se inspiraba en Nueva York, seña de
identidad de la escritora, fue Henry James, amigo íntimo de Wharton, quien le
animó a seguir escribiendo de la gran manzana. “El panorama americano está ahí,
a tu alcance -le remitió en una carta en 1902-. No lo dejes escapar: lo
inmediato, lo real, lo nuestro, lo tuyo, el gran tema que aguarda al novelista.
Apodérate de él y retenlo y déjate llevar… ¡Haz Nueva York! El
relato de primera mano es valiosísimo”.
Así, si Dickens retrató la Inglaterra victoriana, la escritora
se convirtió en “la cronista de la alta sociedad de la preguerra, la memoria de
la Quinta Avenida cuando se comenzaba a trazar”, explica Clara Obligado en
el prólogo del primer volumen de Cuentos completos publicados
por Páginas de Espuma en 2018. “Es el arte del disimulo, de la estrechez de
miras, del control social. Edith Wharton nos habla de ese mundo con una
precisión satírica que expone las debilidades, a la vez que las perdona”,
concede.
Lo cierto es que a veces condesa Olenska, otrora Archer, los ecos de su
autora son evidentes en esta novela, crítica mordaz y afilada de la alta
sociedad, donde de algún modo también posa su mirada nostálgica en una América
pasada ya desaparecida. “Edith Wharton fue, junto con Proust, una de las pocas
plumas del siglo XX que poseía tanto una compresión exhaustiva del funcionamiento
de la alta sociedad como una distancia suficiente para verla con objetividad y
luego escribir sobre ella”, analiza Gómez.
Rica y divorciada, la vida de Wharton mantuvo muchas similitudes con la
de su personaje Ellen Olenska, a quien Michel Pfeiffer dio vida en la película
de Scorsese. Casada en 1885, con Edward (Teddy) Robbins Wharton, la escritora
fue una de las primeras mujeres en conseguir formalizar su separación.
Descendiente de familias de comerciantes ingleses y holandeses, como Olenska,
ambas compartían el mismo origen, dirección en Nueva York, su atracción por
Europa, un matrimonio fallido y sin hijos, su refugio en la cultura y sus
propios escarceos amorosos. Conocidas fueron, al menos, sus relaciones con el
periodista William Morton Fullerton, la cantante de ópera Camilla Chabbert y la
poetisa Mercedes de Acosta.
Ahora bien, si el personaje de la condesa y sus dificultades de
aceptación y adaptación en una sociedad que la rechaza por su forma de ser y
pensar libremente van a suponer un claro referente autobiográfico, el de
Archer, cuyas inquietudes a menudo son intelectuales, marcará también sus
fuertes luchas internas.
Aunque contraria al feminismo incluso durante la época del sufragismo -Wharton
se manifestó abiertamente en desacuerdo al movimiento-, La edad de
la inocencia plantea cuestiones como el papel de la mujer en la
sociedad americana y su capacidad para pensar por sí misma, el divorcio o la
diferencia de tratamiento en los asuntos conyugales. “Aun agraviadas -escribe
entre sus páginas en una de las muchas reflexiones que ambos, protagonista y
escritora, se hacen de algún modo en voz alta-, las mujeres de ‘bien’ nunca
reclamarían el tipo de libertad a la que él se refería, y por lo tanto los
hombres abiertos de miras como él eran propensos a concedérsela, al calor del
debate, por pura caballerosidad. Esa nobleza verbal, en realidad, no era más
que un disfraz hipócrita de las inexorables convenciones que fijaban las cosas
y hacían que la gente se amoldara a los patrones de siempre”.
Un Pulitzer conflictivo
Escrita en poco tiempo, en apenas unos meses, Edith Wharton barajó hasta tres bocetos o versiones distintas, hasta decidirse por la definitiva, según explica Gómez en su introducción, sin perder nunca de vista la importancia que tendría Nueva York en su novela y las personalidades del triángulo protagonista. Un trabajo que la escritora repitió concienzudamente después “en la redacción de la novela y en la corrección de las galeradas” y que habría de resultar evidente en la calidad del texto final.
Eso no impidió, no obstante, que cuando en 1921 se le concedió el Premio
Pulitzer, surgieran algunas voces disonantes. El galardón, que en un principio,
y bajo la decisión de un jurado formado por escritores y periodistas, recayó en
Sinclair Lewis por Calle Mayor, no fue del agrado del rector de la
Universidad de Columbia Nicholas Murray Butler, y se dice que fue él quien presionó
en favor de Wharton. “¡Qué país! Nada de esto tiene que ver con el mérito
artístico”, se lamentó la propia escritora al enterarse, quien no dudó
en escribir a Lewis compartiendo “un profundo hastío”.
De fondo, junto a su autora, resonaba la profética voz de Ellen Olenska en uno de las más demoledoras certezas que expresa en el libro: “¿Aquí nadie quiere saber la verdad, señor Archer? ¡Lo que realmente me hace sentir sola es vivir entre toda esta gente amable que solo me pide que finja!”. Certera como pocas, cien años después, La edad de la inocencia es una de las novelas más célebres de Edith Wharton y un clásico de la literatura. Adaptada en varias ocasiones al cine y al teatro, la más recordada es la versión de Scorsese protagonizada por Michelle Pfeiffer, Daniel Day-Lewis y Winona Ryder, que fue nominada al Oscar y obtuvo un Globo de Oro por su interpretación de la no tan inocente May Welland.
(EL CULTURAL / 1-9-2020)
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