miércoles

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (66) Arte y técnica escénica

EL TEATRO INMEDIATO (19)


Presenciar el estreno de la obra que se ha dirigido es una extraña experiencia. La víspera, durante el ensayo general, uno está completamente seguro de que tal actor realiza un buen trabajo, de que tal escena es interesante, airoso aquel movimiento, claro y significativo ese pasaje. Situado entre el público, una parte de uno mismo reacciona como este y se dice: “Me aburro”, “Ya lo ha dicho antes”, “Me va a ocurrir algo si sigue moviéndose de esa afectada manera” e incluso “No entiendo lo que quieren decir”. Aparte de que los nervios han puesto la sensibilidad a flor de piel, ¿qué es lo que ocurre para que el punto de vista del director sobre su propio trabajo sufra tan sorprendente cambio? Fundamentalmente, el orden en que se suceden los hechos. Intentaré explicarlo con un ejemplo concreto. En la primera escena de una obra la actriz se reúne con su amante. Ha ensayado dicha escena con gran ternura y sinceridad y confiere al simple saludo una intimidad que emociona a todos, si bien al margen del contexto. Ante el público, queda de repente claro que el texto y la acción anteriores no han preparado en modo alguno esa escena: tal vez el espectador está interesado en seguir la pista a otros personajes y temas y, de pronto, se encuentra ante una joven que murmura algo de manera casi inaudible a un hombre. Lo que parece frío, de intención no clara e incluso incomprensible, en una escena posterior la secuencia de los hechos hubiera podido llevar a un silencio en el cual ese murmullo amoroso cobraría pleno significado.


El director intenta mantener un panorama de la totalidad, pero ensaya fragmentos de la obra e incluso cuando ordena un ensayo general es inevitable que tenga un conocimiento previo de todas las intenciones de la pieza. En presencia del público, que le obliga a reaccionar como público, ese conocimiento previo se desvanece y por primera vez recibe las impresiones que produce la obra al desarrollarse en su adecuada secuencia temporal, una escena tras otra. No es de extrañar que todo parezca diferente.


Por esta razón cualquier experimentador se interesa por todos los aspectos de su relación con el público. En su búsqueda de nuevas posibilidades sitúa al espectador de distintas maneras. Un proscenio, un ruedo, una sala perfectamente iluminada, un granero o cuarto abarrotados, condicionan hechos diferentes. Cabe, sin embargo, que la diferencia sea superficial; una más profunda puede darse cuando el actor es capaz de interpretar sobre la base de una cambiante e interna relación con el espectador. Si el actor consigue captar el interés del público, abatiendo así sus defensas, y luego le engatusa para llevarlo a una inesperada posición o conocimiento de la pugna entre creencias opuestas y absolutas contradicciones, el espectador se hace más activo.


Dicha actividad no exige manifestaciones externas; el público que responde puede parecer activo, aunque esto sea superficial, ya que la verdadera actividad puede ser invisible, pero también indivisible.

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