Mucho
se habla de derechos humanos, de la humanidad de los derechos y de la
pertinencia de los derechos para la humanidad. La aspiración a gozarlos, de por
sí, debe responder o claramente responde a alguna propiedad intrínseca de la
especie, pues los derechos se adquieren a partir de condiciones previas que
infunden en ellos correspondencia y oportunidad. Así, los derechos a la
propiedad, a percibir un salario, a circular por la vía pública, a recibir los
servicios del Estado, etcétera, tienen una contrapartida que los justifica a
todos. Los derechos humanos son más amplios y atañen fundamentalmente a la
vida, al derecho a vivir, a la condición de existir, de pensar con libertad y poder
hacer, en fin, al respeto por la persona y las colectividades, a ser reconocido
como ciudadano y recibir los beneficios de la sociedad organizada.
Estos
derechos se fundan en una condición tácita, en una cualidad que se contrae al
nacer y que es suficiente para justificarlos. En primer lugar, el derecho a un
orden de prioridades: el de recibirlos y, en su defecto, el de reclamarlos. Es claro
que se deposita toda la fe en el hombre, que hay una confianza implícita que
permite establecer este fundamental principio. Por lo que se sobreentiende y se
corresponde en forma natural una fe en la humanidad o en lo humano, en el ser
que se distingue por la conciencia, la inteligencia, el lenguaje. ¿Se contraen
esos derechos por alguna otra razón? No, porque basta con nacer, con existir, con
ser parte de la sociedad civilizada para que se correspondan sin otro trámite.
La fe en las bondades de lo humano es suficiente para justificar los derechos
humanos. Los derechos del resto de vivientes y las obligaciones humanas
respecto a la realidad inorgánica son de otro orden.
Ahora
bien, ¿se puede tener fe en el hombre? ¿No fue el hombre el que ordenó beber la
cicuta a Sócrates, sólo por enseñar a pensar? ¿No infligió la más dolorosa
muerte a Jesús, sólo por ser bueno? Mandó al exilio a Platón, quemó a Juana de
Arco y a Bruno, castigó a Galileo y hasta el día de hoy hace la vida imposible
a educadores, pensadores, artistas, científicos, políticos. Ha exterminado civilizaciones
enteras sólo por ser distintas, sometido a la mayor humillación a pueblos
enteros sólo por tener piel oscura. Ha perseguido y asesinado sin compasión a
los judíos, ha abandonado y aún hoy abandona a su suerte a los refugiados. No
cesa de sacrificar vidas sin compasión en guerras injustificadas, permite que mueran
de hambre los niños del mundo junto a sus madres, que las mujeres sean abusadas
y asesinadas por los hombres, que las personas sean humilladas por “razones” de
sensibilidad sexual. Extermina animales sin necesidad, tala árboles
indiscriminadamente, corrompe el agua y el aire, destruye el planeta. ¿Se puede
tener fe en quien, en definitiva, es el autor de semejantes atrocidades?
El
animal humano quiere, además, que sus potestades sean válidas para todos por
igual, que reine la equidad y su dignidad no sea un rasgo sólo de algunos en
particular. Quiere que la fe se deposite en forma generalizada sólo porque el
hombre es hombre. Y, por cierto, no hay nada de malo en esto, por ser un
principio loable y deseable y que merece su consagración definitiva. Debido a
que los derechos corresponden a la humanidad, resultan extensivos en forma
natural a todas las personas. Por lo que, además de deberse la fe en la especie,
se debe la fe en todos los individuos. Hay un primer derecho a que todos los
derechos se correspondan con todos los seres humanos, por lo que se deposita la
fe en todos ellos. Así, los derechos humanos deben corresponder a todos. Pero,
¿corresponden a todos?
No
se sabe dónde radica la maldad y nadie sabe a ciencia cierta qué hacer con
ella, si tolerarla, curarla, castigarla, erradicarla, encomendarla a los dioses
o si habría que matarla. Porque se pregunta si hay seres humanos buenos y seres
humanos malos o si, por el contrario, la maldad y la bondad están en cada una
de las personas y por lo tanto sería posible separarlas para que una sola
dirija la voluntad. La fe en el hombre fundada en que es digno del mayor de los
derechos, el derecho a existir, ¿es fe o es uno más de los beneficios que el
mismo Espíritu de la Tierra se ha consignado a sí mismo sin merecerlo? Por lo
que surge una pregunta imposible, inadmisible, intolerable: la fe en lo humano,
¿es una hipótesis más?
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