A la memoria de María Cristina Díaz Marrero
Carlos no puede participar del sepelio. Desde la
muerte de Ramón Peré está encerrado en la Universidad y la policía no permite
que nadie salga ni entre a ella, pero no está inactivo. Todo lo contrario. En
el momento en que el local universitario fue cercado había cientos de personas,
para aproximadamente la mitad de ellas el encierro no es particularmente un
drama, están dispuestos a enfrentar lo que venga. El problema es el resto, que
simplemente estaba haciendo trámites, que concurrió a la Universidad a
encontrarse con compañeros de su generación o sencillamente para informarse
sobre el reinicio de las clases, todo lo cual le plantea a las autoridades y al
gremio de estudiantes la necesidad de tranquilizar y organizar a toda esa gente
y evitar una tragedia. Para colmo nadie puede aventurar cuánto durará la
encerrona, y se producen crisis nerviosas. Cada una de aquellas personas tiene
un problema, a algunos los están esperando en sus domicilios, a otros les están
faltando medicamentos, otros quieren retornar a sus actividades. Para
contemplar todas las situaciones y apaciguar los ánimos, junto a integrantes
del gremio estudiantil y de funcionarios, Carlos conversa con todos los que
puede. El primer problema planteado desde que fueron rodeados, fue el de darle
de comer a tanta gente, máxime teniendo en cuenta que los comestibles no
abundan, por eso la noche anterior el gremio estudiantil decidió repartir una
muy medida porción de arroz, que a nadie satisfizo y que hizo protestar al
Rector, que alegaba que la primera comida debía ser abundante, aunque después
faltara. Pero muchos le retrucaron que van a continuar rodeados por lo menos
dos semanas. Abrumado por la situación, Carlos recorre el local pensativo, pero
es abordado por una mujer de tacos altos, coqueta y bien acicalada. Es María
Micaela Rovira, que está furiosa y que le recrimina como si fuera el
responsable de lo que está ocurriendo, a duras penas logra calmarla y ella le
explica que su marido la espera para viajar en luna de miel a Buenos Aires,
como paso previo antes de partir para Europa. Carlos hace un enorme esfuerzo
para auto controlarse y piensa que tiene muchas cosas más importantes que hacer
que soportar a aquella pituca que no para de hablar mientras menea
tentadoramente su tapado de armiño, pero aleja la idea de la cabeza y decide
escucharla. Entonces ella amenazante insinúa que está muy vinculada al
gobierno, que la dejen hablar con las autoridades policiales que seguramente le
permitirán salir del encierro. Armándose de toda la paciencia del mundo Carlos
le retruca que hiciera lo que quisiera, pero que duda de que los que rodean a
la Universidad le hagan caso, más teniendo en cuenta que están bajo el mando de
un individuo inhumano, como lo es el Comisario Castiglioni. Y que no se hace
responsable por lo que le pueda suceder, con lo que tranquiliza en parte a la
mujer, que no para de protestar que a ella la política no le interesa y que
nada estaría ocurriendo si la Universidad se mantuviera al margen de cosas que
según ella “no son de su incumbencia”. Carlos intenta explicarle que por el
contrario, la Universidad tiene la obligación de pronunciarse cuando están en
entredicho las libertades públicas, pero la mujer está lanzada en un nuevo
discurso, en el que habla de su estadía en Punta del Este y de los que
participaron en su casamiento, entre ellos de Miguel Muñoz…
-¿El hijo del juez? Entonces vos también conocés a
Miguel, somos amigos desde la infancia –la interrumpe Carlos.
La mujer queda sorprendida al encontrar puntos en
común con aquel “subversivo”. Y Carlos encuentra un tema con el cual calmarla,
luego de hablar un rato la convence de que se tranquilice y le promete que ni
bien haya una novedad será la primera en ser informada. Al cabo de un rato
María Micaela reconoce entre la multitud a una compañera de clase y va tras
ella para alegría de Carlos, que exhausto se sienta en unos escalones y cierra
los ojos… Piensa en Clara y los niños. Por un segundo le gana el sueño, hasta
que una vocecita femenina lo trae a la realidad.
-Perdoná si molesto…. -lo interrumpe una muchacha de
unos 25 años, humildemente vestida.
Carlos la mira y le pregunta en qué la puede ayudar.
-Como verás estoy embarazada a término, soy
estudiante, vine por un trámite y quedé encerrada. Estoy preocupada por lo que
pueda pasar y te quería preguntar si me podés ayudar.
El tono de la muchacha es completamente diferente al
de María Micaela. Y Carlos la hace sentar a su lado. Entonces ella le cuenta
que vive en La Unión, que ha participado de las protestas y de las reuniones en
la Parroquia, que tiene un hermano preso, que la madre y el esposo han de estar
preocupados porque desde hace dos días que nada saben de ella, que su parto es
inminente. Y Carlos le consigue un lugar adonde descansar, entre sus compañeros
hay total consenso de que su situación tiene absoluta prioridad.
***
Mina no sabe muy bien porqué, pero pese al riesgo
evidente por haber declarado ante el Juez, y a la violencia que desde siempre
ejerció Mario sobre ella, algo muy fuerte la impulsa a verlo y por eso han
quedado en encontrarse en el viejo boliche de Ibirocay y Francisco Plá. Nada
importa. No importa que Andrea le haya prevenido que no lo haga, que ponga
distancia, se siente desamparada y además no tiene adonde ir. La violencia de
su pareja la ha vuelto insegura, manipulable y profundamente dependiente en el
plano emocional, y justamente por eso, llegada la hora corre a ver a Mario, por
quien siente adoración. En el fondo
tiene pánico a perderlo y está convencida que su obligación es luchar para que
cambie. Cuando lo ve sentado en torno a una de las mesas, el alma le vuelve al
cuerpo. Mario la recibe sonriente, atento, seductor y durante la conversación
le promete que va a cambiar. Por eso accede a acompañarlo hasta una casa
cercana que el hombre dice que le ha sido prestada por unos amigos. Ni bien
entra, la desviste con furia, para luego someterla violentamente, mientras la
acosa a preguntas:
-¿Así que me querías abandonar, Negrita…? Mi Negra me
quería abandonar… -pregunta y se contesta el hombre…
-Tu negrita está acá… -trata de apaciguarlo Mina, pero
Mario no se controla, está rabioso.
-Así que me querías dejar… -dice con tono impertinente
Mario, antes de darle vuelta a Mina la cara de un cachetazo, sin por eso dejar
de hacerle el amor. Ella lo quiere detener, que cesen los golpes, pero no puede
y se pone a llorar. Pero Mario no se inmuta.
-Así que mi negrita no me quiere más –dice el hombre,
se da vuelta contra la pared y se pone a llorar, lo que despierta en Mina la
necesidad de apoyarlo.
-Vos sos mía. Mía… Mía… Y de noche más… -solloza el
hombre.
-Soy tuya. Soy tuya… -intenta tranquilizarlo la
muchacha acariciándolo, pero él le toma las manos y con la cara desencajada y
los ojos enormes, la interroga, como suele hacerlo con los prisioneros.
-¿Qué chismeaste de mi en el Hospital?
Mina le dice que nada, pero él no le cree, la insulta
y recomienza con los sopapos, mientras sube sobre su cuerpo. La tiene
aprisionada entre sus brazos y piernas. La tiene a su merced.
-Confesá. Tengo todo el tiempo del mundo. Y no grites
que acá nadie te va a escuchar.
-No dije nada… -suplica temblando la mujer.
-Nosotros lo sabemos todo. Yo lo sé todo. Por eso no
mientas. Pero quiero que me lo cuentes vos.
Mina se da cuenta de que no está solamente ante una
crisis de violencia como han habido tantas. Y lo confirma cuando él le susurra
levantándole el pelo, con frialdad.
-A la hija del juez… A esa tal Andrea, la estamos
vigilando.
Mario nota el pánico en los ojos de la muchacha. Y lo
disfruta.
-Viste como lo sabemos todo. Así que cantá.
La bofetada ahora es más violenta y le dibuja una
mancha roja en la cara a Mina.
-Solamente que eras un militar…
-¿Y qué más?
-Que los hermanos Perugorría te habían atacado. Y que
vos me defendiste.
Una nueva trompada se superpone a la anterior.
-¿Y qué mas?
-Que pelearon por la plata de una requisa… Y que te
amenazaron con contárselo a un Juez Militar.
Mario hunde, iracundo, a la muchacha en el colchón.
-¡De nada tenías que hablar! ¡De nada tenías que
hablar! ¿No te quedó claro lo que te dijo el oficial?
Dicho esto Mario solloza sin soltar a la muchacha y
repite… ¿qué hiciste?, ¿qué hiciste?, desconsoladamente, mientras estira uno de
sus brazos hasta la almohada, para luego ponerla sobre la cara de la muchacha,
que aplastada por el cuerpo desnudo de su amante, no puede reaccionar. Al cabo
de un tenso forcejeo Mario siente que ella lentamente va cediendo, hasta que
lanza un último y agónico quejido. Entonces se recuesta sobre la almohada y
repite interminablemente en voz baja:
-Te dije que no tenías nada de qué hablar…
Tal como le había ordenado el Coronel. No podían
quedar cabos sueltos y, como siempre, había cumplido. Pero no puede dejar de
abrazar el cuerpo inerte de la muchacha y de repetir con congoja:
-Negrita mía. Mi negrita. Te lo pedí. Te lo dije. ¿Por
qué no escuchaste? Solamente no tenías que hablar…
9 DE JULIO. Desde que
se enteraron hace un par de días de la convocatoria a manifestar el 9 de julio,
a las cinco en punto de la tarde, por 18 de Julio, Carolina y Gloria no paran
en sus casas. Están dedicadas a organizar a los vecinos de La Teja y Belvedere para
que participen. A todos los que visitan les informan que será un acto breve y
pacífico, en el cual se cantará el himno y que lo que realmente importa es que
no falte nadie, que vaya mucha gente. En las fábricas todos están informados de
la medida y solamente van a quedar guardias ocupando, pero Carolina y Gloria
quieren asegurarse que también participe gente no organizada, como amas de casa,
comerciantes, profesionales, etc. El problema de más difícil resolución, es el
del transporte hasta el Centro de Montevideo. Las dos mujeres han conseguido un
par de camiones, algunos autos, motos y hasta un carro, pero la mayoría de la
gente va a tener que ir a pie; vayan como vayan, se trata de que lo hagan
organizadamente, entre otras razones, para controlar que no falte nadie a la
hora de volver. Han armado un dispositivo para que en caso de faltar alguna
persona, inmediatamente sean comunicados sus familiares y amigos. En las
entrevistas convocan a una “contraofensiva popular”, palabras que han leído en
un volante y que les ha gustado, pero recorriendo las fábricas, en las
asambleas en las que han participado, han escuchado decir que el acto debe ser el
cierre de casi dos semanas de lucha, sobre todo porque en algunos gremios, como
el del transporte, hay un serio desgaste y de lo que se trata es de replegarse
en forma ordenada, como forma de preservar al movimiento sindical para futuras
luchas. Gloria y Carolina no entienden demasiado de estas cosas, lo que tienen
claro es que no puede faltar nadie a la concentración, y por eso, llegado el
día, se levantan temprano y salen a la calle, hay muchos detalles que ajustar.
Afuera está nublado y lluvioso, la gente con la que se van encontrando está
nerviosa, pero ansiosa de participar. Y eso les alegra el alma hasta que un
vecino les informa que está corriendo el rumor de que durante la madrugada fue
asesinado otro estudiante cuando pintaba en una pared la consigna “CONSULTA
POPULAR”. Carolina se lleva la mano al pecho tan furiosa como impotente y dice
¡pobres padres!, Gloria le responde que ya han hecho todo lo que tenían que
hacer y que es mejor volver, para descansar un poco antes de partir para el
Centro. Cuando llegan a casa de Gloria es casi mediodía y el cielo está
despejado. Por eso, mientras Carolina cocina unos fideos, Gloria aprovecha para
colgar la ropa que con el mal tiempo se fue amontonando. Entre las nubes emerge
el sol. Luego de tender la ropa, exhausta queda mirando cómo sus rayos de luz
hacen brillar las gotas de lluvia que penden de las hojas de los árboles, hasta
hacerlas evaporar. Desde la cocina llegan a sus oídos las cacofonías del
programa de radio Sarandí, Discodromo Show. Y Gloria piensa que tal vez también
lo está escuchando el Tito, porque siempre lo hace:
-¿Cómo estará? ¡Y los niños! ¿Se estarán portando
bien? –se pregunta. Los extraña, los
llevó a la casa de los abuelos, para poderse mover con tranquilidad.
La voz de Rubén Castillo la atrapa, al parecer está
haciendo un concurso y el ganador será el que acierte el nombre de un poema. La
mujer no conoce mucho del tema, pero queda escuchando los versos que se le
ocurren hermosos y que hablan de la vida y de la muerte…
“A las cinco en punto de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana a las cinco en punto de
la tarde.
Lo demás era muerte y solo muerte a las cinco en punto
de la tarde…”
Gloria súbitamente lo comprende y se le iluminan los
ojos. Pero le parece que su amiga está manipulando el dial y entra corriendo.
-¡Dejálo, boba! ¡No te das cuenta de que Rubén
Castillo está convocando a la manifestación!
Carolina escucha y contesta:
-¡Tenés razón! … pero vamos a apurarnos a comer, que
sino no vamos a llegar.
Y las dos mujeres se sientan en torno a la mesa de la
cocina, mientras Castillo por la radio repite una y otra vez los conmovedores
versos, que esta vez convocan a una manifestación.
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