El sitio de la Mulita (21)
Era atrás del horno el
agolpamiento, la detención de las sucesivas sombras y la bulla.
-¿Qué hay? ¿Qué hay?
-repitió al llegar, y estiró a medias los brazos para mostrar las manos con
armas.
-Yo estaba como un ser
aquí… -ya se hallaba explicando el Cuzco Overo, todavía con el machete
desenvainado. -Y siento unos golpecitos sordos… y me veo un cardo moviéndose…
-¿Cómo moviéndose? ¿A
ver, cómo es eso, muchacho? ¿Cuál cardo, cuál?
-¡Ese que ha quedado
ladiado! ¡Sí, mi Sargento, moviéndose! ¡Temblaba el cardo… se quedaba quietito
un momento… volvía a sacudirse…!
-¿Ahá?
-¡Ahá!
El soldado Cuzco Overoi
cabeceó con suficiencia. Y luego, adoptando un confidencioso aire paternal,
acentuado sobre su jefe, pero que se extendía sobre el marcial conjunto
suspenso, siguió:
-Yo calculé lo que era.
Chapé el machete, y me perfilé. Y en eso, ¿no se me levanta, amigo, la gramilla…?
-¿Cómo que se levantó la
gramilla? ¡A ver qué es eso, criatura!
La soldadesca estrechó
aun más el círculo de palpitaciones.
-¡Seguro! ¡Como que
empujaban desde abajo, con la cabeza! Y en cuanto ella quiso aparecer, le
afirmé un planchazo sin darme tiempo de ver quién era. ¿No ve?
Y señaló en el suelo un
pequeño boquete, a medias vuelto a cerrar. Ahora el círculo se desplazó, hizo
del agujero su centro, y quedó agachado.
El Cabo Pato, que en el
apuro sólo se había puesto las bombachas, y que estaba descalzo, echose a
tierra con la intención de mirar hacia adentro.
Dando un pisotón al
Soldado Gato Pajero y otro al Cabo Lobo quien, al intentar salvarse llevó al
Voluntario Terutero entre las firmes botas del Veterano Avestruz hecho pasmo,
-¡Atrás! -gritó el
Cimarrón, en un retroceso de dos pasos. ¿No ves que te van a dejar seco de un
balazo, por zonzo?
Como si se la hubieran
refregado con ortigas, el Pato retiró la cabeza. Y se incorporó más que ligero.
Una voz cascada atrajo la
atención. Menos pregunta directa que cavilación interrogante fue la del
veterano Avestruz.
-Pero, vamos a saber, ¿y
el cardo temblaba asunto de qué?
Comenzó el Cuzco Overo,
acercándose solícito al de la extrañeza:
-Sí, ¿sabés?, yo estaba…
como un ser aquí. Y de repente…
Cierta ansia nacida en el
pecho de la soldadesca ya los iba a estrechar en un haz de nuevo a todos cuando
la impaciencia del Sargento relajó la atención.
-¿Pero y ahora vamos a
tener el cuento hasta el día? ¡Soldado Pajero, usté se me pone de imaginaria en
este buraco! ¡Y que ninguno se me asome ni a la entrada del pasadizo ni aquí,
porque peligra que a boca de jarro le hagan fuego…!
-Y ahora que dice fuego -surgió
una voz aguda y con la fuerza de quien llega y anuncia a la familia que sacó la
grande -yo tengo una idea.
-¿Cuala?
-¿Cuala, a ver?
Todos se tornaron hacia
el Voluntario Terutero.
-¿Por qué no prendemos un
hojerío medio verdón en los dos lados de salida, y hacemos humo y se acaba de
una vez?
Algunos de los lentos en
pensar, cabecearon, aprobatorio; los otros, los de inteligencia ágil con penosa
inquietud miraron al Cimarrón, quien, por suerte, se revolvió como mordido. Un
momento contempló como para partirlo, al que hablara. Y mientras embarullado
buscaba algún argumento eficaz, tartamudeaba el Sargento en forma que hizo
errar a los milicos pues lo atribuyeron a la ira cuando, en realidad, era el
brusco reaparecer del sentimiento de piedad por los sitiados lo que perturbaba.
-¡Usté, Terutero, es
Voluntario… y no tiene voz! ¡Se me deja usté de ideas ahora mismito y… y no
grite que aquí ninguno es sordo!
La energía con que quería
hablar se le iba debilitando al Sargento. Y para rehacerse de un atisbo de
desfallecimiento, siguió:
-Usté, si quiere, cumpla
con el deber de venir aquí, que ha dicho que tiene aun siendo particular, y que
yo no se lo veo. Y si no, no lo cumpla al deber. Y nosotros cumplimos con el
militar nuestro.
Y en dudas de que la idea
del Terutero contara con cierta aprobación barbotó:
-¡Al primero que me venga
con ideas, lo mando de plantón toda la noche!
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