LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL HÉROE
(el problema del hombre interior o el alma) / 17
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De todo lo dicho se sigue
que el alma y todas las formas de representación estética de la vida interior
(el ritmo), así como las formas del mundo dado correlacionado estéticamente con
el alma, por principio no pueden ser formas de la autoexpresión pura, expresión
de uno mismo y de lo suyo, sino que aparecen como formas de actitud
hacia el otro y a su expresión propia. Todas las definiciones estéticamente
significativas transgreden la vida misma y la dación del mundo vivida desde su
interior, y sólo este carácter transgresivo fundamenta su fuerza e importancia
(así como la fuerza y la importancia del perdón y de la expiación de los
pecadores es creada por el hecho de que sea el otro quien los realiza; yo no
puedo perdonarme mis pecados, en tal caso y el perdón y la expiación carecerían
de valor); en caso contrario serían falsos y vacíos de contenido. La actividad
del autor que está por encima del ser es la condición necesaria para darle una
forma estética a la existencia. Para que el ser sea confiadamente pasivo, yo
debo ser activo; para que el ser sea ingenuo para mí, yo debo ver más que el
ser (y para obtener ese excedente valorativo de visión, yo debo ocupar una posición
fuera de un ser que se interpreta estéticamente). Yo debo ubicar mi acto creativo
fuera de las pretensiones a la belleza, con el fin de que el ser se me aparezca
como bello. La actividad creadora pura que emana de mí empieza allí donde
termina en mí cualquier existencia, donde se acaba en mí todo ser como tal.
Puesto que yo encuentro y comprendo algo como dado y determinado, en el mismo
acto de determinación me coloco yo por encima de este algo (y por lo tanto la
definición valorativa evalúa por encima de él); en esto consiste mi privilegio
arquitectónico: partiendo de mí mismo, encontrar un mundo fuera de mí. Por eso
yo soy el único que, estando fuera del ser, lo puede aceptar y concluir por
encima del sentido. Es el acto absolutamente productivo de mi participación.
Pero para ser realmente productivo y enriquecedor del ser, este acto debe estar
ubicado completamente por encima del ser. Yo debo abandonar valorativamente el
ser para que en él no quede nada verdaderamente valioso para mí; nada mío que
esté sujeto a la aceptación y conclusión estética; hay que limpiar todo el
campo del ser dado para el otro, hay que impulsar la actividad de uno hacia
adelante (para que no se desvíe hacia la propia persona de uno, en el sentido
de querer colocarse también dentro del campo de visión); sólo entonces el ser
aparecerá como algo necesitado, débil y frágil, como una criatura solitaria e
indefensa, pasiva y santamente ingenua. El ya-ser significa necesitar:
necesitar una afirmación desde el exterior, un cariño y protección desde fuera;
estar presente (externamente) significa ser femenino para la efectividad pura y
afirmativa del yo. Pero es necesario colocarse absolutamente fuera del
ser, para que este se revele frente a mí en toda su pasividad femenil.
El ser en su carácter existente, expreso, enunciado, ya se ha dado a mi actividad pura en la atmósfera de necesidad y vacío no completable por principio desde el interior de uno mismo, mediante sus fuerzas propias; y toda su actividad resulta ser pasiva para la mía; todas sus fronteras semánticas son dadas de una manera clara y palpable; y esta actividad de extraposición debe realizarse en la plena afirmación del ser por encima del sentido por el ser mismo, y en este acto la pasividad femenil y la ingenuidad del ser existente se tornan belleza. Si yo mismo, con toda mi actividad, caigo en el ser, en seguida se destruye su belleza expresada.
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