Por Javier Rada
PRIMERA ENTREGA
El sábado que viene, 14 de julio,
algo drástico debería suceder en cada corazón honrado. Los centenarios no son
nada más que congregaciones de días, excusas para colocarte una cinta en la
pechera y creer que el deber está cumplido, pero este centenario merece tener
altura pentecostal, porque el sábado se cumple un siglo del nacimiento
de Woody Guthrie, cantante de la
acción directa, voz de los manos sucias, cronista de los sin nada,
contradictorio, preso de una agitación emocional permanente, indomesticable
visualizador de la tierra reseca y el cielo espeso, hambriento de justicia,
archivista para la posteridad del elenco de traidores, déspotas, fascistas y
explotadores…
Una canción es lo
que está mal y cómo solucionarlo o / Quién está hambriento y dónde tiene la
boca o / Quién está desempleado y dónde está el trabajo o / Quién
está arruinado y dónde está el dinero o / Quién lleva una pistola y
dónde está la paz. Bajó el prisma dialéctico que adquirió por la
ciencia infusa de los caminos y sin pasar por la
contaminación universitaria, Guthrie supo ver que todo conflicto se
desarrolla entre dos polos: opresores y oprimidos. Se entregó a dar voz a los
segundos.
En el convencimiento de que casi nada
ha cambiado y que a los platillos de la balanza se les ha seguido añadiendo más
culpa que inocencia, resumimos la estancia sobre la tierra —con minúscula, por
favor, la de todos— de Woody Guthrie, “un hombre al que le daba igual
tener diez dólares o diez centavos en el bolsillo”, como le definió un
amigo, porque las finanzas no eran lo suyo y sabía que no nos han dejado caer
en mitad de la historia para practicar el ahorro según los criterios de los
bancos o la caridad recomendada desde los púlpitos, sino el desapego material.
Cuando culminó su corta vida (54
años) tenía más hacienda que el más secular de los caciques: varios miles de canciones (no hay un recuento oficial,
porque se tiene la certeza de que compuso muchas sin preocuparse por
registrarlas como suyas) y cuatro guitarras. Sobre cada uno de los
instrumentos, Woody había colocado una consigna que aún debería ser el santo y
seña que permita la entrada en el baile: This Machine Kills Fascists (Esta
máquina mata fascistas).
1. Como todos los
puros, rústico. Woodrow Wilson Woody Guthrie nació en el centro
geográfico del estado de Oklahoma (la etimología es exacta como una foto: okla humma significa gente
roja en muskogi, la lengua de los
pobladores primarios, los indios choctaw) el 14 de julio de 1912. En el árbol genealógico del niño, bautizado en honor al
político demócrata Woodrow Wilson (pronto
elegido presidente del país), hay antepasados cuyos nombres de pila también son
parte de la canción: Jeremiah, Aliza, Izadore…, filiaciones de
musicalidad matinal y olor a tizne. Contemplado en una street view virtual,
el pueblo natal, Okemah, todavía luce almacenes y calles que nacen para
perderse en las praderas. Cuando nació Woody, Okemah era un lugar joven,
fundado sólo diez años antes y bautizado en honor al Jefe Okemah, un
indio algonquino que creía que
todo, lo orgánico y lo inorgánico, tiene vida propia y está conectado. Los
blancos pagaron a los indios 50 dólares por cada acre de tierra (4.047 metros
cuadrados). Cada circunstancia de la vida de Woody está esperando una guitarra.
2. Nora, la madre,
era una mujer trágica. Padecía —aunque sin saberlo— la enfermedad deHuntington, una degeneración nerviosa hereditaria y mortal que puede conllevar actitudes
dementes y que en el pasado era conocida como baile de San Vito por
los movimientos incontrolados y espásticos que provoca. Nora tenía el ánimo
desvencijado y en los descensos era peligrosa: incendió la casa de la familia,
fue la responsable de un fuego accidental provocado por una estufa que mató a
su hija Clara en 1919 y en 1927 intentó quemar a su marido, Charley, que
resultó gravemente herido y tuvo que ser hospitalizado. Nora fue internada en
un manicomio y murió tres años más tarde. Woody heredó el cromosoma
causante de la enfermedad.
3. Charley, el
padre especulador de terrenos. Charley Guthrie era un hombre
industrioso y con buena mano para los negocios. Llegó a ser propietario de una
treintena de lotes de terreno en la zona de Okemah y se las arreglaba
para vivir de la compraventa y el chalaneo especulativo. Como es
habitual entre los de su especie y porque andaba sobrado de labia, quiso meter
baza en política, siempre desde el bando demócrata. Solía participar en la
organización de discursos al raso —los stomp speeches que se
celebraban bajo la sombra de un árbol—, a los que llevaba como compañía a
Woody. El niño era todos oídos.
4. El linchamiento
de negros. Los mítines políticos no eran los únicos encuentros en los que
participaba Charley Guthrie. El terrateniente demócrata había
participado en la multitud asesina que linchó, en mayo de 1911, a Laura Nelson, de 35 años, y su hijo Lawrence, de 15, granjeros negros
y pobres acusados de matar a un agente del sheriff. Los cuerpos fueron colgados de un puente cerca de Okemah.
Con el tiempo, el fanatismo de Charley se acentuó: no le bastaba con ser
un vigilante y entró
como hermano en un capítulo local de Klu Klux Klan. Woody
escribió una canción sobre el linchamiento en el que había
colaborado su padre: sostiene que la turbamulta también asesinó a un segundo
hijo de la mujer, un bebé.
5. Harmónica en el
bolsillo. Woody no tenía demasiado interés en la educación que le querían transmitir
en las aulas. Iba a clase con la harmónica en el bolsillo, hacía novillos cada
vez que podía y en clase era el payaso, siempre dispuesto a montarla con tal de
provocar unas carcajadas e interrumpir a los latosos docentes. Era demasiado
bajo (medía 1,65 metros de adulto) y enclenque para jugar al fútbol americano o
el baloncesto, pero iba a los partidos, ayudaba con el utillaje y ligaba con
las chicas. Desde pequeño hacía trabajillos a cambio de unas monedas: repartía
periódicos, lustraba zapatos, limpiaba sótanos, recogía utensilios que nadie
quería e intentaba venderlos… También bailaba, cantaba y tocaba la
harmónica en la calle mayor de Okemah. No tenía más remedio que
buscarse la vida porque su padre, cuyos negocios de terrenos habían quebrado,
se había largado a Pampa, en Texas, donde
el boom del petróleo prometía
oportunidades. Charley se llevó con él a los dos hijos pequeños, Mary Jo y
George, pero dejó en Okemah a los mayores, Woody y Roy. “Tenéis edad para vivir
por vosotros mismos”, les dijo.
6. Gorki y la
Biblia en la pampa. “Tres grandes catástrofes azotaron las llanuras del norte de Texas
en 1929: las tormentas de arena, la Depresión y yo”, escribiría Woody en la
autobiografía de 1934 Bound for Glory [hay traducción
española: Rumbo a la gloria, Global Rhythm Press, 25 euros]. Su padre
le mandó llamar para que se trasladase a Pampa, un pueblo bautizado no por
casualidad en honor a la región homónima argentina: 360 grados de horizonte sin un solo
alivio para los ojos, y Woody —que tenía 17 años— se puso a hacer todo lo que
le encargaban: servía leche merengada en una fuente de soda, se encargaba del
mantenimiento de un caserón-patera para braceros, aceptaba trabajos como pintor
de brocha gorda, limpiaba coches, traficaba con alcohol casero… Vivía en la
zona pobre de la ciudad, Little Juárez, donde abundaban los sin
futuro que vagaban en busca de un bocado. Su humor se escindía entre la
actividad frenética de los días buenos y la soledad huraña de los malos. Cuando
la sombra le embargaba iba a la biblioteca pública a leer —sus libros favoritos
eran La Madre [PDF], de Gorki, y la Biblia— o se
quedaba en su cuchitril, fumando un cigarrillo de liar tras otro —siempre de la
marca Bull Durham— y dibujandocaricaturas o acuarelas. También hizo cursos por
correspondencia sobre conocimientos básicos de leyes, medicina, religión y literatura.
Lo quería saber todo pero tenía prisa y, como si supiera que los bocados han de
ser rápidos cuando tienes poco tiempo por delante, no quería ahondar en ningún
discutible conocimiento que estuviese encerrado en un papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario