UN IMPERATIVO ESTÉTICO Y MORAL: LA CREACIÓN DE LA NOVELA
URBANA
CAPÍTULO PRIMERO
MODERNIDAD Y TEMÁTICA URBANA (3)
Observemos atentamente,
en cambio, la trayectoria individual de algunos personajes como Jorge Malabia,
Larsen o Aránzuru, los tres investidos de una función relevante en el universo
del novelista uruguayo. Jorge Malabia, el joven héroe de Para una tumba sin
nombre cuya acción nos transporta de Santa María a Buenos Aires, resurge,
algunos años más tarde, en una historia que tiene por escenario a Santa María.
En cuanto a Larsen, aparece por primera vez en la obra de Juan Carlos Onetti en
1941, en Tierra de nadie, cuya acción se desenvuelve con total evidencia
en la capital argentina. Este personaje que ocupa indiscutiblemente un lugar de
primer orden dentro de la producción onettiana, y que para muchos es de alguna
manera su imagen emblemática (17), se transforma algunos años más tarde en el
eje de las grandes novelas. Lo reencontramos entonces en Juntacadáveres y
en El astillero cuya acción tiene lugar, una vez más, en Santa María.
Aquí también es donde viene a parar inesperadamente Aránzuru (18), ese evadido
de Buenos Aires, después de múltiples experiencias existenciales rematadas
invariablemente por el fracaso. Incluso Frieda, el enigmático y desconcertante
personaje femenino de Justo el 31, que confiesa tener también raíces
“sanmarianas”, vive en Lavanda luego de haber sido expulsada de Santa María por
su propia familia, cansada de su inconducta.
Podríamos multiplicar los
ejemplos de este tipo. Pero tomaremos sin embargo uno solo, el más
esclarecedor, el más contundente de todos: aquel que nos ofrece La vida
breve, donde se imbrican, a lo largo de toda la novela, dos espacios de
diferente naturaleza: el espacio urbano onettiano, presentado como “real”,
directamente explorable y que se supone nos remite a Buenos Aires y aquel,
ficticio, de una Santa María inventada enteramente por las múltiples
frustraciones y la imaginación prolífica de Brausen, el personaje principal,
pero cuyo origen “real” está no obstante sugerido en el transcurso del capítulo
2 de la primera parte (19). Al término de este rápido análisis, nos es forzoso
comprobar que la separación estanca que algunos han creído poder establecer
entre el mundo de la ciudad (Buenos Aires, Montevideo o Lavanda) y el de Santa
María denota cierta arbitrariedad. Estos dos ámbitos privilegiados de la
ficción onettiana mantienen entre ellos una relación estrechamente
complementaria, regida por una dialéctica afectiva cuya elucidación nos llevará
derecho al corazón de la problemática de la búsqueda de la identidad.
Notas
(17) Cf. el juicio de
Jorge Ruffinelli al respecto. ‘Larsen, uno de los principales personajes de
Onetti, es una figura caracterizadora de su universo narrativo, que ha
terminado por nutrirse de los rasgos de una obra hasta representarla como el
portavoz más legítimo. El pesimismo, la rebeldía absurda, el afán de
perfección, la búsqueda de una utopía, todo lo que parece caracterizar la
‘literatura’ de Onetti, está reunido en una sola imagen: Larsen. Larsen es la
literatura de Onetti más que otros personajes, y por eso importa determinar su
forma, su carácter, su representatividad. (“Notas sobre Larsen”, ibid., p. 101)
(18) Cf. el capítulo
Santa María IV de El astillero, pág. 112, donde son evocados los
frustrados tratos entre Petrus y los herederos de Latorre en presencia de un misterioso
profesor que no es otro que el personaje
de Tierra de nadie: “Pero justamente cuando los nietos del prócer
después de conocer, divertidos o asqueados, la capacidad de Petrus para desear,
envolver, olvidar desprecios, regatear y exponer el final de cada entrevista,
con su voz pastosa y suave, con su cara de otro siglo, la síntesis implacable
de lo que había sido discutido y despreocupadamente aceptado, sacudieron
lánguidos las cabezas para decir que sí, se resolvió, a espaldas del destino,
declarar monumento histórico el palacio de Latorre, comprarlo para la nación y
dar un sueldo a un profesor suplente de historia nacional para que lo habitara
e hiciera llegar informes regulares sobre goteras, yuyos amenazantes y la
relación entre las mareas y la solidez de los cimientos. El profesor se
llamaba, aunque por ahora no importa, Aránzuru. Decían que fue abogado y que ya
no lo era.
(19) La vida breve,
capítulo 2, p. 18: “Estaba, un poco enloquecido, jugando con la ampolla,
sintiendo mi necesidad creciente de imaginar y acercarme a un borroso médico de
cuarenta años, hablarle lacónico y desesperanzado de una pequeña ciudad
colocada entre un río y una colonia de labradores suizos, Santa María, porque
yo había sido feliz allí, años antes, durante veinticuatro horas y sin motivo”.
(El subrayado es nuestro.)
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