miércoles

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (92)


El sitio de la Mulita (17)


Reponiéndose de su sofocación, abierta y apoyada contra la pared la tapa de un antiquísimo arcón, se asomó dentro. A pesar de sus preocupaciones, quedó asombrado ante lo que aparecía a sus ojos… y lo que seguía apareciendo en cuanto allí se revolvía un poco. Meció la luz de un lado a otro. Había blancas y coloradas golillas de seda, había engastados yesqueros, había espuelas con alzaprimas de plata y oro, había relojes y cadenas enchapadas y macizas que rutilaron, había varios puñales, había dos facones como estoques… Y debajo de esas prendas, una pistola de dos caños también había. Todo lo que en la pulpería el gauchaje dejara en caución cuando se pasaba en la jugada o en el mostrador, yacía dentro del arcón inexorable, con mucha prolijidad acomodado.


El Aperiá mantuvo un momento la contemplación, embelesado con tanta cosa linda como no había visto nunca junta y como no vería nunca más, ya. Pero en seguida vuelto a la dura realidad, pasó el candil a la joven, retiró la pistola, se cercioró de que estaba cargada, y se la atravesó por delante. Luego, buscó entre los de más abajo hasta dar con un saquito con balas, que con rapidez distribuyó en los bolsillos del tirador y de la chaqueta; abandonó entre las prendas su cuchillito cabo de guampa a cambio de una daga de excelente hoja. Pensó sacar un puñalcito de plata y otro para la Mulita; pero al instante desistió, meneando compungido la cabeza.


-Siempre es bueno… Para el viaje ¿sabe? -enteró al bajar la pesada tapa del cedro, deseoso de que la que detrás de él lo estaba mirando fijo, por nada del mundo fuera a sospechar que había que admitir la posibilidad de una pelea -y si había pelea era sin salvación- porque ¿qué podrían hacer ellos dos solos contra tantos? en cuanto hiciera pie fuera del túnel.


¡Qué silencio, ahora, tan tenso! Convertía en ruido el respirar de la Mulita, encima y detrás del Aperiá, que se incorporaba y le dio el frente y quedó sin habla al verla. Estaba rígida, la Mulita; rígida, los ojos dilatados y con un brillo en ellos más que el de la fiebre; el brazo insistentemente alzado porque, sin necesidad ya, mantenía siempre el candil en alto. La luz de este, ahora, dio de lleno, también, y de cerca, en los ojos del Aperiá. Mas estos parpadearon como para sacárselo de encima. Y a través de su aleteo y el encandilamiento, él percibió más fijos y más dilatados aun aquellos dos vidrios en la cara de su compañera.


Al Aperiá también lo invadió la angustia. Pero sacó energías de la piedad que le provocaba el susto que tenía enfrente.


-¡No esté parada! Deje ya el candil. Siéntese un rato, para descansar bien… -Y agregó, sonriendo apenas, con un gran esfuerzo- …sientesé, que luego hemos de darle duro al talón.


Retirándole el candil de la mano hecha goma, la tomó por el hombro, la condujo hacia su asiento, la ayudó a sentarse. Pero no logró que, aunque más no fuese, un leve parpadeo diera vida a aquellos ojos que nada miraban, como si su propia luz les pusiera barrera.


-¡Sí -pensaba el Aperiá -demasiado ha aguantado! ¡Está que no da más…! ¡Y pensar que ahora viene la más fea!


Alzó la tapa de la caldera para ver si había agua suficiente. Callado, después de arreglar con lenta prolijidad el fuego, se puso a aprontar un amargo. Quería distraer a la Mulita con sus movimientos y sin la perturbación de sus palabras, pues él no sabía decirle ahora que, como a la espera de algún gran ocurrir, parecía haberse detenido el tiempo, empecinado en no seguir su marcha mientras eso, el tal acontecimiento, no fuera.


-¡Y pensar… la madeja que se ha tejido para hacerla desaparecer; todas las fuerzas que han agolpado para esta debilidá!


Como de hierro seguían aquellos párpados: hierro que engarzara en su fijo círculo dos manchas de luz ciega, inmóvil, malamente dura.


En el momento de disponerse a llenar el mate, el Aperiá volvió a mirar a la Mulita. Achicándose de congoja, vio cómo dos gruesas lágrimas pendían un momento y rodaban sin ser enjuagadas. Entonces él se tornó para no ser advertido. Y con premura sacó su pañuelito.

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