PRÓLOGO
Hay experiencias sobre las que la mayoría de las personas no se atreve a
hablar, porque no caben en la realidad cotidiana y se sustraen a una
explicación racional. No nos estamos refiriendo a acontecimientos especiales
del mundo exterior, sino a procesos de nuestro interior, que en general se
menosprecian como meras ilusiones y se desplazan de la memoria. La imagen
familiar del entorno sufre una súbita transformación extraña, feliz o
aterradora, aparece bajo una luz diferente, adquiere un significado especial.
Una experiencia de esa índole puede rozarnos apenas, como una brisa, o
grabársenos profundamente.
De mi niñez conservo en la memoria con especial vivacidad uno de estos
encantamientos. Era una mañana de mayo. Ya no recuerdo el año, pero puedo
indicar exactamente en qué sitio del camino del bosque del monte Martín al
norte de Baden (Suiza) se produjo. Paseaba yo por el bosque reverdecido, y el
sol de la mañana se filtraba por entre las copas de los árboles. Los pájaros
llenaban el aire con sus cantos. De pronto, todo se apareció en una luz
desacostumbradamente clara. ¿Era que jamás había mirado bien, y estaba viendo
sólo ahora el bosque primaveral tal como era en realidad? El paisaje
resplandecía con una belleza que llegaba al alma de un modo muy particular,
elocuente, como si quisiera incluirme en su hermosura. Atravesome una
indescriptible sensación de felicidad, pertenencia y dichosa seguridad.
No sé cuánto tiempo duró el hechizo, pero recuerdo los pensamientos que me
ocuparon cuando el estado de transfiguración fue cediendo lentamente y continué
caminando. ¿Por qué no se prolongaba el instante de la dicha, si había revelado
una realidad convincente a través de una experiencia inmediata y profunda? Mi
alegría desbordante me impulsaba a comunicarle a alguien mi experiencia, pero
¿cómo podría hacerlo, si sentí de inmediato que no hallaba palabras para lo que
había observado? Me parecía rato que, siendo niño, hubiera visto algo tan
maravilloso que los mayores evidentemente no percibían, pues jamás se los había
oído mencionar.
En mi niñez tuve posteriormente algunas más de tales experiencias felices
durante mis caminatas por bosques y praderas. Ellas fueron las que determinaron
mi concepto del mundo en sus rasgos fundamentales, al darme la certeza de que
existe una realidad oculta a la mirada cotidiana, insondable y llena de vida.
En aquel tiempo me preguntaba a menudo si tal vez más adelante, cuando fuera un
adulto, sería capaz de transmitirles a otras personas, y si podría representar
lo observado como poeta o como pintor. Pero no sentía vocación por la poesía o
la pintura, y por tanto me parecía que acabaría guardando aquellas experiencias
que tanto habían significado para mí.
De modo inesperado, pero seguramente no casual, sólo en la mitad de mi vida
se dio una conexión entre mi actividad profesional y la observación visionaria
de mi niñez.
Quería obtener una comprensión de la estructura y la naturaleza de la
materia: por eso estudié química. Dado que ya desde mi niñez me había sentido
estrechamente vinculado al mundo de las plantas, elegí como campo de actividad
la investigación de las sustancias contenidas en las plantas medicinales. Allí
me encontré con sustancias psicoactivas, generadoras de alucinaciones, y que en
determinadas condiciones pueden provocar estados visionarios parecidos a las
experiencias espontáneas antes descritas. La más importante de estas sustancias
alucinógenas se ha hecho famosa con el nombre de LSD. Algunos alucinógenos
ingresaron, como sustancias activas de interés científico, a la investigación
médica, la biología y la psiquiatría, y alcanzaron también una amplia difusión
en la escena de las drogas, sobre todo el LSD.
Al estudiar la bibliografía conectada con estos trabajos, llegué a conocer
la gran importancia general de la contemplación visionaria. Ocupa un lugar
importante, no sólo en la historia de las religiones y en la mística, sino
también en el proceso creador del arte, la literatura y la ciencia.
Investigaciones recientes han demostrado que muchas personas suelen tener
experiencias visionarias en la vida cotidiana, pero que generalmente no
reconocen su sentido ni valor. Experiencias místicas como las que tuve en mi
infancia no parecen ser nada extrañas.
El conocimiento visionario de una realidad más profunda y abarcadora que la
que corresponde a nuestra conciencia racional cotidiana hoy día se persigue por
diversas vías, y no sólo por parte de adherentes a corrientes religiosas
orientales, sino también por representantes de la psiquiatría tradicional, que
incluyen este tipo de experiencia totalizadora como elemento curativo
fundamental en su terapia.
Comparto la opinión de muchos contemporáneos de que la crisis espiritual en
todos los ámbitos de vida de nuestro mundo industrial occidental sólo podrá
superarse si sustituimos el concepto materialista en el que están divorciados
el hombre y su medio, por la conciencia de una realidad totalizadora que
incluya también el yo que la percibe, y en la que el hombre reconozca que él,
la naturaleza viva y toda la creación forman una unidad.
Por consiguiente, todos los medios y vías que puedan contribuir a una
modificación tan fundamental de la experiencia de la realidad merecen una
consideración seria. A estas vías pertenecen, en primer lugar, los diversos
métodos de la meditación en el marco religioso o secular cuyo objetivo sea
inducir una experiencia mística totalizadora y generar así una conciencia
profundizada de la realidad. Otro camino importante, aunque todavía discutido,
es la utilización de los psicofármacos alucinógenos que modifican la
conciencia. El LSD, por ejemplo, puede servir de recurso psicoanalítico y
psicoterapéutico para que el paciente adquiera conciencia de sus problemas en
su verdadera significación.
A diferencia de las experiencias visionarias espontáneas, al provocar
planificadamente experiencias místicas totalizadoras, sobre todo mediante LSD y
otros alucinógenos derivados, conlleva peligros que no debemos subestimar, si
no se tiene en cuenta el efecto específico que producen estas sustancias que
pueden influir en la esencia más íntima del ser humano. La historia del LSD
hasta nuestros días muestra de sobra qué consecuencias catastróficas puede
tener su uso cuando se menosprecia sus efectos profundos y se confunde esta
sustancia activa con un estimulante. Es necesaria una preparación especial,
interior y exterior, para que un ensayo con LSD se convierta en una experiencia
razonable. La aplicación equivocada y abusiva han convertido para mí, el LSD en
el hijo de mis desvelos.
En este libro quiero dar un cuadro detallado del LSD, de su origen, sus
efectos y posibilidades de aplicación, y alertar sobre los peligros que entraña
un empleo que no tome en cuenta los efectos tan singulares de esta sustancia.
Creo que si se lograra aprovechar mejor, en la práctica médica y en conexión
con la meditación, la capacidad del LSD para provocar, en condiciones
adecuadas, experiencias visionarias, podría transformare de niño terrible en
niño prodigioso.
Título original: LSD – Mein Sorgenkind
Ernst Klett, Stuttgart, 1979
Traducido por Roberto Bein
Editorial Gedisa, Barcelona, 1980 / Segunda edición, 1991
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