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SUSAN SARANDON: UNA ACTRIZ DE CARÁCTER


Su carrera empezó por casualidad, cuando acompañó a su primer esposo, Chris Sarandon –el único, porque con Tim Robbins, su pareja de 21 años, no se casó–, a una audición. A él no le dieron el rol que buscaba, ella se ganó su primer papel: Melissa Compton en Joe.

Jamás ha tomado una clase de actuación, pero ha estado nominada a diferentes premios en más de 60 ocasiones, y en 1996 se llevó el Óscar a mejor actriz por su papel de la hermana Helen en Dead Man Walking, un proyecto propio, con guion de Robbins y basado en el libro del mismo nombre.

A los 29 fue Janet Weiss en The Rocky Horror Picture Show y se convirtió en un ícono cuando entró en escena vestida de blanco en una de las películas de culto más famosas de la historia. (No es exageración: desde 1975 esta película ha estado en cartelera o presentándose sobre las tablas). A los 45 fue Louise, en Thelma and Louise, y se convirtió en un ícono para las mujeres de los noventa.

De familia mitad italiana, mitad galesa, fue criada como católica empedernida, a tal punto que se casó con el hombre con el que perdió su virginidad a los 21 años, dice en broma. Tiene tres hijos: Eva, actriz, de su relación con Franco Amurri, un cineasta italiano, y Jack Henry y Miles Guthrie, ambos de su relación con Tim Robbins. Tiene dos cuentas de Twitter: una personal y profesional y otra en la que Miss Penny Lane, su perrita, tuitea cosas de su vida. Tiene varios tatuajes, pero con más frecuencia se refiere al de su muñeca: una cinta que en caligrafía muy fina escribe “AND”, un acrónimo para “A New Dawn, A New Day” (Un nuevo amanecer, un nuevo día), la letra de la canción “Feeling Good”, de Nina Simone, que, dice ella, le recuerda que todos los días se puede comenzar de nuevo. Ha ido dos veces al festival Burning Man, en California, en donde nadie la reconoce, está en contacto con la naturaleza y se siente libre para fumar marihuana sin que la juzguen.

Además de actuar está detrás de una cadena de bares que tienen como atracción principal varias mesas de ping-pong y ha dedicado su vida al activismo político: en este momento apoya ferozmente al candidato republicano Bernie Sanders y divide su tiempo entre su casa en Nueva York y sus viajes a Europa para ayudar de primera mano a los refugiados de Siria.

A sus 70 años –que no se le notan en lo más mínimo– estuvo en Colombia para el homenaje que le rindió el Festival de Cine de Cartagena.

El cambio es una constante en su vida, ¿cómo ve su evolución?

Escoges los papeles según lo que te ofrezcan, pero, por ejemplo, Dead Man Walking fue un libro que encontré y desarrollé. Siempre me he visto como una actriz de carácter, es por eso por lo que desde el principio de mi carrera he escogido roles que reflejen esa idea. Pero trato de no repetirme y de buscar variedad. A medida que he envejecido he conseguido papeles de madre, ahora hago papeles más fuertes y menos románticos. Podría haber empezado como una joven ingenua a los 20 años y seguir siéndolo por un tiempo. Muchas de las mujeres que comenzaron conmigo ya no están actuando y es por esa razón.

¿Ser actriz de carácter no reduce las posibilidades de encontrar roles?

Hay actores que son carismáticos y hacen de sí mismos una y otra vez, incluso les pagan más que a los actores de carácter, que no están interesados en repetirse. Pero si quieres ser la misma persona todo el tiempo, mejor consigue trabajo como ortodontista. Para mí no es una opción, necesito ser siempre diferente.

¿Qué historias le interesan?

Veo todas las películas como historias de amor. No importa quién sea el protagonista o cómo sea la historia, me interesan las historias en las que hay una conexión y creo que la gente que busca apoyo, la que se muestra vulnerable, es la más valiente. Nuestro trabajo como narradores es contar las historias de individuos que están en circunstancias que no hemos vivido. No tiene que ser Dead Man Walking, puede ser El Profesor Chiflado, de Eddie Murphy, que es la película extremadamente política, en la que estamos haciendo fuerza para que la chica se quede con el gordo, con el que nos identificamos, mientras que el guapo es un idiota. Eso es político. Cada película te da la oportunidad de ver el otro lado de la moneda, de ver por las rendijas de una cultura que no conoces.

¿Recibe mensajes de sus admiradores?

De todo. Algunos mencionan todas las películas, otros hablan de una particular que influyó su vida. Por ejemplo, luego de The Client recibí mensajes de personas que ingresaron a alcohólicos anónimos. Mi personaje sí estaba en A. A., pero nunca me imaginé que tuviera esa influencia. He recibido mensajes de personas que en el lema de The Rocky Horror Picture Show –”No lo sueñes, vívelo”- han encontrado la fuerza para ser ellos mismos, incluso en contextos adversos. También recibí muchas cartas luego de The Rocky Horror Picture Show de padres de familia que tenían hijos que se habían ido a la universidad y que lo único que querían llevar eran sus disfraces. Ellos querían que yo los detuviera o no les darían más dinero. Pero no lo hice.

La última ceremonia de la entrega de los Premios Óscar fue extremadamente política. En 1993 usted usó su discurso como ganadora del Óscar para hablar de Haití y se metió en problemas. ¿Cree que Hollywood se está encaminando a lo político?

No creo que Hollywood haya cambiado. No creo que sea político. Creo que hay algunas personas que han decidido usar sus voces para defender ciertas causas, como el medioambiente. Me alegra que Leonardo DiCaprio haya dicho que no debíamos apoyar a un candidato que apruebe el fracking, pero igual él no está con Bernie Sanders, que es el único candidato que no ha recibido dineros de los grupos que hacen fracking. Entonces sí, creo que hemos mejorado, pero no creo que Hollywood sea político. Hollywood quiere ganar dinero haciendo películas. Lo que debemos hacer ahora es encontrar la manera de realizar historias que den voz a temas interesantes, que no muestren solo explosiones y veinteañeros.

¿A quiénes ha dado voz en sus películas?

Luego de hacer Dead Man Walking, la historia de la hermana Helen ha seguido su camino en diversas formas: como obras de teatro, ha sido usada como herramienta de enseñanza. No ofrecíamos respuestas sobre el tema de la pena de muerte, pero sí pusimos sobre la mesa una conversación que era determinante. La gente tiene opiniones muy fuertes sobre la pena de muerte –ya sea a favor o en contra–, pero generalmente no tienen información al respecto. Era importante que ambos lados conocieran el punto de vista de las víctimas de las ejecuciones y de sus familias. Sigue siendo tema importante ahora que nos estamos dando cuenta de todas las fallas del sistema penal.

El pasado Festival de Cine de Cartagena le rindió un homenaje por su carrera artística, ¿se siente icónica?

Me he podido conectar a través de mis películas con muchas personas diferentes y por diversas razones. Soy muy afortunada. Me siento honrada. A veces creo que llegué a que me llamaran icónica solo por haber sobrevivido tanto tiempo. A veces me siento como Zelig, el personaje de Woody Allen.

¿Los Ángeles o Nueva York?

Nueva York. Hice todo para que mis hijos crecieran allá, para que pudieran experimentar vivir rodeados de personas diferentes, de todas las razas, de todas las clases sociales. Cada vez que sales por la puerta en Nueva York te encuentras con algo desconocido. Para encontrarte con alguien en Los Ángeles tienes que atropellarlo con el auto.

¿Cine o teatro?

Siempre he dicho que la diferencia entre el cine y el teatro es la misma diferencia entre masturbarse o hacer el amor: en el cine solo te relacionas con la cámara y tienes que tener un momento en que todo salga bien, en el teatro tienes una relación con el público, que ve todo lo que haces. Las películas son un puñado de momentos en los que no importa si estás construyendo un personaje porque el editor seguramente hará lo que le plazca con eso.

(BOCAS / 9-9-2016)

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