EL TEATRO INMEDIATO (12)
El intérprete
verdaderamente creador llega al estreno con un pánico distinto y más acusado.
Durante los ensayos ha explorado aspectos de un personaje y dichos aspectos
siempre le parecen parciales; la honestidad de su búsqueda le obliga a un
constante rechazo y vuelta a empezar. Este actor se halla siempre sumamente
dispuesto a descartar en el último ensayo su labor previa, ya que, ante la proximidad
del estreno, su creación se ilumina y comprende su lastimosa insuficiencia.
Anhela también agarrarse a todo lo que encuentra, a toda costa desea evitar el
trauma de presentarse ante el público sin defensa y desprevenido; sin embargo,
eso es exactamente lo que debe hacer. Ha de destruir y abandonar sus resultados
incluso si lo que va aprendiendo parece casi lo mismo. Esto resulta más fácil a
los actores franceses que a los ingleses, ya que por temperamento están más
abiertos a la idea de que nada vale nada. Y esta es la única manera de que un
papel nazca en lugar de construirlo. El que ha sido construido es el
mismo todas las noches, claro está que lentamente erosionado. El papel que ha
nacido para ser el mismo hay que hacerlo renacer continuamente, lo que le hace
siempre distinto. Cierto es que a la larga el diario esfuerzo de recreación se
hace insoportable, momento en que el artista creador y experimentado ha de
recurrir a un segundo nivel llamado técnica que le mantendrá hasta el final.
En cierta ocasión trabajé
con este actor detallista llamado Alfred Lunt. En el primer acto tenía una
escena sentado en un banco. Durante el ensayo sugirió quitarse un zapato y
frotarse el pie. Luego lo sacudió para vaciarlo antes de ponérselo de nuevo.
Cierta noche en Boston, durante nuestra gira, pasé ante su camerino. La puerta
estaba entreabierta y, al verme, me hizo señas para que entrara. Cerró la
puerta y me pidió que me sentara. “Siempre que usted esté de acuerdo, me
gustaría hacer una prueba esta noche. Por la tarde he dado un paseo por Boston
Common y he encontrado esto”. Abrió la mano y me mostró dos piedrecitas. “Me
preocupa que en la escena en que sacudo el zapato no caiga nada. He pensado
poner las piedrecitas. El público las verá caer y oirá el ruido que producen
contra el suelo. ¿Qué le parece?”. Le dije que era una excelente idea y su cara
se iluminó. Observó complacido las dos piedrecitas, me miró y de repente su
expresión cambió. Observó de nuevo las piedrecitas con ansiedad. “¿No cree que
será mejor poner una sola?”.
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