AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA
(20)
LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL
HÉROE
(el problema del hombre
interior o el alma) / 9
Ahora podemos desarrollar
más detalladamente la idea expuesta anteriormente acerca de la diferencia
esencial que existe entre mi tiempo y el tiempo de otro. En relación conmigo
mismo, yo vivo el tiempo de un modo extraestético. La dación inmediata de los
sentidos, fuera de los cuales nada puede ser activamente comprendido como algo mío,
hace imposible una positiva conclusión valorativa de la temporalidad. En una
vivencia propia real, el sentido extratemporal no es indiferente con respecto
al tiempo, sino que se le opone como un futuro semántico, como aquello que debe
ser, en oposición a lo que ya es. Toda temporalidad y duración se opone al
sentido como algo aun no realizado, como algo aun no concluido, como
algo que aun no está completo: sólo de esta manera puede ser vivida la
temporalidad, la dación del ser frente al sentido. Ya no hay nada que hacer, ni
se puede vivir con la conciencia de la conclusión temporal completa; no puede
haber ninguna actitud valorativa con respecto a una vida ya terminada de uno;
desde luego, esta conciencia puede existir en el alma (conciencia de la
conclusión), pero esta conciencia no organiza la vida; al contrario, su
carácter de vivencia real (enfoque,
valor) encuentra su actividad, su palpabilidad de una predeterminación forzosamente
opuesta, porque sólo esta organiza la realización interna de la vida (convierte
una posibilidad en una realidad). Este futuro semántico absoluto es lo que se
me opone valorativamente a mí y a mi temporalidad (a todo lo que ya existe en
mí), no en el sentido de prolongación temporal de una misma vida, sino
como una constante posibilidad y necesidad de transformarla formalmente,
de atribuirle un nuevo sentido (la última palabra de la conciencia).
El futuro semántico es
hostil al presente y al pasado en tanto que espacios carentes de sentido, así
como una tarea es hostil a un incumplimiento, como el deber ser es hostil al ser,
como la expiación es hostil al pecado. Ni un solo momento de la ya-existencia
para mí mismo puede ser autosuficiente, una vez justificado, mi justificación
siempre está en el futuro; esta justificación que se me opone eternamente
cancela, para mí, mi pasado y mi presente en su pretensión de ser siempre y
esencialmente yo, de agotar mi definición en el ser (la pretensión que tiene mi
dación de proclamarse como una totalidad, la pretensión usurpadora de la
dación). La realización futura no aparece para mí mismo como una continuación
orgánica, como un crecimiento de mi pasado y presente, como su clímax, sino
como una cancelación; así como la bienaventuranza donada no es un crecimiento
orgánico de la naturaleza pecaminosa del hombre. En el otro está el
perfeccionamiento (categoría estética); en mí, un nuevo nacimiento. Yo en mí
mismo siempre vivo teniendo presente la absoluta exigencia o tarea, y no hay una
aproximación gradual, parcial, relativa, hacia la última. La exigencia de vivir
como si cada momento de la vida de uno pudiese resultar también el momento
conclusivo, último, y al mismo tiempo, el momento inicial de una nueva vida, es
para mí irrealizable por principio, puesto que en ella aun está viva la
categoría estética (actitud hacia el otro), aunque en forma debilitada. Para mi
persona, ni un solo momento puede ser autosuficiente hasta tal punto que
pudiese evaluarse como la conclusión justificada de toda una vida y como un
digno inicio de otra. Además, ¿en qué plano valorativo podrían encontrarse este
inicio y esta conclusión? Esta misma exigencia, al ser reconocida por mí, en
seguida se convierte en una tarea fundamentalmente inalcanzable; desde ese
ángulo yo siempre padecería una necesidad absoluta. Para mí mismo sólo es
posible la historia de mi caída, pero es por principio imposible la historia de
mi encumbramiento. El mundo de mi futuro semántico es hostil al mundo de mi
pasado y presente. En todo acto mío, en todo hecho interno y externo, en el
acto-sentimiento, en el acto cognoscitivo, mi futuro se impone como un sentido
puro y mueve mi acto, pero jamás se realiza en este para mí mismo, siendo
siempre una pura exigencia con respecto a mi temporalidad, historicidad,
limitación.
Puesto que no se trata
del valor de la vida para mí, sino de mi valor propio, no para otros, sino para
mí, yo ubico este valor en el futuro semántico. Jamás mi reflejo propio llega a
ser realista, y no conozco forma alguna de la dación para conmigo mismo: la
forma de la dación distorsiona radicalmente el cuadro de mi ser interior. Yo,
dentro de mi propio sentido y valor para mí, estoy arrojado al mundo con un
sentido infinitamente exigente. Apenas trato de definirme para mí mismo (no
para el otro a partir del otro), me hallo a mí únicamente en un mundo
planteado, fuera de mi existencia temporal, me encuentro como algo por venir en
su sentido y valor; y en el tiempo (si nos abstraemos por completo de lo
planteado yo sólo encuentro una orientación dispersa, un deseo y aspiración no
cumplidos: membra disjecta de mi posible totalidad; pero aun no existe en
el ser aquello que los podría unir, llenar de vida y darles forma: no existe el
alma, mi verdadero yo-para-mí; este yo está planteado y está por
realizarse. Mi definición de mi persona no me da (o se me da como tarea, como
una dación planteada) en las categorías del ser temporal sino en las de un aun-no-ser,
en las categorías de finalidad y sentido, en un futuro semántico hostil a toda
existencia mía en el pasado y presente. El ser para uno mismo significa además
ir delante de uno mismo (el dejar de adelantarse a uno mismo, el resultar ya
concluido, significa morir espiritualmente).
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