En la siguiente entrevista del 27 de marzo de 2018, Boff explica que “la
Resurrección es la concreción de la utopía predicada por Jesús, el Reino de
Dios que implica la superación de morir y de la muerte”. Pero ¿cómo
comprenderlo dejando de lado pruebas (científicas) concretas? Es ahí donde,
según el teólogo, se inscribe como alternativa la narrativa mítica. “El mejor
camino es elaborar narrativas y proyectar mitos que, en el sentido moderno del
término, son un medio de expresar lo indecible. El mito no inventa el hecho, le
da una forma para que podamos comprenderlo”, explica.
¿En qué medida la Modernidad perturba el entendimiento pleno del
concepto de Resurrección?
No veo que la Modernidad tenga interés en el tema de la Resurrección, no
los autores que conozco. Sí se preocupan por el tema de la muerte. Por otro
lado, si tenemos un concepto más profundo del ser humano, ahí sí apunta el tema
de la Resurrección. Si aceptamos que el ser humano es un proyecto infinito y
está devorado por un deseo que no conoce límites, como Aristóteles y Freud
reconocieron, ahí se plantea la pregunta: ¿cuál es el objeto adecuado a su
impulso infinito y al oscuro objeto de su deseo infinito?
Sólo un infinito sacia nuestra sed de infinito, sólo una vida que es
eterna hace descansar el deseo. Es la famosa experiencia agustiniana del “cor
inquietum” que sólo descansa cuando encuentra a Dios. El sentido de la vida es
más vida, es la plenitud de la vida. Es lo que los cristianos llamamos
Resurrección.
¿En qué consiste el “resucitar” según la Teología y la Antropología?
La Resurrección no puede ser identificada con la reanimación de un
cadáver como el de Lázaro que, finalmente, acabó muriendo. La resurrección es
la irrupción del “novissimus Adam” de San Pablo (1Cor 15,45). Es decir, es la
completa realización de todas las incontables virtualidades presentes en el ser
humano. Si es un proyecto infinito, la Resurrección representa el momento en
que estas virtualidades llegan a su plena floración.
¿Cuáles son los límites de buscar la Resurrección como un dato
histórico? ¿Y de qué forma la lectura mítica puede ampliar el entendimiento
acerca de la Resurrección?
Nadie vio la resurrección de Jesús. Tenemos sólo testimonios de personas
a las que se dejó ver y algunas señales como el sepulcro vacío y sus
vestiduras. Por lo tanto, no es un hecho histórico susceptible de ser detectado
por una cámara o por la televisión. Es un hecho que sucedió en Jesús, accesible
por la fe en los testimonios.
Este evento no pertenece al mundo del bios, de la vida biológica que
siempre termina en la muerte. Por eso los textos juiciosamente hablan de Zoé,
que significa una vida eterna. Tampoco dicen: hemos visto al Señor, sino: Él se
dejó ver (óphte en griego, aoristo pasivo de oráo ver). La iniciativa parte de
Jesús y no de los apóstoles, a los que les permite verlo. Podríamos decir que
la Resurrección es la concreción de la utopía predicada por Jesús, el Reino de
Dios, que implica la superación de la muerte y el morir. No sin razón Orígenes,
uno de los más geniales teólogos cristianos del norte de Egipto en el siglo
III, denomina la resurrección como la autobasilea tou Christou: la
autorrealización del Reino en Cristo.
Cuando las realidades son demasiado grandes, nos faltan conceptos y
palabras. El mejor camino es elaborar narrativas y proyectar mitos que en el
sentido moderno del término (en C.G. Jung y en los antropólogos) son un medio
de expresar lo indecible. El mito no inventa el hecho, le da una forma que
podamos comprender. En esa línea se debería pensar la resurrección de Jesús.
Antropológicamente es fecunda, pues se encuentra con lo que de utópico e
infinito discernimos en el ser humano.
Muchos estudiosos sostienen que la Resurrección de Cristo es la victoria
de la vida sobre la muerte. ¿Cómo podemos comprender tal perspectiva?
La vida está llamada a la vida y no a la muerte, aun cuando sabemos que
un día vamos a morir. Este es el anhelo fundamental del ser humano, no sólo
vivir mucho, sino, como señalaba Nietzsche, vivir eternamente. En ese sentido,
la Resurrección representa un tipo de vida tan plena que en ella no penetra la
muerte. Pero para eso, ella necesita transfigurarse, es decir, realizar
totalmente al ser humano en sus infinitas posibilidades. No vivimos para morir,
como dirían los existencialistas. Morimos para resucitar. Don Pedro Casaldáliga
lo formuló bien: la alternativa cristiana es o vida o resurrección.
¿Es posible afirmar que el Dios vivo en el Cristo sólo se revela
plenamente en la Resurrección? ¿Por qué?
Mientras estaba entre nosotros, Jesús participaba de todo tipo de
limitaciones e incluso achaques de la existencia humana. Es lo que está implícito
en la encarnación. El autor de la Epístola a los Hebreos es muy concreto:
“entre súplicas, clamores y lágrimas se dirigió a aquel que lo podía salvar de
la muerte… y aprendió a obedecer por medio de los sufrimientos” (Hb 5,7-8). Más
adelante dice que él “es el general de la fe” (12,2). La Resurrección es la
superación de esta situación carnal y el paso a la situación “espiritual” (del
Espíritu de vida). Aquí Dios se revela como el Dios que hace de un muerto, un
vivo y de un vivo el “novísimo Adán”. Se da la plena revelación del Dios vivo
que quiere la vida y que en el libro de la Sabiduría se revela como “el
apasionado amante de la vida” (Sb 11,24).
¿En qué consiste la idea de “resurrección de la carne” y de qué forma se
articula con la perspectiva del sepulcro vacío, tan detalladamente descrito en
la narrativa de Marcos?
“Carne”, bíblicamente, significa la situación humana frágil, enfermiza,
mortal. Esta situación fue totalmente transmutada por la Resurrección. Pablo lo
dice claramente: “se siembra un cuerpo vital y se resucita un cuerpo
espiritual” (1Cor 15,44). Yo sostengo la tesis, aceptada por muchos, de que las
apariciones al final del evangelio de Marcos serían un añadido posterior, un
pequeño resumen de las apariciones. El Marcos original no tendría nada de eso.
Jesús termina diciendo “a los discípulos y a Pedro que Él (Jesús) los precederá
en Galilea. Allí me veréis como os dije” (Mc 16,7).
Con eso quiero decir que Jesús no se ha manifestado aun de forma plena.
Todos estamos en camino a Galilea (el término de la historia) para verlo
entonces cara a cara. Me parece que así se entiende mejor la historia humana,
porque a pesar de la Resurrección de Cristo en verdad nada ha cambiado, pues
campa la muerte y la violencia en el mundo. En la esperanza caminamos hacia la
Galilea de la resurrección. El mismo Jesús está en proceso de resurrección,
pues sus hermanos y hermanas, que somos nosotros, aun no han resucitado ni el
universo que le pertenece ha alcanzado su plenitud. Está todavía en fase de
cosmogénesis. Cuando todo se complete, entonces, Jesús y su comunidad habrán
finalmente resucitado. Aquí caben las palabras de Ernst Bloch: “el génesis está
al final y no al principio”.
Usted dice que la Resurrección representa “una revolución en la
evolución”. Me gustaría que detallara esa perspectiva.
La moderna cosmología afirma unánimemente que el estado del universo no
es la estabilidad, sino la movilidad. Todo se está expandiendo, completándose y
autocreando. La evolución permite que las virtualidades latentes dentro del
universo conozcan emergencias, puedan irrumpir bajo las formas más diferentes.
En este sentido, el universo no está todavía listo. En vez de hablar de
cosmología, deberíamos hablar de cosmogénesis, la lenta y progresiva génesis de
todas las cosas.
Cuando digo, siguiendo a Jürgen Moltmann, que la Resurrección es una
revolución en la evolución, quiero decir que la Resurrección es una pequeña
anticipación del fin bueno de la creación, como si el término de la evolución
se anticipase y nos mostrara en pequeño lo que nos está preparado. Eso es una
revolución dentro de la evolución que aún continúa y sigue su curso.
¿De qué forma el panenteísmo puede contribuir al entendimiento de la
Resurrección en nuestro tiempo?
La expresión panenteísmo fue creada en el siglo XIX por un teólogo
protestante de nombre Krause. Y no tiene nada que ver con el panteísmo. Él
quiere decir lo que la teología antigua y clásica enseñaba y todavía enseña con
la expresión “pericóresis” (la intro y retro relación de todo con todo) o
“circumincesión”. Primero se aplicaba a la relación de la creación con el
Creador: ambos están de tal manera imbricados que uno no puede ser entendido
sin el otro. Después se aplicó a la cristología y a la doctrina trinitaria. Las
tres divinas Personas están tan íntimamente relacionadas que una siempre
implica a la otra y así eternamente.
Panenteísmo significa, entonces, que Dios está en todo y todo está en
Dios, guardadas las diferencias entre criatura y Creador. No se trata de
panteísmo según el cual todo es indistintamente Dios. El propio Voltaire mostró
el absurdo filosófico que tal afirmación comporta. El panenteísmo guarda las diferencias,
pero revela cómo ambos están presentes el uno en el otro y no pueden ser
pensados separadamente. Esta comprensión puede generar una mística como la de
Pierre Teilhard de Chardin o la de San Francisco de Asís, que conseguían ver a
Dios en todas y en cualquiera de las realidades.
El Cristo cósmico de las epístolas de San Pablo y de la introducción del
evangelio de San Juan nos da la perspectiva del “pléroma”, es decir, de la
universalidad de la presencia del Resucitado en todas las cosas. Es célebre el
dicho 77 del evangelio apócrifo de Santo Tomás, al que grandes nombres de la
exégesis como Joaquim Jeremías y otros confieren gran autoridad, pues parece
haber salido de la boca del Resucitado: “Yo soy la Luz del mundo. Todo salió de
mí y todo vuelve a mí. Raja la leña y estoy dentro de ella, levanta la piedra y
estoy debajo de ella, porque estaré con vosotros todos los días hasta el final
de los tiempos. Levantar una piedra cuesta y rajar la leña es duro. Incluso
estos quehaceres comunes contienen la presencia del Resucitado.
¿Cómo puede la vuelta a la experiencia de la Resurrección de Cristo
inspirar a la humanidad de nuestro tiempo a superar sus dilemas?
Tal vez este pequeño cuento del área de la ecología que se encuentra en
mi libro Ecología: grito de la Tierra – grito de los pobres (307)
pueda responder a esta pregunta: «En cierta ocasión un anciano y santo monje
fue visitado en sueños por el Resucitado. Este, el Resucitado, lo invitó a
pasear por el jardín. El monje accedió con entusiasmo y lleno de curiosidad.
Después de caminar largo tiempo dando vueltas por el sendero del jardín como
hacen aún hoy los monjes después del almuerzo, el santo y anciano religioso se
atrevió a preguntar: “Señor, cuando andabas por los caminos de Palestina, una
vez dijiste que un día volverías con toda tu pompa y gloria, ¡pero esa vuelta
se está demorando mucho!”. Tras unos momentos de silencio que parecían una
eternidad, el Resucitado respondió: “mi querido hermanito: cuando mi presencia
en el universo y en la naturaleza sea evidente; cuando mi presencia en tu piel
y en tu corazón sea tan real como mi presencia aquí y ahora; cuando esta
conciencia se vuelva cuerpo y sangre en ti hasta el punto de no pensar más en
ello; cuando estés tan lleno de esta verdad que ya no necesites preguntar con
curiosidad, entonces mi querido hermano habré regresado con toda mi pompa y
gloria”».
Más no se necesita decir: el Resucitado está entre nosotros sólo en las
fimbrias del misterio; quien crea y sea sensible percibirá su presencia.
(IHU on-Line / 5-4-2018)
(IHU on-Line / 5-4-2018)
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