miércoles

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (46) - MIJAIL. BAJTIN


LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL HÉROE
(el problema del hombre interior o el alma) / 6

Existe una analogía casi completa entre el significado de las fronteras temporales y especiales en la conciencia del otro y en la autoconciencia. Un examen fenomenológico y la descripción de la vivencia propia y de la del otro, por el hecho de que la nitidez de tal descripción no es opacada con la aportación de las generalizaciones y regularidades teóricas (el hombre em general, la igualación del yo y del otro, la abstracción de los significados valorativos), manifiesta claramente una diferencia fundamental en la importancia del tiempo de la organización de la vivencia propia y de la vivencia de mi persona por el otro. El otro está ligado más íntimamente al tiempo (claro que aquí no se trata de un tiempo elaborado matemáticamente o desde el ángulo de las ciencias naturales, lo cual supondría una correspondiente generalización del hombre), el otro está completamente en el tiempo, así como lo está en el espacio, y nada en la vivencia que él hace de mí irrumpe en la temporalidad permanente de mi existencia. Yo mismo, para mí, no me encuentro en el tiempo, pero “una gran parte de mí” (*) se vive por mí intuitivamente fuera del tiempo, y yo poseo un apoyo inmediato para ello en el sentido. Este apoyo no me es dado de una manera inmediata en el otro; al otro, yo lo ubico totalmente en el tiempo, mientras que a mí mismo yo me vivencio en un acto que enmarca el tiempo. Yo, en tanto que sujeto del acto que presupone la temporalidad, estoy fuera del tiempo. El otro siempre me contrapone como objeto: su imagen está en el espacio y su vida interior en el tiempo. Yo, en tanto que sujeto, jamás coincido conmigo mismo: yo, como sujeto del acto de autoconciencia, rebaso los límites del contenido de este acto; esta no es una consideración abstracta sino una posibilidad de escape fuera el tiempo y de todo lo dado, de todo lo terminal y existencial que yo manejo con seguridad: obviamente, yo no me vivencia como una totalidad en el tiempo. Luego, está claro que yo no dispongo ni organizo mi vida, mis pensamientos, mis actos en el tiempo (en una cierta totalidad temporal): un horario del día no organiza la vida, por supuesto: más bien los organizo sistemáticamente, en todo caso se trataría de una organización semántica (aquí abstraemos una especial psicología del conocimiento de la vida interior, y la psicología de autoobservación; Kant hablaba de la vida interior como objeto del conocimiento teórico); yo no vivo el aspecto temporal de mi vida, y no es este el fundamento rector, ni incluso es un acto práctico elemental; el tiempo tiene para mí un carácter técnico, igual que el espacio (yo domino la técnica del tiempo y del espacio). La vida de otro, concreto y determinado, la organizo básicamente en el tiempo (por supuesto, cuando no separo al otro de su causa, o a su pensamiento de su personalidad), pero no en un tiempo cronológico o matemático sino en el tiempo de la vida que posee una carga emocional y valorativa, o que puede lograr tener un ritmo musical. Mi unidad es una unidad de sentido (lo trascendente se da en mi experiencia espiritual), mientras que la unidad del otro es de carácter espaciotemporal. Y aquí podemos decir que el idealismo es intuitivamente convincente en la vivencia propia; el idealismo es la fenomenología de la vivencia propia, pero no de la vivencia del otro; la concepción naturalista de la conciencia y del hombre en el mundo es la fenomenología del otro. Por supuesto, no nos referimos aquí a la importancia filosófica de estas concepciones, sino solamente a la experiencia fenomenológica que está en su base; las concepciones filosóficas representan una elaboración teórica de la experiencia.

Yo vivencio la vida interior del otro como un alma, pero vivo en mi interior con el espíritu. El alma es la imagen del conjunto de todo lo vivido realmente, de todo lo existente en el alma en el plano temporal, mientras que el espíritu es el conjunto de todos los sentidos, significados de la vida, de los actos a partir de uno mismo (sin abstraerse del yo). Desde el punto de vista de la vivencia propia es convincente la inmortalidad semántica del espíritu; desde el punto de vista de mi vivencia del otro, se vuelve convincente el postulado de la inmortalidad del alma, es decir, de la inmortalidad del determinismo interno del otro, de su paz interior (la memoria), que yo amo sobre el sentido (así como el postulado de la inmortalidad de un cuerpo amado: Dante). (30)

Un alma vivida desde el interior es espíritu, y este es extraestético (así como es extraestético un cuerpo vivido desde el interior); el espíritu no puede ser portador del argumento, porque el espíritu en general no existe sino que se presupone en cada momento, está por realizarse, y una tranquilidad interna es para él imposible: no existe un punto, una frontera, un período, un apoyo para el ritmo y para una mediación absoluta emocional y positiva; tampoco el espíritu puede ser portador del ritmo (y de la exposición, en general, del orden estético). El alma es un espíritu que aun no se realiza y se refleja en la conciencia amorosa del otro (del hombre, de Dios); es aquello con lo que yo no tengo nada que hacer, en lo que soy pasivo, receptivo (desde el interior, un alma sólo puede avergonzarse de sí misma; desde el exterior puede ser bella o ingenua).


Notas

(*) Bajtin cita el Monumento de Pishkin: “No, no me moriré todo, / sino que una gran parte de mí / evitará la muerte y vivirá eternamente.”

(30) Cf. la nota 24 de este trabajo.

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