KEYNES IMAGINÓ EL FIN DEL CAPITALISMO TAL Y COMO LO
CONOCEMOS; ¿QUÉ NOS ESPERA CON LA EVIDENTE FRAGILIDAD DEL SISTEMA CAPITALISTA
ANTE EL COVID-19?
Según John Maynard Keynes, uno de
los teóricos de la macroeconomía, el capitalismo duraría 450 años, es
decir que para el año 2030 veríamos el fin del capitalismo. Según Keynes, el
fin del capitalismo llegaría una vez que la humanidad resolviera el problema de
cubrir todas las necesidades básicas, para así pasar a preocupaciones más
relevantes.
A grandes rasgos, Keynes propuso darle
más poder y herramientas nuevas a las instituciones del Estado para que este
pudiera evitar las crisis económicas. La teoría keynesiana está en directa
oposición con la teoría económica clásica, en la cual se sostiene que el
mercado regula por sí mismo los ciclos económicos. Keynes, por su
parte, comprobó que las posturas liberales de no intervención en el
mercado no contribuyen a resolver la falta de empleo. Fue así como el
economista propuso un modelo de intervención gubernamental orientado
a resolver el problema.
Una de las grandes ventajas de la
propuesta keynesiana es que gracias a una fuerte intervención del Estado,
existe la posibilidad de aumentar los puestos o trabajos, lo cual disminuye la
tasa de desempleo.
Por otro lado, una de las críticas
que se han hecho a la teoría de Keynes es que explica los mecanismos
por los cuales los precios de bienes y servicios aumentan de manera exagerada
cuando hay una crisis. Es importante hacer énfasis en que toda propuesta
teórica responde a un contexto histórico, social y político. En ese sentido, la
teoría desarrollada por Keynes fue un modelo muy útil para responder a la
crisis de los años 30 del siglo XX, provocada en especial por la caída de la
bolsa de valores de Wall Street en 1929.
Sería importante considerar hasta qué
punto lo propuesto por este economista ayudaría a resolver las consecuencias de
las crisis ecológica, de violencia, las humanitarias, o situaciones como la
escasez de agua y alimentos, la migración forzada, los salarios precarizados y
otras mermas en la calidad de vida derivadas del modelo económico en que
vivimos y que tienen repercusión en la vida económica de los países y el
bienestar y calidad de vida de sus ciudadanos. Estos cambios son en
nuestra época cada vez más rápidos y drásticos, además de que afectan cada
vez a más personas en diferentes latitudes.
También nos enfrentamos con mucha más
agudeza a la enajenación de nuestros ambientes laborales. Ejemplo de ello son
los testimonios de trabajadores de Amazon o de Foxconn, empresas en cuyos
modelos de negocio es la inteligencia artificial la que dicta las
actividades y horarios de los trabajadores, además de establecer con quién
va a trabajar cada persona, con el fin fomentar la superficialidad en
los lazos de convivencia laboral y social. No olvidemos que la
inteligencia artificial es también la que establece el tipo de tareas que cada
trabajador tiene que realizar. Muchas veces son tareas repetitivas, monótonas y
en solitario. Es así como el trabajo se realiza de manera aislada y con una
casi nula convivencia con otras personas.
El aumento en la productividad de las
empresas no se ve reflejado en horarios ni en salarios dignos para sus
trabajadores. La brecha entre productividad y pago es cada vez mayor, lo cual
es expresión del aumento en los niveles de explotación laboral. Es decir, los
trabajadores hacen más y reciben menos y en condiciones muy alejadas de las
ideales.
Cuando nos enteramos de las condiciones
laborales de empresas como Amazon, Foxconn, e incluso las que aseguran que uno
puede ser su propio jefe (como Rappi o Uber), no podemos evitar pensar en el
grado de alienación o despersonalización que muchos sienten con respecto a su
trabajo, pues las actividades que se realizan están muy alejadas de las
cualidades más humanas de los trabajadores (por ejemplo, alejadas de su
creatividad).
Uno de los problemas de los análisis
económicos es que sugieren que la economía determina todos los demás
aspectos de la vida social. En ese sentido, es importante ser cuidadosos
con el determinismo económico. A la par de la economía, es necesario tener en
cuenta otras aristas de la dimensión social para poder tener un mejor
entendimiento de los problemas de las sociedades contemporáneas.
En el sentido más amplio, la lógica
liberal tiene como eje que cada quien vea por sí mismo, pues el mercado se
encargará de regularse sin necesidad de intervención de ningún tipo. Pero
como Keynes explicó, el mercado no se autorregula, no existe tal cosa
como una "mano invisible". En realidad lo que sucede es
que existen diferentes sujetos individuales o colectivos que tienen
intereses particulares. Las maneras en las que estos sujetos se relacionan y
actúan en función de sus agendas son los elementos que configuran el
funcionamiento del mercado.
Para Keynes, la avaricia y la
acumulación sin otro propósito que la acumulación en sí misma no son las
mejores muestras de la virtud humana. Para él, la única manera de mantener
el bienestar popular y los niveles de empleo es producir más y consumir más. A
fin de cuentas, es así como funciona el sistema: tiene que crecer para sobrevivir.
Sin embargo, Keynes también creía que este ciclo tendría que
terminar algún día.
Hoy esto nos parece obvio, pues en el
afán de seguir haciendo que el sistema crezca, la vida en el planeta está
padeciendo. Toda la vida: incluida la humana. El capitalismo no sólo ha
producido una acumulación de riquezas a expensas de otros, sino que gracias
esto también se han provocado tanto desastres naturales y tragedias
humanas.
La principal fuente de mano de obra
para la década que va de 2020 a 2030 son las personas nacidas entre 1976 y
2005. Por la situación a la que han llegado tanto el planeta como las
sociedades en los últimos treinta años, es altamente probable que dichas
generaciones sean las más vulnerables frente a fenómenos sociales, políticos,
económicos y ecológicos que se avecinan y que eventualmente llegarán.
A medida que nos acercamos al 2030
(recordemos que este es el año que la ONU ha puesto como límite para detener
las consecuencias del efecto invernadero, disminuir las emisiones globales de
CO2, detener la extinción masiva y asegurar que no haya crisis alimentaria) se
hace más evidente la necesidad de ser críticos con el actual funcionamiento de
nuestras sociedades, y sin duda la teoría de Keynes nos puede ayudar a modular
el enfoque desde el cual propongamos alternativas y soluciones.
Estamos viviendo un momento en el que
es más fácil pensar el regreso del keynesianismo, en el sentido de que la
pandemia del COVID-19 nos ha hecho reflexionar sobre el papel de los Estados
nacionales frente a esta contingencia. Las propuestas de Keynes son hoy más
pertinentes que nunca, pues ante el gran número de contagios, el sector privado
se ha visto rebasado, haciendo que se plantee la necesidad de una fuerte
intervención del Estado, por ejemplo en la producción, distribución y
acceso a equipo y servicios médicos de calidad garantizados para toda la
población.
Se ha cuestionado en muchos espacios la viabilidad del sistema de producción capitalista y la fragilidad que ha demostrado con la pandemia de COVID-19. En este contexto creemos que antes de imaginar el fin del sistema capitalista, merece la pena pensar en acciones más inmediatas de exigencia a nuestros gobiernos. Por ejemplo: demanda de transporte público digno y a precios accesibles, mejoras en los sistemas estatales de salud, exigencia de reformas fiscales para la recaudación de impuestos que permitan establecer rentas básicas universales para los sectores más vulnerables.
Probablemente sea muy difícil
imaginarnos el fin del capitalismo, aunque durante este tiempo de cuarentena
hemos visto que gracias a que muchas industrias han parado, el mundo ha tenido un merecido respiro. Esto no significa
que nuestro actual sistema de producción haya acabado, lo más seguro es que volverá
a echarse a andar.
(PIJAMASURF / 4-3-2020)
(PIJAMASURF / 4-3-2020)
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