miércoles

JOAQUÍN TORRES GARCÍA. INTEGRIDAD DEL ARTE (12) por ALEJANDRO DÍAZ


Pintar Nueva York (2)


El lenguaje publicitario forma parte del lenguaje visual de Nueva York, tanto por su incesante presencia que puede tomarse como manchas de colores sobre el entramado urbano, como por sus mecanismos semánticos. A Torres García le resulta interesante -a pesar de sus fines- y lo integra a su arte. Buena cuenta de ese afán da la gran cantidad de elementos gráficos tomados de la prensa que el artista acopia desde su llegada a Nueva York y con los que posteriormente realizará una extensa serie de collages. Algunos de ellos los interviene gráficamente, tanto dando notas de color a la gráfica en blanco y negro, como para generar una unidad visual por medio de una estructura, en un procedimiento que remite tanto a los dibujos estructurados del año 17 como a su obra constructiva que está por venir. Fundamentalmente recopila anuncios, caricaturas y fotografías, entre las que priman las impactantes vistas de edificios y de la ciudad, personajes insólitos y vehículos; barcos, ferrocarriles y aviones, estos últimos, íconos favoritos de un progreso que todavía era visto con los lúdicos; en 1920 el avión no era tanto un medio de transporte como un juguete nuevo que se prestaba a las acrobacias aéreas y exorbitantes pruebas circenses con personas caminando sobre sus alas en pleno vuelo. Sin perder la fascinación que tamaño espectáculo de ciudad y máquinas le generaba, Torres García sin embargo advertía la amenaza que los modos intrínsecos de operar de la sociedad que lo hacía posible representaban para aquello de la existencia humana que le resultaba más caro. Porque América es una organización: los business -los negocios - por encima de los americanos indígenas – de raíz holandesa, inglesa y escocesa – por encima de todo – como fórmula mágica. (…) Y la cabeza libre de toda intelectualidad. Porque aquí se piensan cosas. La idea no existe. No es posible, por esto, el goce espiritual – y es sustituido por el placer material – baseball – regatas – juegos luminosos en el teatro – sonidos musicales mecánicos – pick nicks ice cream – sports – baile -ingenios mecánicos de pasatiempo – cinematógrafo… Y el ideal común: dollars! New York – la ciudad de los business – de los negocios. (…) -aquí no hay nada más. Todo es negocio – el trabajo, el arte, cualquier actividad. Todo es algo industrial. – Y el hombre ha creado esta industria – tal como existe aquí – ahora es formado por esa industria (45).

Esa intensa actividad de apropiación visual también está presente en los álbumes de acuarelas que realiza en 1920, donde se alternan rápidas impresiones de Nueva York con estrellas de cinco puntas, bosquejos de anuncios publicitarios, objetos comunes a los que superpone precios, etc. En estas acuarelas Torres García va mucho más allá de la mera colección de vistas o impresiones. En ellas, la ciudad siendo el tema dominante no impone sus condiciones a la obra, sino que es estilizada por Torres García en un juego de trazos y sugerencias muy gestual y personal, y mediante la estampación de grandes letras negras el molde integra el lenguaje visual del reclame publicitario a la obra.

Torres García había llegado a Nueva York convencido que la ciudad moderna, a la que aun nadie había visto como él, era el modelo del nuevo arte. Al principio de su estadía creyó confirmarlo, y la importancia de la obra que realiza, no tanto por su cantidad sino por lo que descubre en los menguados dos años que vive en la gran ciudad, es también confirmatoria. Pero a los dos años de su llegada decide volverse a Europa, ya que -a pesar de la amabilidad de los americanos, que nunca deja de agradecer- le resulta imposible congeniar con la forma de vivir en Nueva York. Torres García escribe que El reloj ha de ser el servidor del hombre, y no este de él, que le hizo. Y como servidor ha de servirle, y mucho le servirá, que si se muere a veces por curanderismo o brujería, se muere aun más por medicina, y hasta por exceso de higiene, y esto hasta los médicos lo saben. Todo está previsto -está bien-, pero sólo hasta un límite, ¿y después? El instinto y el alma van más allá. (46)

Notas

(45) JTG 1921. p.69.

(46) JTG 1936, p.172.

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