martes

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (42)


MUCHOS TIPOS DE PRISIONES:
LA MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA SEÑORA
DETRÁS DEL MURO”

Cómo la herida generacional de ser despojados de
la Madre provoca que generaciones subsiguientes
vivan agachadas como si aun los estuvieran
aplastando cuando ahora son, de hecho, libres (4)
La capillita Sixtina de Nuestra Señora de Guadalupe (5)

Visitando a los encarcelados: lo que el muro sobre Nuestra Señora trajo en la vigilia santa, como en los días de antaño


Así que, irónicamente, como en los viejos tiempos, como ahora, por los que están en la cárcel, por los que están libres, sin importar qué fue destruido, qué se hizo estallar, qué se subvirtió, los que aman siguen aventurándose a su manera, en un conmovedor peregrinar cuando pueden, donde pueden, como pueden.

En la cuestión de la construcción de un muro sobre el heroico mural de Nuestra Señora de Guadalupe, que en cierto sentido mandó a La Señora a la cárcel, del mismo modo, como los que aman a los suyos son llevados a penitenciarías verdaderas, a instituciones cerradas, prisiones federales, cárceles municipales, los que los aman, verdaderamente los aman… toda la gente, por su deber como almas leales y espíritus amorosos, tienen el deber de ir a visitar a los encarcelados.

Así también con Nuestra Señora. Consideramos que las visitas a los enfermos o encarcelados son una alta promesa espiritual que se hace y se cumple. Hasta que, recientemente, los administradores de la iglesia dejaron de permitir visitas, los fieles que anhelaban verla venían a visitarla con frecuencia, llevándole sustento, haciéndole compañía en su soledad. De esta manera, el gigantesco espíritu de la Santa Madre Detrás del Muro se trató igual que las visitas que hacen los parientes y amigos a sus seres amados en la cárcel. Esta es una vieja tradición entre los latinos y otros viejos creyentes: nunca abandonar las almas que están encarceladas.

Por un período muy corto, los administradores de la parroquia indicaron, irónicamente con las mismas palabras que usan los celadores de la cárcel con las familias y los amigos de la gente que está tras las rejas, que podíamos “ir a ver” a Nuestra Señora detrás del muro. Pero sólo de vez en cuando, y no cuando lo deseábamos, y no cuando podíamos organizarnos con todo lo que significa cuidar de nuestros hijos, nietos, mayores, conservar el empleo y traer ropa relativamente limpia, andar bien peinados y mantener la cordura. Más bien, sólo cuando los que están a cargo lo decían. Nada más así podíamos ir de visita, durante los horarios erráticos en que lo permitían.

Entonces no únicamente es Nuestra Señora la que está en la cárcel. No es sólo una prisionera de verdad que está cumpliendo su condena en prisión. A la familia de un ser amado también se le esposa y se le reprime. Vengan nada más cuando nosotros les decimos, no cuando ustedes quieran. Hagan lo que nosotros especificamos, no lo que les dicta su corazón y su alma. ¿Amas a tu ser amado? Pues solamente podrás demostrarlo cuando se te indique.

Nosotros lo viejos creyentes nos acostumbramos a que, durante décadas, nos dieron la libertad de sentarnos con El Cristo, el Santo Niño, la Sagrada Familia, Nuestra Señora, en cualquier momento. Siempre éramos bienvenidos y las iglesias estaban abiertas para cualquier pena o necesidad de socorro del Creador y de los santitos. Pero ahora, aunque podíamos visitar todavía a Nuestra Señora, como es nuestra antigua costumbre de visitar a los encarcelados, sólo se permitía por períodos brevísimos antes de que lo prohibieran por completo. Y no podías traer una cámara para tomarle una foto a Nuestra Señora para recordarla. Estaba prohibido. No podía dejarle flores atrás del muro/clóset. Al final también eso se prohibió. No te podías parar ahí y leerle una carta, ni enseñarle una obra de arte que algún niño realizó para hacerle compañía. Tampoco nos dejaban tocarla. Nada más verla, como si estuviera detrás de una barrera de plástico. Como en la cárcel.

No se permitía tocarla en ese sombrío clóset para escobas. A nosotros, las personas de la vieja tradición de la iglesia: dar el Pésame, reconfortar y ofrecerle condolencias a la Santa Madre. A los viejos creyentes nos prohibieron hacer esto. Pero, como las familias y las visitas de un ser humano en la cárcel, anhelábamos todavía estirar por lo menos nuestras palmas hacia sus hombros o hacia su mejilla y colocar nuestra mano en los hombros del Santo Juan Diego. Pero, de nuevo, tampoco esto se permitía.

Y cuando pudimos visitarla, de manera tan breve, y terminaba ese corto período, aparentemente dictado por cómo se sentía el clérigo ese día, entonces nos teníamos que ir. Y Nuestra Señora se quedaba sola otra vez, en el clóset oscuro. Sin luz. Sin aire. Sin nadie con quien hablar. Este aislamiento de la Madre iba en contra del corazón santo de todo Latino. Va en contra de todo corazón santo que ama a la Santa Madre.

Y para los seres amados que van a visitar a sus parientes en las prisiones estatales y federales, también es así. El tiempo de visita es el sustento de amor y cercanía de unos con otros para seguir con vida. Sin él, todos nos marchitamos. Pero teniéndolo, en las “salas de visita” de las cárceles, a menudo es demasiado corto, y demasiado restrictivo e innecesariamente austero. Después, a todos les da gusto haber ido, pero de alguna manera están más melancólicos que antes.

Y así sigue la vida. Para nosotros aquí también. Incluso con Nuestra Señora y sus hijos e hijas que la anhelan, es lo mismo… Hay literalmente millones de seres humanos en todo el mundo que van por el camino duro hacia sus seres amados en la cárcel, ahora mismo, en los sueños y en la realidad. Y también son fieles, aunque están separados el uno del otro, desprovistos de abrazarse el uno del otro, de aferrarse uno al otro con calidez, alimentarse unos a otros en comunión por medio de los sentidos tan sagrados de amar y de ser amados: los sentidos del aroma familiar; la contemplación del ser precioso con la mirada; la escucha del tono familiar y el timbre de una voz amada; y, especialmente, recibir la electricidad tan preciosa para la piel, es decir, el regalo de la calma y la individualidad que viene del contacto amoroso.

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