miércoles

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (39)


MUCHOS TIPOS DE PRISIONES:
LA MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA SEÑORA
DETRÁS DEL MURO”

Cómo la herida generacional de ser despojados de
la Madre provoca que generaciones subsiguientes
vivan agachadas como si aun los estuvieran
aplastando cuando ahora son, de hecho, libres (4)

La capillita Sixtina de Nuestra Señora de Guadalupe (3)

Las “mujeres de blanco” y Fieles Unidos, intentando aun hacerse escuchar y que se reunieran cordialmente con ellos para ayudara restaurar el mural de Nuestra Señora, apartaron un día de trabajo; no era nada fácil que los miembros, con frecuencia de la clase obrera, lograran que se les diera ese tiempo libre. Pero lo hicieron, y así marcharon juntos a la grandiosa residencia local del arzobispo para leer en voz alta la humilde carta en la que trabajaron por días y días personas de corazón gentil que buscaron las palabras conciliadoras exactas, pero también efectivas, para pedir que se quitara el muro y se restaurara el mural, de conformidad con las enseñanzas más sagradas de la Iglesia sobre no profanar el arte sacro, no permitir la blasfemia y el sacrilegio hacia la presencia sagrada detrás de ese santo mural.

Nuestro grupo de La Sociedad de Guadalupe, fundado hace veinte años para apoyar en la alfabetización, incluida la alfabetización sobre lo Sagrado, se unió a las procesiones: nosotros, mujeres y hombres mayores, caminamos pacíficamente con nuestras comadres y compadres, con largos chales con flecos que se mecían, rosarios que se columpiaban y nuestras oraciones en español y en inglés.

Nuestros humildísimos viejos y viejas, con sus mejores sombreros gauchos y mantillas hechas jirones se esforzaron por avanzar con sus bastones y sillas de ruedas. Nuestros viejos se mantuvieron al paso; sus largos cabellos plateados volaban en el viento y su ropa mejicana/mexicana vívidamente colorida y bordada resplandecía a la luz del sol. Era muy hermoso, y todos pedían también que por favor los hombres de poder permitieran que por los que tanto tiempo han amado el arte sagrado de Nuestra Señora volvieran a verla. Plenamente. Sin restricciones. Y sin muros.

Pero no, no se otorgó la petición. El arzobispo dijo que al párroco local le correspondía la decisión de hacer lo que deseara. Que era “un asunto de parroquia”. Y el padre dijo que tenía la aprobación del arzobispo. Y así uno apoyaba al otro, pero no respondían a las preguntas de la gente. Así, a muchos todavía no se les permitía entender las decisiones y razones para el muro. Los medios estuvieron presentes ese día con cámaras y reporteros, pero el personal de la vicaría les prohibió a todos que entraran en la propiedad del arzobispo, quien había enviado una carta a los manifestantes pacíficos, diciendo que el hecho de acudir a los medios no iba a llevar sus peticiones más lejos. Pero las cámaras siguieron rodando del otro lado de las bardas y los reporteros entrevistaron a muchos de los ancianos después en la banqueta. Y los que amaban el mural sagrado de Nuestra Señora todavía estaban afligidos y profundamente desconcertados sobre por qué a nadie parecía importarle que ahora La Señora se encontrara atrás de una pared hecha por el hombre.

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