miércoles

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (39)


EL TEATRO TOSCO (9)


No es posible que ningún espectador asista a la puesta en escena naturalista de una obra de Chejov o a una tragedia griega montada según los cánones tradicionales, se rinda a la creencia de que se encuentra en Rusia o en la antigua Tebas. Sin embargo, basta en ambos casos que un actor eficaz interprete un texto importante para que el espectador quede apresado por la ilusión, aun sabiendo en todo instante que se halla en el teatro. El objetivo no es cómo evitar la ilusión, ya que todo es ilusión, si bien algunas cosas parecen más ilusorias que otras. Lo que comienza a no convencernos es la ilusión que carga la mano. Por otra parte, la ilusión compuesta por el destello de rápidas y cambiantes impresiones mantiene el filo de la imaginación en la obra. Esta ilusión es como uno de los puntos negros que aparecen en el televisor para formar la móvil imagen: sólo dura el instante que exige su función.

Resulta fácil caer en el error de considerar a Chejov como escritor naturalista, y la verdad es que muchas de las obras más chapuceras e insignificantes de los últimos años, que pretenden reflejar un “trozo de vida”, tienen a gala calificarse de chejovianas. Chejov nunca creó un “trozo de vida”: era un doctor que con infinita delicadeza y cuidado tomó de la vida miles y miles de refinados estratos, los cultivó y arregló siguiendo un orden sutil y exquisito, completamente artificial y pleno de sentido, en el que la sutileza disfrazaba tan bien al artificio que el resultado semejaba algo muy distinto a lo que era en realidad. Cualquier página de Las tres hermanas nos produce la impresión de asistir al despliegue de la vida, como si se tratara de una cinta magnetofónica que hubiéramos dejado en funcionamiento. Si examinamos cuidadosamente una de esas páginas, vemos que contiene una serie de coincidencias tan grande como en Feydeau: el vuelco del jarrón de flores, el paso del coche de bomberos em el momento preciso, la palabra, la interrupción, la música lejana, la entrada, el adiós. Pincelada a pincelada, estos detalles crean por medio del lenguaje de ilusiones la total ilusión de un fragmento de vida. Dicha serie de impresiones equivale a una serie de alienaciones: cada ruptura es una sutil provocación y una llamada a la reflexión.

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