EL TEATRO TOSCO (9)
No es posible que ningún
espectador asista a la puesta en escena naturalista de una obra de Chejov o a una
tragedia griega montada según los cánones tradicionales, se rinda a la creencia
de que se encuentra en Rusia o en la antigua Tebas. Sin embargo, basta en ambos
casos que un actor eficaz interprete un texto importante para que el espectador
quede apresado por la ilusión, aun sabiendo en todo instante que se halla en el
teatro. El objetivo no es cómo evitar la ilusión, ya que todo es ilusión, si
bien algunas cosas parecen más ilusorias que otras. Lo que comienza a no convencernos
es la ilusión que carga la mano. Por otra parte, la ilusión compuesta por el
destello de rápidas y cambiantes impresiones mantiene el filo de la imaginación
en la obra. Esta ilusión es como uno de los puntos negros que aparecen en el
televisor para formar la móvil imagen: sólo dura el instante que exige su
función.
Resulta fácil caer en el
error de considerar a Chejov como escritor naturalista, y la verdad es que
muchas de las obras más chapuceras e insignificantes de los últimos años, que
pretenden reflejar un “trozo de vida”, tienen a gala calificarse de
chejovianas. Chejov nunca creó un “trozo de vida”: era un doctor que con
infinita delicadeza y cuidado tomó de la vida miles y miles de refinados
estratos, los cultivó y arregló siguiendo un orden sutil y exquisito,
completamente artificial y pleno de sentido, en el que la sutileza disfrazaba
tan bien al artificio que el resultado semejaba algo muy distinto a lo que era
en realidad. Cualquier página de Las tres hermanas nos produce la
impresión de asistir al despliegue de la vida, como si se tratara de una cinta
magnetofónica que hubiéramos dejado en funcionamiento. Si examinamos
cuidadosamente una de esas páginas, vemos que contiene una serie de
coincidencias tan grande como en Feydeau: el vuelco del jarrón de flores, el
paso del coche de bomberos em el momento preciso, la palabra, la interrupción,
la música lejana, la entrada, el adiós. Pincelada a pincelada, estos detalles
crean por medio del lenguaje de ilusiones la total ilusión de un fragmento de
vida. Dicha serie de impresiones equivale a una serie de alienaciones: cada
ruptura es una sutil provocación y una llamada a la reflexión.
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