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Isabelino Pena señaló el perfil del gallo recortado como una mole prehistórica
sobre la palidez del patio y explicó:
-Fue algo verdaderamente inefable, maestro. Tuve la sensación de estar
volando más por la CAPITAL DE LA REDONDEZ AZUL que por París: la visión del
sentido de la plenitud del universo cósmico y humano!!!! La anticipación de un contexto
ulterior creciente y sin fronteras monológicas, dialógicas ni demonológicas!!!!
El Hombre Nuevo redimensionado contemplativamente para asomarse a la infinita
iniciación del ser!!!! Le digo que ese bicho es una nave del Gran Tiempo,
nomás.
Desde la conserjería nos empieza a llegar el Adagio del 23 filmado en Viena
y pienso en la peluca radiante de Amadé frente a la pantallita.
-Y pensar que para él tanto las grabaciones como la televisión son límite
en movimiento y no tiempo menor -dijo Bajtin. -Menos mal que entre
tanto fútbol le pudimos pescar un concierto supremo.
-Perdón -sonríe el Bigote, sin poder disimular una piedad burlona. -Toda
esa arborescencia imaginativa suena interesantísima. Pero a mí lo que me sigue
intrigando es cómo mierda hizo el negro para saber dónde quedaba el quilombo de
Yemanjá.
-Eso mejor se lo pregunta a Jung -le contrabandeó una guiñada Bajtin al
detective. -Aunque es obvio que en este caso hay una renovación del diálogo
mítico / arquetípico / instintivo entre la Gran Madre y el Gran Hijo del
terrero Selvático.
-¿Y ese encuentro estaba previsto?
-No -se le hiela el ojo izquierdo al ruso. -Lo único que está previsto por
la Brigada es la reconstrucción y ampliación de un ritual evolutivo que inventó
Felisberto Hernández hace muy poco tiempo, en un caserío solisense bautizado Alborada
en las gargantas. Claro que ahora también interviene Monsieur Mozart, con
Jung y Onetti como moderadores. ¿Por qué no espera a la filmación de mañana y
descansa tranquilo?
El Bigote le hace la venia y da una zancada en dirección a la rendija por
donde sigue derramando el Adagio, pero allí se da vuelta y me encara con odio:
-¿Y a usted quién le batió que los depredadores iban a estar en el
quilombo, viejo?
-El Espíritu Santo -mostró los dientes reverdecidos Isabelino Pena. -Y le
aclaro que viejos son los trapos.
El franchute mira al ruso como si reclamara un penal merecedor de expulsión,
y de golpe escuchamos cantar al canario de Klimovsk:
-Alcanza con creer. / Con no creer no alcanza.
-¿Escucharon? -pareció levitar Bajtin.
Y cuando estoy por contarle que en el quilombo hay otro canario poeta el
Bigote se revuelca regurgitando una especie de náusea de ahorcado y lo tenemos
que cargar entre los dos hasta su dormitorio.
-Me parece que este pobre hombre es más spinoziano que cartesiano
-diagnosticó Bajtin apenas escucharon roncar al hotelero. -Bueno, hay que
descansar por lo menos un rato. ¿Se dio cuenta que Mozart ni siquiera nos
escuchó pasar por la conserjería?
Después bostezamos al unísono y nos despedimos en la escalera y yo subo
chiflando hasta la chambre 22 sin volver a acordarme de Gardelito.
10
Isabelino Pena se sacó el gacho y la gabardina sin prender la luz. El
balcón de la bohardilla proyecto una palidez azulada y me arrodillo para decir:
-Aquí estoy, Padre mío. Aquí sufrió persecución mi hijo Abel en tu nombre y
te pido que me ayudes a ponerme a la altura de la sacratísima humanidad.
-¿Te estás armando detective, payaso? -siseó una voz femenina desde la
cama.
No me muevo, y la maldita alergia recién me permite reconocer el perfume
del jazmín del país.
-Tranquilo -dijo ella. -Y te aconsejo que no prendas la luz. Fumate un
holandés o masticá el chupete. Lo que te voy adelantando es que estoy más desnuda
que la loquita que tentó a Marlowe en The big sleep.
Le hago caso y me siento, distinguiendo solamente el claror de una capelina
y el perfil viboresco que abulta la sábana.
-Qué querés -le flaqueó la voz al detective.
-Que me salves. Y te aclaro desde ya que no soy tu mamá ni tu mujer ni tu
alma ni la parca ni la Virgen. Y que podés salvarme descubriendo quién soy,
nada más. Tenés tiempo hasta el miércoles.
Prendo otro Peter Stuyvesant y rezo mentalmente un Padrenuestro.
-¿Cuál fue tu primer caso resuelto? -atacó la capelina. -Todavía eras Pepe
Rosso el normal, ¿no es verdad? La quijotada de hacerte detective y
escribir folletines sobre tus propios casos todavía era un berretín de
borracho. ¿O me equivoco?
-No.
-Y sin embargo tanto vos como tu hijo están convencidos de que Isabelino
Pena resolvió el caso del Papalote. Y Abel hasta escribió un folletín glorificándote.
Entonces mastico un Ave María y otro Padrenuestro y ella chilla:
-Touché!!!! ¿Y cuál fue la conclusión sobre lo que hacía el negro en tu
barrio? Dale: repetilo en voz alta ahora que renaciste y sos un héroe de la
Brigada del Gran Tiempo y todo. Informáselo al lector normal, a ver
quién te lo cree.
Isabelino Pena demoró en contestar:
-El negro le acariciaba el sexo a una niña prostituida que vivía al lado de
casa para encajetarle el reino en la patria triste.
-¿Y cómo lo pudieron confirmar?
-Porque ella testimonió muchos años después que el papalote la acariciaba
recitando la lira más maravillosa que escribió San Juan de la Cruz en el
cántico de las bodas del alma con Dios.
-Bueno, ahora ya podés iluminar este sepulcro. Dale.
Tiro el cigarrillo y cuando prendo el tuboluz del botiquín veo un esqueleto
con capelina emergiendo de la sábana y diciéndome:
-Okey. Ahora ya se acabaron las cortinas de humo de Pepe Rosso el cuerdo
ensartando divagues y el hijito escribiéndolos como si fueran estriptises
místicos: ahora hay que probarle al mundo que Dios y el reino existen,
Monsieur le Privé. Usted y la comparsa que lo contrató. Podés dormir conmigo, además.
Mirá: no soy tan fea.
Isabelino Pena vio una lluvia de pequeñas corolas estrelladas proliferando
y desapareciendo y volviendo a trenzarse dentro del costillar y el cráneo y
concedió:
-Qué precioso interior. Parece un cubrepantallas de computadora.
-Bueno, andá poniéndote el piyama que mañana tenés que laburar a lo bestia.
Y acordate que aquí se está jugando el destino del planeta, además de un
mundial.
Y mientras yo me cambio y me acuesto ella va hasta el espejo del lavatorio
y antes de apagar el tuboluz se tercia la capelina para sisear:
-Te aclaro que si querés salvarme de verdad me tenés que querer
de verdad. O van a perder todo. ¿Entendiste, payaso?
11
Isabelino Pena se despertó de madrugada y se vistió lo más silenciosamente
que pudo. La Dama ronca a hueso suelto y bajo con unas ganas locas de tomar
mate, hasta que una especie de llanto ballenáceo me hace asomarme a la chambre
9: la puerta sigue derramando una niebla picante, aunque ahora Onetti está solo
entre muchas botellas y el gran brillo de un vómito donde se agruma el alma.
-Mamaaaaaá -volvió a llamar el hombre con armazón de caballo.
-Tranquilo, Juan. Tranquilo -me apelotono el pañuelo para cruzar el charco.
El detective se sentó en la punta de la cama y agregó:
-Aquí estoy, hijo.
Juan parece querer pastar con la trompa muy torcida y al final dice:
-Quién.
-¿Ya ni siquiera me conoces, hijo? Si soy tu alma, que ha sufrido tanto.
-Así que el alma, che. Jung es un animal. Pero fue culpa mía.
Isabelino Pena miró hacia la puerta del sucucho conexo donde dormía Jung.
-Yo te besé la trompa de la muerte, Bee -canturreó Onetti. -Bordecito de
plata. Piedrita blanca.
-Y aquí estoy -me sujeto la náusea. -A tus órdenes, hombre.
-Perseguidor de mierda. Soy un perseguidor de mierda.
-No te creo.
-Pero te quiero mucho. ¿Así que no estás muerta?
-No, mijo.
-Dame un beso. En la pompa.
Entonces el detective se inclinó sobre la burbuja que le asomó al hombre
desdentado pero Jung gritó:
-Basta. Ya se calmó.
Y cuando me doy vuelta termina de abrocharse hoscamente el mameluco y
ordena contemplándonos con un asco dorado:
-Váyase que yo limpio.
12
Isabelino Pena contestó:
-De ninguna manera.
Y después que lo ayudo a fregar y bajamos hasta el depósito con el carrito
de la limpieza y la bolsa jedionda Jung se queda mirando el ducto y dice:
-Anoche soñé con un campo de concentración donde había nada más que
princesas y monjas. Los oficiales nazis tenían sus protegidas y las cebaban
para comérselas tiernas. Y nosotros éramos los dragones de Acuario y le íbamos
a explicar a San Jorge que a las montañas también les importaba la humanidad.
-Yo soñé con Dulcinea del Toboso -demoró en murmurar Isabelino Pena.
Pero no cuento quién se quedó esperándome en la chambre 22. Jung fue a ver
a Bajtin y el detective encontró al Negro Jefe tomando mate a la sombra del
gallo.
-Buen día -me saluda desde la terraza de conducción Felisberto. -El amargo
está pipicucú, pero nosotros tenemos que sintonizar la fosforecencia antes de que
empiece el ensayo.
El Papalote volvió a colocar la calderita sobre el fuego que había armado
con cartones y envases de chucrut y midió al detective son su miopía atigrada.
-¿Sabe que usted tiene una mandíbula idéntica a la de Onetti pero torcida
para el otro lado? -comentó infantilmente. -Qué rico mate.
-Y usted tiene un misterio jineteándole el lomo mucho peor que el de Onetti
y el del hotelero juntos -se acarició la rosa renovada bajo el panamá el
hombre-pantera de edad indefinible y olor a mejillón.
-Si usted lo dice, Jefe.
-Lobo -palmea el negro al ovejero que ronca y se pedorrea sísimicamente,
sin soltar la flor-hueso. -Vamos a cantarle a don Isabelino la bachata que nos
pintó el lucero. Meta, carajo!!!!
El perrazo retembló y bostezó mientras el payador se calzaba un envase de
madera entre las piernas y empezaba a berrear:
-La belleza es la lluvia renaciendo en Dolores. / Y el sur no tiene
precio. / La belleza es la barca de los locos de amar. / Y el mar no tiene
precio.
Veo que Mozart y Felisberto se asoman a la terraza y les hago la seña del
dos:
-La belleza es el viento mortal de los trigales -siguió aullando el
Papalote, ahora ya acompasado con los aullidos de su escudero tuerto. -Y el
sol no tiene precio.
Y eso me hace escrutarle el rosado costroso de los pies y pensar que Van
Gogh fue feliz como un rayo.
-La belleza es el oro de los desesperados -terminó por redoblar el
hombre ya chorreante. -Y vos no tenés precio.
Entonces veo renguear a Bajtin entre la suavidad polvorienta del patio y lo
saludo levantando el mate mientras Felisberto pregunta desde arriba:
-Disculpe, Jefe. ¿Esa bachata está dedicada a mi Hortensia, por casualidad?
-No. A la Bicha -retrucó el Papalote.
Y se empieza a chupar mansamente el sudor.
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