(Introducción de Ludmila Ilieva)
Petar Velchev (1944) es poeta, crítico, investigador de la
literatura, traductor de poesía. Traductor de Antonio Machado, César Vallejo,
Luis Cernuda, Pedro Salinas, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de
Ibarbourou, Nicolás Guillén, entre otros. Del alemán tradujo un libro de poemas
de Rainer María Rilke igual que una rica selección de poetas rusos, entre otras
traducciones del español, francés, alemán y ruso.
Autor de estudios sobre poética de la poesía
búlgara, teoría del verso, estudios comparados, problemas de la traducción
literaria.
Doctor en Filología Española, Profesor
Titular del Instituto de Literatura de la Academia de Ciencias de Bulgaria. Laureado
con varios premios nacionales de poesía, crítica y traducción. Los presentes
versos fueron escritos en español.
VERSOS
DE OTOÑO
I
PAZ
bíblica… Y tardía fragancia de viña.
Copa
néctar de oro vierte el otoño.
Un frío
tenue sitia la piel tal anillo
Y el
pensar se hace más claro y más hondo.
El
final del día recuerda el fin de la vida.
¿Alcanzamos
ya nuestra cumbre de Gólgotha?
Otoño
rico, como magnífico convite,
Mas nos
brinda la amarga copa.
Nada
importa… Contemplar es lo importante.
Las
hojas, cayendo, ¡cuán tiernas y pintorescas!
Y sería
bueno – antes del gran viaje –
Escondernos
en el traje de esta belleza.
II
VEO
ejércitos de nubes errantes.
Huele a
humo y a húmeda tierra.
Y
siento ya cómo se hacen las tardes
Cada
vez más largas, la vida – más breve.
El
sonido de mis pados me inquieta.
En el
alma penetran vientos feroces.
Y
tiembla la memoria somnolienta,
Llevándome
hacia tiempos remotos.
… Hacia
la infancia, instantes felices,
Hacia
el amor que siempre se desliza,
Y su
hermana negra que nunca tarda…
Y el
sol: collar de oro indecible
Sobre
el terciopelo del cielo trágico.
III
ESCASO
sol, otoñal… Y estoy malherido
Por sus
rayos. Mi rostro nadie lo conoce,
Pero os
conozco yo – inútil y pensativo –
Mas
¿qué hacer con tantos hombres, palabras, cosas?
El
solitario con su copa de vino se amista.
El
párvulo esconde malicias en su alma.
La
mujer hacia la hoguera del amor camina.
El
hambriento la cumbre del país escala.
Todos,
ya saciados, duermen en sus casas…
Sólo
yo, sin darme prisa, traspaso el tiempo
Y bajo
este sol escaso sigo mirando;
Mi
verso cruel, que me muerde tal serpiente,
Mi
perfil, que se hace más puro y más pálido…
Derrámase
mi ardor: sangre en la arena.
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