1ª edición WEB: Axxón / 1992
2ª edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019
CINCO
El coronel Procardus nuevamente
se quedó durante casi un minuto apretando suavemente la mano de la señora Meimi.
Ella podía verle la cima de la calva ojival perfecta y brillante, y, luego de
la sorpresa inicial, se sintió extraordinariamente bien. Por un instante, y alocadamente,
según lo pensó después, tuvo la tentación de abrazarlo y contarle por qué se
sentía tan infeliz. Además, no pudo despegarse de los grandes ojos de pez
sorprendido que la observaban fijamente detrás de los horribles y gruesos
cristales de los lentes.
-Está bien, señora Meimi
-dijo Procardus soltándole la mano-. Está bien. Está mejor así.
-Señor Procardus -dijo, despabilándose.
-Es usted muy puntual. Puede pasar, por favor.
Sorprendida
saludablemente por lo que ocurría, aunque fuera inefable, Meimi observó que
Procardus era de esas personas con las vértebras superiores anquilosadas, que
para mirar a un lado debían mover rígidamente todo el cuerpo. Sonrió y le abrió
la puerta del consultorio.
Sentado frente al doctor,
Procardus pidió permiso para extender las piernas.
-Nunca supuse que los
sueños pudieran…
-Por supuesto -dijo el
doctor Pigot-. Me gustaría que tuviera un grabador a mano. Creo que sería más
ágil… Desearía que registrara todos los detalles. De otra manera, en general,
los sueños se olvidan. Pero, antes, ¿no había ocurrido?
-No, no.
-¿Cuándo fue la primera
vez?
-No recuerdo muy bien.
Hace… mucho tiempo. Estábamos del lado turco, frente al Ararat. En un gran
predio, en una inmensa edificación con aspecto de granja, y muchísimas
hectáreas alrededor, con alambrados, puestos de guardia, perros, dispositivos
electrónicos. Podíamos ver la cima helada del hermoso pico. Interrogábamos, en
general a los neorojos, también a armenios, georgianos, musulmanes… Se hablaban
muchas cosas. En una de las reuniones, se habló de dejar los nuevos métodos
científicos, en todo indoloros e incruentos… De despojarse de mis servicios, de
mi especialidad científica moderna y civilizada, en la práctica… Estamos en el
siglo XXI… Había un idiota, o dos, que se desvivían por los métodos antiguos.
Incluso habían escrito un manual. Habían establecido miles de formas de
producir dolor insoportable con utensilios caseros inocentes. Escuché la
discusión. Ningún hombre normal podía pensar en eso sin sentir un sudor frío,
pero, como estaba enloquecidos por hablar del tema, los dejé hablar. Yo tenía
voz en el servicio y en especial en aquella base; podía vetarlos, pero los dejé
hablar durante semanas. Y entonces, un día, sucedió.
-¿Qué sucedió?
-Yo estaba allí, y por la
ventana veía la blanca cumbre del Ararat. Y ya no era coronel Procardus quien
veía la materia viva que me rodeaba. No pude soportarla. Tuve un acceso de
risa, algo muy… desagradable.
-Risa desagradable. Explíquemelo.
-Estaba fascinado de poder
ser otro. De no ser partícipe de esa materia viva. No quería juzgarla, además.
Estaba entre divertido e hipnotizado. No era yo, era otro.
-¿Por qué dice otro? ¿U
otra persona?
-No lo sé. No era la
misma materia vida, ¿entiende?
-¿Pudo haberse sentido poseído,
por ejemplo?
-De ninguna manera.
-¿Por qué cree que no?
¿Qué lo hace pensar así?
-Porque no seguía siendo
yo. Recordaba, simplemente recordaba quién había sido.
-Pues, dígamelo -dijo el
doctor.
-Pues… era algo tan…
rápido. Tan rápido y, sin embargo, verdadero.
-¿Cuánto duró eso?
-Un minuto, tal vez, como
una imagen fluctuante deformada por una pared de agua.
-En ese momento, ¿usted
estaba conforme u horrorizado del cambio de métodos propuesto?
-Es difícil admitirlo
ahora. No me importaba un rábano. Eran materia viva sin sentido. Gusanos que se
comían a otros gusanos. No importaba. Lo veía así.
-Y como el coronel Procardus,
¿cómo lo veía?
-El coronel estaba
paralizado. Los antiguos métodos de terror no significaban nada el sentimiento
de ajenidad, de pertenecer a otro mundo… ¿Entiende por qué estoy acá?
-Creo que sí -dijo el
doctor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario