martes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 27


Otro tipo difícil era Pop Farnsworth. El primer día dijo en el taller:

-Aquí se aprende practicando. Vamos a empezar ahora mismo. Cada tiene que desmontar un motor y volver a armarlo para que funcione perfectamente a lo largo del semestre. En la pared hay planos y si no entienden algo, no tienen más que preguntarme. También les vamos a exhibir películas que muestran cómo debe funcionar un motor. Pero ahora empiecen a desmontarlos, por favor. En el cajón de trabajo tienen las herramientas.

-¿Y qué tal si antes vemos las películas, Pop? -preguntó alguien.

-¡Dije que empiecen a trabajar ahora!

No sé de dónde habían sacado todos aquellos motores. Estaban negros, grasientos y oxidados. Tenían un aspecto realmente fúnebre.

-Coño -dijo uno de los muchachos-, este parece un sorete de mierda grasosa.

Nos inclinamos sobre nuestros motores. La mayoría usaba llaves inglesas. Red Kirkpatrick agarró un destornillador y raspó cuidadosamente la parte de arriba de su motor hasta desprender una franja de grasa de casi medio metro de largo.

-Dale, Pop. ¿Por qué no pasás una película? ¡Venimos reventados del gimnasio! ¡Wagner nos hizo dar volteretas como si fuéramos ranas!

-¡Empiecen a trabajar ahora mismo!

Empezamos a trabajar, pero no tenía el menor sentido. Era peor que la clase de Educación Musical. Los golpes de las herramientas se iban mezclados con los jodidos jadeos.

-¡MIERDA! -aulló Harry Henderson-. ¡YA ME DESPELLEJÉ TODOS LOS NUDILLOS! ¡ESTO ES UN ESCLAVISMO DE BLANCOS!

Después envolvió cuidadosamente su mano derecha con un pañuelo y se puso a mirar la sangre que empezaba a empaparlo.

-¡Mierda! -gritó.

Los demás seguíamos tratando de trabajar.

-Prefiero meter la cabeza en la concha de un elefante -protestó Red Kirkpatrick.

Jack Dempsey tiró su llave inglesa al suelo.

-Yo no sigo -dijo-, haceme lo que quieras, pero yo no sigo. Asesiname. Cortame las pelotas. Yo no sigo.

Después fue a recostarse contra una pared. Se cruzó de brazos y se quedó mirándose los zapatos.

La situación era verdaderamente desesperada. No había salida. Por la puerta de atrás del taller se veía el gran patio de la escuela iluminado. Y nosotros seguíamos encorvados sobre unos motores de mierda que ni siquiera estaban conectados a un coche y no servían para nada. Un acero podrido. Era un trabajo que te enloquecía. Precisábamos clemencia. Nuestras vidas ya eran suficientemente idiotas. Algo tenía que salvarnos. Nos habían dicho que Pop era un tipo tranquilo, pero no era verdad. Era un hijo de puta gigante y lleno de cerveza, y el pelo le colgaba sobre la cara y el overol grasientos.

Hasta que Arnie Whitechapel mandó a cagar su herramienta y fue a pararse frente al señor Farnsworth. Le hizo una mueca tremenda.

-¿Qué carajo es esto, Pop?

-¡Volvé a tu motor, Whitechapel!

-¡Dejate de joder, Pop!

Arnie era dos años mayor que nosotros. Había pasado algunos años en un correccional. Y aunque era más viejo que nosotros, era más petiso. Usaba el pelo muy negro peinado para atrás y estirado con vaselina. A veces se pasaba un rato frente al espejo del meadero, reventándose granos. Llevaba chicles en los bolsillos y puteaba a las muchachas.

-Tengo algo bueno para contarte, Pop.

-¿Sí? Volvé a tu motor, Whitechapel.

-Mirá que es bueno de verdad, Pop.

Nosotros nos quedamos mirando cómo Arnie le contaba algún chiste verde a Pop. Habían juntado las cabezas. Cuando Arnie terminó de contárselo Pop se empezó a reír, agarrándose la panza gigantesca.


-¡Es buenísimo! ¡Carajo! ¡Es muy bueno! -carcajeó-. Después se calló de golpe. -Okey, Arnie, ¡volvé a tu máquina!


-No, esperá. ¡Tengo otro!

-¿Sí?

-Sí, escuchá.

Nosotros nos acercamos a escuchar el segundo chiste de Arnie. Cuando terminó, Pop reventaba de risa.

-¡Del carajo! ¡Dios mío! ¡Es del carajo!

-Tengo otro, Pop. Un tipo va manejando por el desierto y se encuentra a otro saltando en la carretera, desnudo y con las manos y los pies atados. Entonces frena y le pregunta: “¿Qué te pasó?” Y el otro le contesta: “Hace un rato venía en mi coche y encontré a un tipo haciendo dedo y cuando me paré a llevarlo el hijo de puta sacó una pistola, me sacó la ropa, me ató y se puso a darme por el culo. “No jodas” se bajó del coche el otro. “Sí, era un hijo de puta”, contestó el tipo. “Bueno” se empezó a bajar el cierre del pantalón el otro: “¡Me parece que hoy no es tu día de suerte!”.

Pop volvió a agarrarse la barriga de la risa.

-¡Pa! ¡ES DEL CARAJO! ¡CRISTO! ¡ESE ES DEL CARAJO!

Y de golpe se calmó.

-Coño -dijo suavemente-. Dios mío…

-Dale. Vamos a a ver una película, Pop.

-Bueno, está bien.

Alguien cerró la puerta trasera y Pop sacó una pantalla blanca muy sucia y preparó el proyector. Era una película aburrida pero nos hacía zafar del trabajo con los motores. Las bujías quemaban la nafta y la explosión hacía que los pistones subieran y bajaran haciendo girar al cigüeñal, y las válvulas se abrían y se cerraban y los pistones volvían a subir y bajar haciendo girar más rápido al cigüeñal. No era muy interesante, pero ahora estábamos tranquilos, y podíamos recostarnos en las sillas y pensar en cualquier cosa. No tenías que destrozarte los nudillos contra el acero podrido.

Nunca terminamos de desmontar esos motores y tampoco volvimos a armarlos y no sé cuántas veces vimos la misma película. Whitechapel siempre tenía algún chiste que nos hacía cagar de la risa, aunque alguno era medio estúpido. Pero Pop Farnsworth siempre terminaba carcajeando mientras se agarraba la barriga:

-¡Del carajo! ¡Pa! ¡Pa, del carajo!

Ahora era un jodón terrible. Nos caía bien a todos.

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