¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más
profundo centro;
pues ya no eres equiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este
dulce encuentro!
DECLARACIÓN (14)
30
/ Donde es de saber, que el amor natural de las
almas que llegan a este estado, aunque la condición de su muerte, en cuanto al natural,
es semejante a las demás, pero en la causa y en el modo de la muerte hay mucha
diferencia, porque, si las otras mueren muerte causada por enfermedad o por longura
de días, estas, aunque en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no las
arranca el alma sino algún ímpetu y encuentro de amor mucho más subido que los
pasados y más poderoso y valeroso, pues pudo romper la tela y llevarse la joya
del alma.
Y
así, la muerte de semejantes almas es muy suave y muy dulce, más que les fue la
vida espiritual toda su vida; pues que mueren con más subidos ímpetus y
encuentros sabrosos de amor, siendo ellas como el cisne, que canta más
suavemnte cuando se muere. Que por eso dijo David que era preciosa la muerte
de los santos en el acatamiento de Dios (Ps. 115,15), porque aquí vienen en
uno a juntarse todas las riquezas del alma y van allí a entrar los ríos del
amor del alma en la mar, los cuales están allí tan anchos y represados, que parecen
ya mares; juntándose ya lo primero y lo postrero de sus tesoros, para compañar
al justo que va y parte para su reino, oyéndose ya las alabanzas desde los
fines de la tierra, que, como dice Isaías, son gloria del justo.
(24,16).
31 / Sintiéndose, pues,
el alma a la sazón de estos gloriosos encuentros tan al canto de salir a poseer
acabada y perfectamente su reino, en las abundancias que se ve está enriquecida
-porque aquí se conoce pura y rica y llena de virtudes y dispuesta para ello,
porque en ese estado deja Dios al alma ver su hermosura y fiale los dones y
virtudes que le ha dado, porque todo se vuelve en amor y alabanzas, sin toque
de presunción ni vanidad, no habiendo ya levadura de imperfección que corrompa
la masa-, y como ve que no le falta más amor que romper esta flaca tela de vida
natural en que se siente enredada, presa e impedida su libertad, con deseo
de verse desatada y verse con Cristo (Phil, 1,23), haciéndole lástima que
una vida tan baja y flaca la impida otra tan alta y fuerte, pide que se rompe,
diciendo: Rompe la tela de este dulce encuentro.
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