“LA CAMISA DE FLECHAS”:
ELLA ENSEÑA A PROTEGER A LOS VULNERABLES
SIN EXCEPCIÓN
¡EL MEMORARE, RECUERDA! (2)
Desatar esta plegaria tan pequeña
“que lo dice todo”, y aun así…
He rezado a más no poder durante momentos de grandes tribulaciones y
sufrimientos en mi vida y al servicio de las vidas de otros que batallan
también, personas que conozco y completos desconocidos a quienes siento que en
alguna parte del mundo están orando por socorro y fortaleza. Conforme envejezco,
más siento, menos hablo y más rezo, de tantas y tan distintas maneras.
Y sin embargo no los confundiré. A pesar de que el hecho de que siempre, siempre
llegó ayuda de la stábat máter, “la madre que nunca abandonará su
puesto, a pesar de que Nuestra Madre siempre está con nosotros para ayudarnos y
“ayudarnos a ayudar” a los pobres, a los que fueron pateados a la orilla de la
carretera, a pesar del hecho de que la ayuda espiritual llegó para permitirnos
proteger las verdaderas bellezas y el porte majestuoso de la naturaleza, de
nuestras almas, de las hermosas bendiciones de nuestro mundo corpóreo, a veces
los mismos seres humanos nos fallaban. Su ayuda, su entrega de protección
inequívoca, no llegaron sustancialmente. En lugar de ser testigos y ayudantes,
se alejaron, o si no, ofrecieron como remedio sólo polvo.
Quizás este fenómeno ocurra porque, como raza humana, todavía no estamos
completamente formados, no estamos despiertos, nos pasamos de listos cuando
intentamos “tomar posición” acerca de otros, sin conocer la línea clara y
brillante que hay entre el amor santificado por otros, a diferencia del amor
simplificado.
Aunque vivimos en el siglo XXI, quizás sigamos en tiempos antediluvianos en
algún rincón oscuro del cerebro donde, como al principio de la parábola del Buen
Samaritano, los viajeros y prelados dan la espalda fríamente y cruzan al otro
lado de la calle para evitar a esa alma medio asesinada y golpeada, tirada en
el barranco y sangrante. Esa antigua historia cuenta la decisión escalofriante
de dejar morir a “los de la tribu que no es de uno”, dejar que los heridos
sigan a flote y batallen todos.
Quizás todavía cargamos todos en exceso un viejo rasgo animal no
cuestionado según el cual, sin pensar o investigar, las presuntas criaturas
alfa, los líderes de una manada, se separan de los heridos porque el “escalón
más alto de las criaturas”, por la extraña razón que sea, ve a los que
necesitan algo como “más bajos” o “menores”, o “peligrosos de jerarquía”, de
alguna manera relevante.
Quizás es por esto también que, cuando los humanos se alzan por encima de
ese instinto elemental de sólo preservarse a sí mismos y a los “semejantes” en
una jerarquía, y en lugar de ello ofrecen propuestas e intervenciones piadosas,
inclinándose decididamente para atender, defender y proteger a los vulnerables,
o sacándolos adelante a un lugar seguro, como hizo el viajero de Samaria,
entonces esos corazones y almas despiertos parecen aun más milagrosos y muy
altamente evolucionados en la asunción del verdadero trabajo del alma en la
tierra. Estar atendo a las almas vivas, que respiran, de los demás, todas las
almas; no siempre y ante todo el rebañito propio, ni la cultura del momento con
su rancio metabolismo político, sino al alma viva con necesidad de consuelo,
fortaleza y protección férrea.
Sin embargo, sin bien los humanos a veces aun quedan mal unos con otros,
pese a todo, el grito de esta oración se vierte hacia el Universo, llamando a
una conciencia plena y un efecto total en los que están heridos. La creencia
detrás de esto es que, si uno es de esperanza y fe, tiene verdadera
expectativa de que vendrá el bien, si oramos esta oración, lloramos este
llanto, suplicamos esta súplica, cueste lo que cueste (no como patéticas
criaturas rastreras, sino como quienes rugen ante la injusticia), habrá un
efecto, y en un buen sentido, en y para otros seres humanos. Aunque el llamado
es un grito de socorro a la Madre, es al mismo tiempo un llamado sincero a
interrumpir el sueño de las personas que nos rodean.
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