por Bernardina Ponce Mora
La profesora y licenciada en
Psicopedagogía Liliana González, oriunda de Córdoba, estuvo en Salta el sábado
último para dar charlas tanto a público en general como a colegas.
La especialista llegó a la provincia
invitada por el Colegio de Psicopedagogos de Salta. Antes de brindar sus
conferencias, dialogó con El Tribuno sobre temas que le preocupan, como los
niños que viven como adultos, la sobreexposición a dispositivos tecnológicos,
la soledad y la medicalización de las infancias.
¿Sobre qué hablará hoy en las
charlas?
Vamos a hablar de esta tendencia a
apurar a los chicos en el crecimiento, de saltear la infancia, quemar etapas
-con todos los riesgos que ello implica- y del déficit tremendo que tienen hoy
de juego, de acercamiento humano, de encuentro con la palabra; de la invasión
de la tecnología en sus vidas, de no encontrarle el sentido a la escuela.
Hay muchas cosas que hacen que los chicos no vivan como niños y se enfermen como adultos. Presentan síntomas como úlcera, gastritis, depresión y estrés, que eran síntomas de adultos. Cuando los chicos se enferman como adultos, es porque los hacemos vivir como adultos.
Hay muchas cosas que hacen que los chicos no vivan como niños y se enfermen como adultos. Presentan síntomas como úlcera, gastritis, depresión y estrés, que eran síntomas de adultos. Cuando los chicos se enferman como adultos, es porque los hacemos vivir como adultos.
¿Por qué sucede esto ahora?
Porque los papás están hiperocupados,
porque mamá y papá trabajan, porque hay mucha soledad y en esa soledad se van
haciendo solitos, pegados al televisor o a internet, atravesados por temáticas
adultas, si no hay nadie que los controle o que filtre. Se hiperinforman pero
no tienen forma de procesar todo eso que les viene de afuera.
¿Qué aconseja a las mamás y a los
papás?
Equilibrar los tiempos del afuera con
los del adentro.
O sea, ¿más tiempo en la casa?
No, no es más tiempo en la casa. Es
que cuando estoy, tengo que estar. Hay padres que están sin estar, que están y
siguen conectados. Que dejan a abuelas o a empleadas domésticas a cargo pero no
las dejan en función materna o paterna, sino en función de abuela o empleada
doméstica, que no es lo mismo.
Entonces, hay mucho desamparo y soledad, muchos dobles discursos. Hay muchas crianzas poco gozosas, padres muy cansados que ya no cuentan un cuento, por ejemplo, ni juegan con un títere y les queda más cómoda la tecnología.
¿Esto usted lo vio en el consultorio,
en su familia...?
Los psicopedagogos -los que en verdad
lo somos- nos distinguimos por ser muy curiosos. Entonces, donde vamos,
miramos: madres en la sala de espera de una pediatra, por ejemplo, dando de
mamar mientras whatsappean, privándoles de la mirada a sus hijos. Quizás a otro
eso se le escapa pero a un psicopedagogo clínico, no, y sabe que esa mamá le
está dando leche, nada más, pero le está faltando el amor.
Veo chicos oposicionistas, desafiantes, rabietosos, caprichosos y padres que no saben qué hacer con esas manifestaciones. Lo veo en las calles, en las escuelas, en mi familia y en el consultorio, sobre todo.
Ve todo convertido en patología...
Existe la patología pero uno de los
grandes problemas que tenemos hoy es que se patologizan cosas normales. No es
lo mismo un chico hiperactivo que uno vital y a veces se confunde vitalidad con
hiperactividad y se ve como enfermo algo que es normal: que los chicos sean inquietos,
salten, molesten y rompan. Los chicos fueron siempre así. No hay que mirar eso
como enfermedad.
Además, suelen medicarlos...
Una cosa es medicar. Si tenés un
chico con epilepsia, lo tienes que medicar. Otra cosa es medicalizar porque es
inquieto y yo no me lo banco, lo medico para que se quede quieto. Ha aumentado
un 90% la ritalina en el país, la droga para calmar a los chicos.
Siempre habrá habido chicos así de
inquietos.
Sí, lo que pasa es que hoy extraña la
epidemia. Si es una epidemia, se trata de factores sociales, no de una
bacteria. Aparte, los padres estamos todos hiperactivos y queremos que los
chicos estén tranquilos para que no molesten.
Usted habla de la importancia de
poner límites.
Mi posición frente a los límites es
que son consecuencias del amor. Si vos amás, sabés cuándo hay que decir que no.
Amar no es decir que sí a todo. Si un chico te pide comer chicitos todo el día,
no porque lo ames vas a dejar que lo haga. Cuando una ama, sabe decir que no.
Cuando hay tantos problemas con los límites, me replanteo si no hay problemas
con el amor, en el sentido de poco tiempo, poca presencia.
Ha vuelto el castigo físico. A los chicos se les está pegando mucho de nuevo. Entonces, si ese es el límite, para mí es un fracaso educativo y una expresión de violencia de un adulto sobre un niño. Hay problemas con los límites, pero también hay problemas con el amor porque hay poco tiempo para el encuentro amoroso.
¿Qué responsabilidad tiene la sociedad
en esto?
Lo social influye absolutamente: la
publicidad, lo mediático, toda esta invasión de mensajes para los chicos, que
les dicen que, si no tienen eso, no van a ser felices. ¿Cómo no pensar lo
social? La hiperocupación de los padres es un fenómeno social. La desocupación,
también. Hoy, el profesional que no analiza lo social y no lo incluye en su
mirada diagnóstica está fallando.
¿Esta situación se da solo en este
país o sucede en otros lugares?
Es muy común. Lo que pasa es que en
el primer mundo han decidido no tener niños o tener uno, como mucho. La cosa
cambia en aquellos lugares donde todavía la inseguridad no ha hecho su trabajo
y entonces los chicos salen a jugar, andan en bici y tienen amigos en la
vereda. En esos lugares no se nota tanto pero en las grandes concentraciones
urbanas, donde los chicos están encerrados y de las rejas para adentro, soledad
y pantallas, ahí es donde se produce lo peor para ellos.
¿Qué solución hay para esto?
Hay que esperar políticas sociales
que hagan que los padres no tengan que estar 14 horas en la calle para llevar
la comida a la casa. Que hagan guarderías en los lugares de trabajo donde está
la mamá para que la mamá y el bebé no se desconecten tantas horas al día. Hacen
falta papás y mamás pensantes, que, si han decidido traer un hijo al mundo, es
porque un poco de tiempo le van a ceder.
Hace falta que los psicopedagogos hagamos talleres con padres y que las escuelas también los hagan. Que estemos todos convencidos de que educar es un trabajo entre todos. Hay que trabajar con pediatras para que no dejen escapar estas cosas de los primeros años de vida.
Creo que hay que salir de las
parroquias que hemos instalado los profesionales en los consultorios e instalarnos
en el tejido social, no dando tips, que es lo que los padres quieren, sino
dejándolos pensar. Cuando una piensa, mejora la crianza. El problema es cuando
se hacen cosas sin pensar.
¿A qué se refiere?
Como está molesto, le doy la play.
Como tengo que hacer algo, le doy la tablet. Tenemos chicos con tecnoadicciones
graves y chicos que no quieren ir a la escuela porque consideran que es
demasiado aburrida, que no hay pantallas, que no hay botones...
Hay que hacer un planteo sociológico y ver qué podemos hacer, pero en casa se trata de buscar un equilibrio. Más de dos horas por día no pueden tener pantallas. El resto tienen que jugar, hacer un deporte, leer, aburrirse, que también está bueno porque de ahí sale algo.
¿Cómo imagina que van a ser estos
niños y niñas cuando crezcan?
Yo apuesto a la infancia, pero a una
infancia tratada como infancia. Creo que los vínculos humanos están cada vez
más frágiles, más líquidos, como dice (Zygmunt) Bauman. No sé qué va a pasar
pero soy una mujer esperanzada y creo que la humanidad evoluciona.
Aunque a veces una cree que está en el apocalipsis, creo que estamos aquí para evolucionar y creo que mi hija ha dado pasos mejores que los míos y que mis nietos darán pasos mejores que los de ella. Vamos en camino a la igualdad y a la igualdad de derechos, que es fantástica y que mi mamá no la tuvo y mi tía y mi abuela tampoco. Supongo que vamos mejor, aunque haya fenómenos que no me gustan y que me parece que habría que cambiarlos.
¿Usted se refiere a igualdad de
género?
Sí, de todo tipo. Esto de que no nos
consideren a las mujeres úteros, que no consideren que solo hemos venido para
tener hijos. Que hay mujeres que no quieren ser madres y que por eso no hay que
juzgarlas porque el deseo es multifacético.
Usted hablaba de políticas. ¿Cree que las licencias por maternidad y
paternidad deberían ampliarse?
Totalmente. Por eso, guarderías en los lugares de trabajo, licencias más
largas y capacitaciones a los papás. Trabajo para empresas que hacen talleres
conmigo y con los empleados porque se dan cuenta de que la cuestión familiar
viene difícil y hay que ayudarlos. Me parece fantástico que abran ese camino.
Ahí están los obreros, trabajando con psicólogos y psicopedagogos cuestiones de
la crianza.
(El Tribuno / 8-8-2018)
(El Tribuno / 8-8-2018)
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